Las elecciones presidenciales celebradas este domingo en Uruguay transcurrieron, en el trazo grueso, tal como se esperaba. Yanamdú Orsi, del Frente Amplio, se quedó con un cómodo primer lugar, pero sin la mayoría de los votos necesaria para evitar un ballotage cuesta arriba el domingo 24 de noviembre, en el que enfrentará al oficialista Álvaro Delgado.
Ese desenlace tiene implicancias fuertes para lo que ocurrirá en el país hermano y, a la vez, contiene claves del futuro electoral de la propia Argentina. Las etapas históricas reinan por encima de las fronteras nacionales.
Según datos provisorios difundidos al cierre de esta nota, Orsi, delfín de Pepe Mujica, quedó en primer lugar, pero más lejos que lo que esperaba de la mitad más uno de los sufragios.
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De hecho, el escrutinio lo ubicaba apenas por encima del 42%, aunque las proyecciones lo ubicaban cerca del 45%. Como sea, ese umbral resultaba poco prometedor cuando se constata que la sumatoria de la llamada Coalición Multicolor que va del centroderecha a la derecha dura lo aventaja en el inicio de la campaña para el 24-N.
La derecha de Uruguay resiste
Frente a Orsi quedó el candidato del Partido Nacional (Blanco), Álvaro Delgado, hombre del saliente Luis Lacalle Pou –quien parece haber olvidado viejas críticas a Milei, a quien ahora pondera– y, al menos de inicio, favorito para que la derecha conservadora siga en el poder.
Aunque Orsi enfrenta una cuesta empinada, nada está jugado de antemano. En teoría, es mucho lo que podría ocurrir en el próximo mes en términos de aciertos, errores, polémicas y hasta escándalos, todo con potencial de dar vuelta el escenario inicial. Sin embargo, el resultado ratifica una vez más que los electorados –en Uruguay, en Argentina… ¿en Estados Unidos?– están divididos más o menos por mitades, pero que las derechas, cuando se coaligan, logran una leve preeminencia.
Y eso tiene implicancias profundas.
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Álvaro Delgado, candidato presidencial del oficialista Partido Nacional.
El festejo de la Coalición Multicolor
Debajo de Delgado quedó el candidato del Partido Colorado, Andrés Ojeda, un derechista más cerrado que ha coqueteado con un cierto aire de familia con las políticas de Javier Milei, aunque está lejos, en los hechos, de abjurar del Estado y de plantear una salida anarcocapitalista.
Hasta ayer rival, será desde ahora aliado principalísimo de Delgado y, de hecho, en la noche de este domingo lo acompañó en el palco.
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Lo de Ojeda pasó por una cierta aura –un tanto forzada– de outsider y un énfasis en la seguridad en clave de mano dura, algo que suena atractivo en un Uruguay que ya no es el "paisito" bucólico de antaño: hoy enfrenta una compleja problemática ligada al narcotráfico y un índice de homicidios de 11,2 cada 100.000 habitantes, bien por encima del 4,4 de la Argentina.
Muy debajo del colorado quedaron otras expresiones de la derecha, como el ultra Guido Manini Ríos, de Cabildo Abierto, y el nacionalista Gustavo Salle, de Identidad Soberana.
Si bien Delgado se impuso con holgura dentro de la interna abierta de hecho que jugó la Coalición Multicolor, no podrá ignorar esas expresiones menores que harán para él la diferencia entre victoria o derrota. En especial la de Ojeda, pero tampoco las menores.
En Uruguay como en Argentina, en busca del centro perdido
¿Qué le toca hacer, en tanto, a Yamandú Orsi, en la segunda campaña que se abre? Básicamente, desdibujar en la medida en que le sea posible las aristas más nítidamente de izquierda de la oferta del Frente Amplio, llevar su discurso todavía más al centro.
En Uruguay, en la Argentina de un eventual posmileísmo y en muchos otros lados, el dilema parece el mismo para las ofertas progresistas. ¿Deben plantear ofertas electorales a gusto de sus núcleos duros –aun a costa de perder chances electorales– o les conviene edulcorarlas y buscar el centro? En otras palabras, ¿les conviene construir desde el centro hacia la izquierda o desde la izquierda hacia el centro?
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Yamandú Orsi, candidato a presidente de Uruguay por el Frente Amplio.
Como sea, la mejor respuesta será la que dé en la tecla de lo que priorice la mayoría social concreta que les sea posible construir.
Orsi, apoyado por Mujica –el expresidente fue a votar en silla de ruedas–, sabe que el camino es hacia el centro y que ni así le presenta certezas.
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Pepe Mujica votó este domingo en Uruguay.
Cruzando el charco, de Uruguay a Argentina
La cuestión tiene una obvia resonancia en la Argentina, donde el peronismo, único sector nítidamente opositor al gobierno de ultraderecha, se desgarra de un modo que invita a pensar las elecciones de mitad de mandato del año que viene como una instancia de división y, otra vez, de interna abierta, en este caso entre el cristinismo y el kicillofismo al parecer naciente.
Ese escenario parece más cercano cuando se constata el fiasco en el que encalló la interna prevista para renovar autoridades en el Partido Justicialista (PJ).
La Justa Electoral del PJ determinó que Ricardo Quintela no presentó los avales necesarios, el riojano se declaró robado y, escritorio mediante, Cristina Fernández de Kirchner queda como lista única.
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Cristina Fernández de Kirchner vs. Ricardo Quintela. La interna para dirimir el futuro del justicialismo termina embarrada en la Justicia.
CFK liderará, cosa que seguramente también habría ocurrido en caso de se hubiese seguido adelante con el proceso electoral previsto. Su decisión ahora es qué hacer con una minoría que ni siquiera tendrá la chance de demostrar cuánto vale o si vale algo del todo. ¿Ignorarla, incluirla, sumarla y darle voz?
Incluso con el viento de la historia por el momento soplándole de frente, la izquierda uruguaya es un ejemplo de elecciones internas, definición de candidaturas, incorporación de figuras y programas de las minorías y mecanismos de resolución de controversias. Todo lo contrario de la política centrífuga que impera en la Argentina en general –el radicalismo vive un cisma en la Cámara de Diputados– y en el peronismo en particular. La falta de todo eso le costó al Frente de Todos un fiasco histórico.
Un peronismo monopolizado por el cristinismo no sólo le quitaría lugar a eso que Quintela pretendió encarnar sin que se sepa bien qué es. Si no hubiera un mecanismo de conciliación, también le disputaría espacios a Axel Kicillof, tal como sugiere Máximo Kirchner cuando indica que el gobernador bonaerense ya no es un hombre confiable para el espacio.
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Javier Milei y su hermana Karina.
Milei sonríe: la sociedad argentina no lo suelta –en las últimas semanas recuperó las posiciones que venía de perder en las encuestas– y los comicios de Uruguay y próximamente Estados Unidos podrían atenuar –en el segundo caso de modo rotundo– su aislamiento internacional reciente.