Una Argenzuela libertaria: Javier Milei, en el espejo incómodo de la dolarización chavista
Salgan pato o gallareta, las elecciones del domingo tendrán fuerte impacto en la región. Comparaciones odiosas de dos procesos antagónicos que se tocan.
Desde Estados Unidos hasta la Argentina –muy especialmente la Argentina de Javier Milei –, los círculos rojos políticos de todo el continente contienen el aliento ante las elecciones que tendrán lugar el domingo en Venezuela.
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Por un lado, los comicios definirán el futuro del régimen más divisivo de las opiniones en el hemisferio y, junto a eso, un posible cambio de signo que, de darse, tendría consecuencias trascendentes.
Segundo, generará reacciones regionales e internacionales que definirán, si ganara Nicolás Maduro, un aislamiento todavía mayor de ese país hermano y, si se impusiera su rival opositor Edmundo González Urrutia, su regreso pleno a la familia panamericana.
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La líder de la oposición venezolana María Corina Machado y su candidato presidencial Edmundo González Urrutia.
Tercero, pondrá el foco sobre la dolarización silvestre que, vaya paradoja, marca el camino que el ultraderechista Milei, supuestamente ubicado en las antípodas del chavismo, pretende trazar para la Argentina.
Cuarto y muy especialmente, influirá sobre la política exterior de los Estados Unidos para el hemisferio –incluso en caso de victoria de Donald Trump en los comicios de noviembre– de un modo que podría impactar sobre la atención que recibiera nuestro país de parte de la hiperpotencia y de los organismos internacionales de crédito.
El chavismo, una nostalgia olvidada
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Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula.
Maduro, hombre fuerte del país desde marzo de 2013 como heredero de Hugo Chávez, se presentará a un verdadero plebiscito sobre 25 años de revolución, un largo cuarto de siglo en el que Venezuela pasó de ser un país rico pero extremadamente desigual a uno pobre y, acaso, todavía más inequitativo.
Ese saldo –fuente de indecibles penurias y que incluye la reducción del PBI a un cuarto del que supo ser y un reciente pasado hiperinflacionario que se resolvió en base a una dolarización silvestre– surge de una evaluación punta a punta, pero no puede prescindir del hecho de que el reparto de la renta petrolera y la puesta en marcha de las "misiones" –amplios programas de auxilio social– durante los años dorados del primer chavismo repararon a una sociedad largamente abandonada y expoliada por su vieja clase dirigente.
Luego –ya con Maduro, pero no por culpa exclusiva del actual presidente, sino también de quien lo precedió– se acumularon los efectos de la espantosa gestión, los excesos de una "revolución bonita" que se fue poniendo fiera con los años, un rumbo macroeconómico cada vez más disparatado, la deriva autoritaria y violatoria de los derechos humanos y las actitudes de una oposición que se hizo tempranamente golpista.
El régimen venezolano tiene cada vez menos defensores. Para empezar, dentro del propio país, en el que por primera vez en mucho tiempo existe la percepción de que un triunfo opositor es posible. Además, en la región, en la que presidentes progresistas como Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro y Gabriel Borictratan de persuadir a Maduro, sin ocultar acritud, de que asegure elecciones limpias, acepte los resultados y deje de amenazar con "un baño de sangre" en caso de derrota oficialista.
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También en la Argentina cuesta encontrar voces, otrora numerosas en el cristinismo, que reivindiquen a Maduro, lo que conduce a una reflexión: a ese sector político le resultó innecesariamente cara la porfía de pegarse a un proceso con el que tenía tan pocos puntos de contacto como los que puede haber entre un populismo reformista y una revolución que se hizo autoritaria.
El bebé viene de nalgas
Consultas realizadas por Letra P entre analistas venezolanos de diversas tendencias arrojaron un estado de opinión prevaleciente sobre un cierto favoritismo del exdiplomático González Urrutia, al menos en caso de que no haya trampas en el escrutinio.
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Esa presunción guiará muchas evaluaciones en la noche del domingo y la exclusión de veedores internacionales –sin ir más lejos, Alberto Fernández y funcionarios del Tribunal Superior Electoral de Brasil, desinvitados por el Consejo Nacional Electoral venezolano–, así como la retención migratoria y posible expulsión de periodistas como el argentino Jorge Pizarro no sientan precedentes alentadores.
La dolarización de Venezuela
Como repasó recientemente este medio, la hiperinflación acumulada entre 2017 y 2020 en Venezuela y el prolongado apagón eléctrico de 2019, que generalizó el uso de efectivo, terminaron por desplazar de hecho al bolívar ya no sólo como depósito de valor, sino también como medio de pago de bienes y servicios e, incluso, como unidad de cuenta en el habla popular.
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Agobiado por la híper y la caída de todas las actividades –incluida la petrolera– en un agujero negro infinito, Maduro estimuló ese proceso en 2018, cuando canceló la ilegalidad de las transacciones en dólares, pero nunca dio el paso de darles formalidad, lo que limita las operaciones y transferencias bancarias en esa divisa y una dolarización plena y de derecho de la economía.
Hoy, todo se paga más con dólares que con bolívares, moneda que sigue reinando en el cobro de impuestos y en el pago de salarios en el sector público. Casi todo lo demás es verde, desde las compras en los shoppings, supermercados y verdulerías, a las comidas al paso, pasando por los viajes en colectivo o metro… En esas transacciones, el bolívar tiende a servir como vuelto y cambio chico.
¿Javier Milei, Toto Caputo y la dolarización de Argenzuela?
En medio de zigzagueos desconcertantes, la dolarización sigue mandando en el proyecto de país de Milei y, por falta de reservas para la absorción de toda la base monetaria en pesos, se proyecta ahora como "endógena". Sería una dolarización a la venezolana, pero más plena y estimulada jurídicamente desde el Estado.
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Javier Milei y Toto Caputo.
Como dijo el Presidente a fines de marzo, "vamos a dejar un mínimo de pesos en circulación y el proceso de remonetización de la economía tendrá que darse sacando plata del colchón". En palabras de Toto Caputo, "la gente va a tener que vender sus dólares para pagar impuestos" o, dado que el dinero es fungible, para comer y vestirse. El empobrecimiento general queda debidamente anticipado.
La dolarización endógena es uno de los escenarios posibles de la competencia de monedas que el Gobierno le presenta al Fondo Monetario Internacional (FMI) como render del futuro. Sin embargo, el FMI no quiere saber nada de eso y en sus reportes traduce intencionadamente las propuestas oficiales como un bimonetarismo como los de Uruguay y Perú, donde las monedas locales se han fortalecido en el marco de políticas macro severas y sostenidas en el tiempo. Con el organismo se ha entablado un diálogo de sordos.
Caputo se reunió este jueves con Kristalina Georgieva en el marco de la reunión de ministros de Economía y Finanzas del Grupo de los 20 (G-20) celebrada en Río de Janeiro para poner en marcha el operativo ablande que lleve al inicio de negociaciones sobre un nuevo programa a gusto del Presidente. La foto –¿dónde dejó la mano derecha la directora gerente?– pareció un pobre resultado si lo que se busca es "plata nueva" por 10.000 millones de dólares.
La búlgara mostró su hielo con un posteo de circunstancia en Twitter. El argentino, en tanto, la aduló con desmesura mileísta y sin pudor.
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¿Alcanzará? Por lo pronto, el Fondo se mantiene en sus trece y una publicación de prestigio en el establishment internacional como The Economist advirtió que los países que han dolarizado sus economías están sufriendo "daños a sus exportaciones" y "falta de competitividad".
Una enigmática llamada a pie de página
En un artículo interesante, Clarín menciona un comunicado de la Gerencia de Comunicación Estratégica del Banco Central, abundante en alusiones a la competencia de monedas y totalmente silente respecto de la dolarización. Con todo, señala, "una nota al pie del informe generó dudas, tomando en cuenta (que) Caputo declaró la semana pasada que 'en breve, la gente va a tener que vender dólares para pagar impuestos'".
Tras declarar su intención de fijar "la cantidad de dinero en relación a la base monetaria amplia" en torno a "47,7 billones o el equivalente a 9,1% del producto interno bruto", anticipa que "a partir de la introducción de la competencia de monedas, el peso se transformará en la 'moneda escasa'". De allí sale la enigmática nota al pie, que dice que "el peso continuará siendo demandado como medio de pago exclusivo de impuestos" y el BCRA seguirá "adecuando la normativa a efectos de facilitar la incorporación de moneda extranjera al sistema bancario doméstico".
Una fuente en off vinculada al gobierno anterior estimó, en diálogo con ese medio, que esa "es la prueba de que van hacia la dolarización, que podría ser en febrero o marzo, con tiempo antes de las elecciones 2025".
Joaquín Cottani, secretario de Política Económica durante los primeros seis meses del actual gobierno, escribió en La Nación –sigue Clarín– que "el Gobierno ha optado por la dolarización endógena como el modelo a seguir; la idea es crear escasez de pesos para que la economía se dolarice por sí sola".
Volviendo a Venezuela…
Si Maduro se declarara vencedor el domingo, las chances de que Estados Unidos lo reconozca como presidente legítimo son un cero redondo. ¿Y si ganara la oposición?
Por naturaleza, Milei hace fuerza para que este segundo escenario se haga realidad, pero ello podría perjudicarlo al generar un escenario geopolítico muy disruptivo para su Plan Aguantar, consistente en tener paciencia hasta que Trump vuelva a la Casa Blanca y le tuerza el brazo al FMI para que le dé a la Argentina lo que hoy no quiere soltar.
Más allá de la incertidumbre que le mete al proyecto la salida de Joe Biden de la carrera y su aparente reemplazo por la vice demócrata Kamala Harris, una Venezuela gobernada por González Urrutia iniciaría una transición incierta, con un punto de partida dado por una notable fragilidad económica, un cúmulo de demandas sociales acuciantes y la acechanza de un chavismo dominante en el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas, las milicias populares, los poderes territoriales, el sindicalismo y los movimientos sociales. Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente chavista, declaró que, "si Edmundo González gana, entregaremos (el poder), seremos oposición y listo", pero no se privó de avisar: "Yo no sé si nos aguantan de oposición: somos un fastidio".
Ante semejante escenario, Estados Unidos –con Harris o con Trump– se vería obligado a movilizar una enorme masa de recursos para viabilizar una administración de González Urrutia, esfuerzo al que acudirían el FMI, el Banco Mundial, la CAF y otros organismos.
¿La Argentina de Milei quedaría, en ese caso, en un segundo plano distante aun si el republicano volviera al poder? En su defecto, ¿cabría esperar la comprensión que pide Caputo si los demócratas extendieran su era?