La decisión del gobierno de Javier Milei de pisar las becas 2024 del Conicet con la excusa de que no tiene Ley de Presupuesto aprobada para este año, como si no fuera posible gobernar con la norma anterior prorrogada, como de hecho está haciendo, elevó a rojo el nivel de alerta de la comunidad científica, que se prepara para resistir el ataque que el propio líder libertario había prometido en su campaña.
Es muy difícil desvincular la mirada del Presidente sobre la ciencia de la que tiene sobre la historia y el desarrollo del capitalismo, tal cual la expuso este miércoles en Davos. En su mirada, el capitalismo aparece como una fuerza inmaculada dirigida por héroes impolutos que se esfuerzan por producir bienes y regarlos por el camino como en los relatos bíblicos, contra unos Estados que se empecinan en detenerlos. Como en la filosofía de Aynn Rand, desaparecen en su discurso todas las dimensiones históricas que, en todo caso, hicieron posible su desarrollo; desde los viejos imperialismos, las guerras mundiales, las agencias estatales que posibilitaron, por ejemplo, el desarrollo de la bomba atómica, como vimos en la película Oppenheimer, o Internet, con la agencia DARPA, financiada por el Departamento de Defensa de Estados UNidos. En la ciudad que inspiró a Thomas Mann para La Montaña Mágica, corazón de la historia europea, Milei desconoció el papel clave que tuvieron en la evolución capitalista organizaciones políticas como la Unión Europea y las Naciones Unidas. Su mala clase de historia económica no tendría consecuencias si no fuera que es el presidente de la Nación y que la expuso en el vértice del poder económico mundial. No era el mejor lugar, dirán algunos. Como bien lo definió Mario Riorda en un tuit que analiza su exposición, fue un discurso precientífico, negacionista y autoritario.
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¿Cómo no iba a estar en contra del Conicet alguien que pretende tener la verdad y negar toda “evidencia empírica” que refute sus creencias? Resulta una paradoja, entonces, que quienes se proclaman aceleracionistas, vean a la ciencia y la técnica como un costo. Bajo el dogma de que todo lo estatal deberá ser privado y de que el problema del mundo es el Estado, Milei negó el papel crucial que tienen en la economía contemporánea los Estados, fundamentalmente lo que se conoce como la investigación básica. Desde la conquista del espacio hasta la ingeniería genética, como bien lo explicó el científico argentino Alberto Kornblihtt en su presentación ante la comisión del Congreso que analiza la Ley Omnibus, “en ningún país del mundo la investigación básica de riesgo es financiada por el sector privado”.
CONICET: Exposición completa del Dr. Alberto Kornblihtt
A pesar de eso, Milei pretende desarmar el Conicet y desfinanciar organismos como la Comisión de Energía atómica, el Instituto Malbrán y la Agencia de Promoción de Ciencia y Tecnología, todos dedicados desde hace décadas a fomentar y sostener la investigación científica de base, de la que luego nacen las aplicaciones tecnológicas que más tarde el sector privado aprovecha, como la demuestra, por ejemplo, la carrera aeroespacial, en la que muchos de sus desarrollos, como el mouse o las zapatillas acolchadas, se volvieron parte de nuestra vida cotidiana.
Mariana Muzzacato explica muy bien este proceso en El estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado, en el que demuestra, claramente, cuánto se han beneficiado de los Estados los emprendedores tecnológicos como Elon Musk o Marcos Galperín. Basta sólo mencionar las exenciones impositivas de la economía del conocimiento que benefician a empresas como Mercado Libre. Si siguiéramos el razonamiento del Presidente, Argentina no tendría educación pública ni existirían muchas de las actuales universidades, como, por ejemplo, la Universidad Nacional de La Plata, fundada en 1897 por Joaquín V. González. Claro, seguramente, tanto Domingo Faustino Sarmiento como el riojano habrían sido tachados de comunistas en Davos.
La otra cuestión que soslaya el Presidente es que el Conicet, como otros organismos científicos, universidades, institutos, etc., son creaciones históricas, productos de largos procesos de esfuerzos colectivos e individuales. Fundado en 1958 por Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina, sobre la base de su antecesor de 1951, el Conityc, creado por Perón, el Conicet tiene hoy una plantilla de 11.800 investigadores repartidos en todo el país, con más de 50 institutos y centros de investigación.
¿Con qué autoridad el Presidente pretende borrarlos de un plumazo?
¿Sabrá Milei el tiempo que implica formar un investigador en cualquier disciplina de conocimiento?
Si hacemos un cálculo somero, desde su ingreso a una universidad para obtener el grado de licenciatura, pasar luego por la formación de posgrado, desarrollar su propia tesis de doctorado y luego trabajar en su formación práctica en un laboratorio o un centro científico, debemos contar no menos de 20 años. Es decir, son 20 años de inversión individual y colectiva en la formación de un recurso humano fundamental que, sobre ese campo de conocimiento, podrá no solo avanzar en desarrollos particulares sobre su respectivo ámbito científico, sino formar a otros.
Merecería un debate más profundo la propuesta de desmantelar algo que la sociedad argentina viene impulsando desde el fondo de su historia, sólo por el capricho de ajustar las cuentas de un déficit que ni la ciencia ni los investigadores produjeron. Como dijo Houssay, la ciencia no es cara, lo que es caro es la ignorancia.