Los retuits eran de Malena Galmarini, José Ignacio de Mendiguren y otras figuras del Frente Renovador. También de Axel Kicillof –quien zafó de ser forzado a ir por la vía nacional– y de un gozoso Alberto Fernández. Manzur, forzado por las circunstancias, sumó su felicitación.
Del otro lado, convencido de que los goles no se le gritan en la cara al arquero rival, Massa evitó presionar sobre la doble flechita verde. Más relevantes fueron las omisiones de Cristina y de De Pedro, así como la de la cuenta del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, esto es de Máximo Kirchner. También "callaron" Scioli y Osvaldo Jaldo, uno de los abanderados del interesado clamor tucumano.
En la oposición, Patricia Bullrich salió a dispararle al nuevo rival, mientras que Horacio Rodríguez Larreta hizo mutis por el foro.
Acaso el jefe de Gobierno porteño esté pensando en que se apresuró al hacerse acompañar por el nuevo halcón de Jujuy, Gerardo Morales, pensando que una fórmula camporista le permitiría buscar los votos de la Argentina moderada cuando fuera que lo necesitara. Con Massa en la cancha y dispuesto a ocupar el centro, ese giro a la derecha podría complicar su proyecto.
Una historia y su significado
Gabriela Pepe te cuenta en Letra P la trama de lo que nadie vio venir, ¿pero qué significa todo eso?
La edición del jueves de desPertar, el newsletter de Letra P, presentaba el proyecto de Scioli, quien se preparaba para dar pelea en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) a como diera lugar, como un desafío al cristinismo orquestado por él y por Alberto Fernández para probar que ese sector no tenía los votos de los que ha presumido largamente como fundamento de la imposición de su hegemonía al panperonismo. Lo que no preveía es que los sagaces gobernadores del peronismo ya se habían respondido ese cuestionamiento.
Así, cuando ya estaba lanzada a rodar la fórmula De Pedro-Manzur, el riojano Ricardo Quintela, el catamarqueño Raúl Jalil y el santiagueño Gerardo Zamora se reunieron con la vice y con el Presidente para insistir con la idea de la unidad, algo que suponía hacer caer la precandidatura de Scioli. La del camporista, en tanto, quedaba en entredicho por no haber generado los consensos necesarios, algo que el silencio personal de CFK parecía admitir.
Ahora bien, ¿a quién le falló la brújula en el momento debido, lo que terminó de exponer a De Pedro a un desgaste injusto? ¿A Máximo K., quien se creyó capaz de correr con la vaina de un reglamento draconiano a Scioli, a Fernández y a todo el peronismo no cristinista? ¿A la propia CFK?
La especie se había instalado en virtud de una audacia del peronismo tucumano, decidido a primerear con el nombre de su gobernador saliente. Si eso molestó, hay que decir que no fue el fondo del problema. Claramente, el inconveniente principal de una fórmula no es su número dos.
La insatisfacción de base tenía que ver con lo analizado en Letra P este viernes:
- La fórmula expresaba una primacía del camporismo irritante para ciertos sectores, acompañada por un proyecto provincial –el tucumano– que se arrogaba una representación abusiva del interior.
- Además, no tenía condiciones para apelar al voto moderado, decisivo en la zona central del país, donde la Unión por la Patria (UP) se arriesga a sufrir un desastre electoral.
- Se trataba, finalmente, de una fórmula más diseñada para retener un núcleo duro muy achicado por la crisis que para tratar de retener el poder, hija de un diagnóstico sombrío sobre las posibilidades del oficialismo en el actual contexto. Era zafar en las PASO, retener la provincia de Buenos Aires, lograr la mayor bancada legislativa posible en octubre y no quedar fuera del ballotage. Nada más que eso.
Horas bajas
Si Cristina Kirchner logró hace cuatro años con un tuit y un video atraer hacia su armado, con Fernández en un sorprendente primer lugar, a todo el peronismo territorial y hasta rearmar, con la incorporación de Massa, la vieja coalición que había acompañado a Néstor Kirchner, lo ocurrido ahora marca un contraste enorme.
Su palabra no alineó, su preferencia porque tomara la posta "un hijo de la generación diezmada" no caló y su autoridad no alcanzó para desactivar una retahíla de rebeldías: la de Scioli-Fernández primero, la del peronismo territorial después.
En más de un sentido, ella es la perdedora más notable de este episodio: su poder ya no es incontrastable y una coalición peronista amplia se le ha animado.
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Si la lista de unidad había sido su intención desde un primer momento, sería un error decir que, al lograrla, derrotó el ímpetu competitivo del jefe de Estado. Nadie ama la competencia per se, que implica la promesa del triunfo y el peligro de la derrota.
Cristina quería unidad, Massa quería unidad y Fernández, antes de ser vetado por el cristinismo y por la realidad, también quería unidad. Pasa que cada uno quería una unidad detrás de su propio proyecto: Cristina para entronizar a alguien propio; Massa y Fernández, para sí mismos. La competencia deviene de la ausencia de un liderazgo indiscutido y evitarla, en este caso, implicó para Cristina dejar en el camino jirones de su aura.
El plato frío de Fernández
En tanto, el vapuleado Presidente coló, en el estribo, una esperada venganza.
Cuando Massa fue a verlo, el jefe de Estado le dijo que no podía controlar al embajador en Brasil. Cuando acudieron los gobernadores, les respondió que si lograban convencer a Cristina de abandonar a De Pedro y de apoyar a Massa, él podría sumarse a la unidad señalando un vice. Rossi, claro, era "el albertista" posible, jefe de Gabinete, sí, pero sobre todo un dirigente respetado por el conjunto y que jamás fue desleal con Cristina.
No es que Fernández bajó a Scioli; sencillamente lo vació. Así como había alimentado al principio sus ambiciones rodeándolo de su gente, le removió la alfombra bajo sus pies al dejarlo sin un posible vice como Rossi –llamativamente silencioso en los últimos días–, sin apoderado –Aníbal Fernández– y sin candidata bonaerense –Victoria Tolosa Paz–. En el proyecto Scioli radicaba "la raíz del juego que plantea el pertinaz Alberto Fernández: la pelea por el corazón del peronismo o, cuando menos, por un pedazo de él”, sostuvo desPertar este jueves. Evitar que CFK siguiera marcando el paso.
En su vendetta, el mandatario le cobra también una cuenta vieja a Wado de Pedro, quien fue el encargado de Cristina de vaciarle el gabinete tras las derrota en las PASO de 2021, algo que Fernández –y sobre todo su entorno– jamás le perdonaron.
Fernández, sin embargo, deberá conformarse con haber hecho su contribución a lo que en un off the record malhadado había definido como el objetivo de "terminar con el kirchnerismo". El futuro, claro, no le pertenece y ni siquiera le asegura ese “logro”.
Massa y una victoria provisoria
Hace justo un mes, Letra P resumió la estrategia del ministro de Economía, decidido como estaba a no dejar pasar 2023 para ir por la presidencia con el peronismo detrás y anticipó:
- El jefe del Palacio de Hacienda "se guarda la carta de la pregunta final. En efecto, si tras asegurar el piso, como dijo Cristina, hay que subir el techo para disputar un ballotage, ¿cómo haría el panperonismo para prescindir del electorado de centro, sobre todo en momentos en que la sociedad parece derechizarse?".
- "Ahí llega el resto de la jugada. Para Massa, si realmente se juega a ganar, sería totalmente inconveniente competir con una oferta tan monocolor, tan exclusiva de la izquierda peronista (…). ‘El centro soy yo’, diría entonces, convencido de que lo respaldan intendentes, gobernadores, empresarios y sindicalistas".
¿Es eso diferente de lo que sucedió? El detalle fue que, en lugar de ser él mismo quien hiciera el planteo, fueron los gobernadores mencionados los que abordaron a CFK con esos argumentos. Luego, en el mano a mano que ambos tuvieron, probablemente Massa lo repitió. ¿Habrá sido explícita la amenaza de renuncia y caos que viene desmintiendo –ayer mismo, en un mensaje de chat prolijamente filtrado– para demostrar que es un jugador de equipo, pero que en su momento trascendió desde su entorno más cercano, que habló del "hartazgo" que le generaban las ambiciones personales de tanto precandidato descomprometido con la gestión?
Cabe recordar el retuit que Malena Galmarini le dio a un economista en abril: "Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.
El ministro de Economía ganó, desde ya, porque se quedó con el ticket que más ansiaba. Sin embargo, deberá lidiar con el sambenito de ser el rostro visible del ciento y pico por ciento de inflación y con el peligro permanente de corrida cambiaria que suele acompañar los períodos preelectorales.
A propósito… ahora que fue confirmado, ¿soltará el FMI el acuerdo que tanto necesita para darle un ancla de confianza a esta economía encabritada?
Con todo, las acechanzas de la economía no son las únicas que le esperan. El cristinismo de paladar negro quedó mal herido por los sucesos del último par de días, que implicaron darle alas, para de inmediato cortárselas en pleno vuelo, a alguien sentido como muy propio como De Pedro. El ánimo de la base es lúgubre: pasó de ilusionarse con Wado a imaginarse en los cuartos oscuros frente una boleta todavía menos amigable que la de 2019, en la que no estará la jefa ni nadie propio en el tramo presidencial.
Una campaña de brazos caídos de la militancia es otro riesgo que amenaza las chances del nuevo candidato, uno al que no le sobra nada tal como van las cosas en la economía. ¿El favor de una fracción de los sectores medios que lo ve con buenos ojos, el compromiso de los gobernadores e intendentes que en las últimas horas trabajaron para él, el apoyo de parte del establishment local, las amistades que dice tener en Washington y su audacia verdaderamente impresionante serán suficientes para contrarrestar un eventual quite de colaboración del camporismo, que podría limitar sus esfuerzos a beneficiar a Kicillof?
Cristina: ¿triunfo después de la derrota?
A la vice seguramente le debe haber dolido mucho soltarle la mano de ese modo a Wado. Ahora bien, ¿el haber tenido que aceptar una fórmula sin atisbos de cristinismo implica que lo ha perdido todo? No necesariamente.
Algo crucial para el resultado final de la gran guerra peronista que no ha hecho más que comenzar está determinado por lo que pase en los comicios. Si Massa ganara, alumbraría un nuevo eje de poder y el futuro del cristinismo sería un cono de sombras. Si perdiera, lo que CFK cree lo más probable, no sería poca cosa para su sector atrincherarse en la provincia de Buenos Aires y en bancadas, si no mayoritarias, al menos relevantes en el Congreso.
A propósito, en medio de este caos, ¿se habrá acordado Massa de asegurarse de que Kicillof no desdoble los comicios bonaerenses de los nacionales?
https://twitter.com/MalenaGalmarini/status/1672585331848142851
Es por eso que hay que prestar mucha atención al cierre de las listas que acompañarán la boleta presidencial, en las que una composición muy camporista daría, de concretarse, la pauta del juego por venir.
Como el candidato es el proyecto y el candidato no es precisamente quien mejor lo encarna, el proyecto será la bancada. Un peronismo parlamentario alineado con el Instituto Patria sería la mejor garantía de que un eventual presidente Massa no saque demasiado los pies del plato ideológico, tal como teme la militancia que lo mira con desconfianza.
El ministro de Economía ya se ha llevado lo que quería. ¿Hasta qué punto CFK le avalará que obtenga aún más en el reparto de este sábado de fuego?