Abanderado por excelencia del opoficialismo en la era de Javier Milei, el PRO se lanzó a una peligrosa aventura de cooperación que, en sus inicios, lo ilusionaba con puestos importantes en la administración del Estado –lugares que las urnas le habían negado rotundamente– y, en el otro extremo, lo aterraba con el peligro de la extinción. Transcurridos casi siete meses de gobierno ultraderechista, con la ley Bases ya aprobada y en momentos de definiciones para un plan económico que hace ruido por todos lados, llega la hora de la verdad. Así lo entiende Mauricio Macri, un hombre que, ante todo, es un macrista.
En ese camino de amor por sí mismo, pasó en pocos años de padrino político de Horacio Rodríguez Larreta a enemigo enconado del exintendente porteño, de aliado de Patricia Bullrich a némesis de la ministra de Seguridad y de ayudante ad honorem de Milei a protagonista de un apurado proceso de desacople. En eso anda ahora.
Macri, un dirigente que en su momento entusiasmó a algunos sectores con la idea de generar, por fin, una derecha moderada en la Argentina, fue y vino de sus promesas varias veces en el derrotero simplificado en el párrafo anterior. Hoy, si pega el volantazo y se aleja del presidente paleolibertario no es, precisamente, porque se escandalice por sus ya indisimulables excesos. El cálculo es simplemente de costo-beneficio.
Si al inicio de la actual administración Macri pensó que podría sacarle agua a las piedras de una suerte de cogobierno, el tiempo transcurrido lo ha desengañado.
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El team Javier Milei, con incrustaciones macristas por su cuenta.
De movida, las incorporaciones de Bullrich y Toto Caputo, entre otros –como el entornista Fernando Iglesias–, fueron a título estrictamente individual, sin que él haya tenido chance de obtener algo a cambio de esos fichajes. Lo de Federico Sturzenegger, el liberal utópico que está a punto de desembarcar, por fin formalmente, en el gabinete ha ido en esa misma línea de adhesiones silvestres.
En el medio han quedado sin respuesta las reiteradas cartas de amor de referentes como Diego Santilli y Cristian Ritondo, así como ciertas defensas, seguidas de silencios prolongados y jamás explicados, de otros como María Eugenia Vidal.
El PRO, un partido sin votantes
Milei le hizo a Macri algo parecido –aunque en escala mayor– que lo que el propio Macri le había hecho en 2015 a Sergio Massa: deshidratarlo sin darle nada a cambio.
Si entre la primera y la segunda vueltas electorales del año pasado el anarcocapitalista pasó del 30% de los votos a casi el 56%, todo ese aporte fue voto PRO. El político inexperto no necesitó pensar demasiado para entender que se quedaría gratis con la totalidad de ese electorado mayormente liberal-conservador y, más profundamente, antiperonista.
A la oferta de alianza de Macri, Milei optó por la estrategia de la cooptación. Acertó: el hecho estructural de la migración de prácticamente todo el electorado del PRO a la opción por La Libertad Avanza (LLA) le abrió el piso bajo los pies al partido amarillo.
En la enésima demostración de la casuística internacional acerca de la facilidad con la que las derechas radicales se devoran a las moderadas, a Macri y al PRO no les quedó más remedio que acompañar a pie juntillas el inicio de la nueva administración, que recogía, con decisión recargada, todas sus banderas descoloridas. Así, el expresidente y su criatura quedaron inmersos en una disyuntiva de hierro: si a Milei le fuera bien, el PRO terminaría prácticamente fagocitado por LLA; si le fuera mal, acaso pagaría también los costos de haber apoyado un plan económico basado en un ajuste ciertamente inequitativo, aparentemente insustentable y probablemente inútil.
Sin embargo, apostar al segundo escenario y escapar justo a tiempo es su única oportunidad. Atraído por esa ventana que se cierra velozmente, Macri salta al vacío.
Mauricio Macri y los pasos del desacople
Era un secreto a voces, uno que, en tanto tal, seguro que no sorprende a Milei: aprobada la ley Bases, el PRO se lanzaría a la diferenciación.
El primer paso fue la difusión de un informe que repartió elogios de rigor y se empeñó en enumerar las fragilidades del plan económico elaborado por la Fundación Pensar, conducida por la antes larretista y hoy ultramacrista Vidal. Ese texto indigestó a Milei y a los demás comensales de su mesa mínima.
El segundo aviso llegó este miércoles, con la decisión de Ritondo y de la bancada que conduce de presentar un proyecto de resolución para que el Gobierno cumpla con una medida cautelar de la Corte Suprema y transfiera fondos al parecer adeudados por la Nación a la Ciudad de Buenos Aires.
Apenas dos horas después, poniéndole su firma a toda la movida, Macri eligió con cuidado los términos del posteo en Twitter con el que puso en marcha formalmente el desacople.
"Desde antes de ser gobierno apoyamos al actual presidente (…) sin ninguna condición ni especulación", mintió un poco. Tras facturarle el voto por las Bases, le recordó que más importante que sancionar normas nuevas "es cumplir con las existentes" y "los fallos irrevocables (…) de la Corte Suprema". En concreto, el envío de esos fondos a la Ciudad, su gran bastión político y niña de sus ojos. La plata es la medida de todas las cosas.
Macri arrinconó al Presidente descontando que cumplir los fallos es su voluntad; total, para declarar la guerra siempre hay tiempo. Finalmente, bendijo el carácter "correcto" del camino oficial, pero advirtió: "No podemos desviarnos".
Le toca ahora a Milei decidir hasta dónde lleva la tensión, pero todo indica que se convertirá en un frontón perfecto: los gobernadores de lo que fue Juntos por el Cambio se sintieron destratados cuando Guillermo Francos privilegió a los peronistas amigos en la organización del Pacto de Mayo.
En línea con ese indicio, el posteo de una cuenta de la red Twitter atribuida a un hombre muy influyente y que gusta de provocar sin mostrar la cara pareció sugerir una ruptura. La Argentina paleolibertaria se mueve en una oscuridad densa.
Velando las armas
Si el exmandatario no declara por el momento una guerra es, para empezar, porque no sabe con qué fuerzas cuenta. Para salir de esa ignorancia y forzar alineamientos se dispone a privar este jueves a su enemiga íntima, Bullrich, de la conducción de la Asamblea del PRO, el órgano partidario encargado de definir las políticas de alianzas, donde recalaría Martín Yeza. Ella, como contó Gonzalo Prado en Letra P, resistirá para llevar el partido que presidía hasta hace unos meses a una fusión con LLA, proceso que, tal como van las cosas por ahora, supondría la extinción de hecho del dinosaurio amarillo. La pelea entre ambos en la provincia de Buenos Aires, como informó Juan Rubinacci, sí que ya es guerra abierta, mientras Ritondo maniobra para que no se exprese en una ruptura de la bancada en la cámara baja.
Los cálculos de ambos contendientes son opuestos. Ella juega todo lo que tiene a que la bonanza política del presente –encuestas favorables y una desinflación y plan económico que aún dan pelea…– sean un rasgo eterno. Él descuenta un futuro difícil para el Gobierno. Será porque lo cree o porque lo necesita: si Milei prolongara su etapa de éxito, el PRO languidecería.
Ahora bien, no necesariamente un fracaso oficial restablecería la vieja fortaleza macrista. Por un lado, al partido le sería difícil explicar su parte –más que colaborativa– en un eventual descalabro; por el otro, hay que recordar que la sociedad viene de castigarlo por su pasado reciente con un tercer puesto humillante en las elecciones de octubre.
Lo mucho que pondrá en juego en los comicios legislativos del año que viene serán para el PRO una prueba muy difícil de superar. Para que eso no sea directamente un imposible, Macri necesita que no ocurra lo que anticipan los Estados Unidos –¿de Donald Trump?– y Francia –¿la del lepenista Jordan Bardella?–: el hundimiento del centro político urbi et orbi.
La memoria infinita de Karina Milei
Días atrás, el Presidente lanzó una definición que sorprendió habida cuenta de las horas bajas de su relación con Macri. "Creo que vamos camino a una fusión de las fuerzas" con el PRO, dijo. Su idea de "fusión" es la aspiración total del partido amarillo, exactamente lo que le gestiona allí su topo Bullrich.
Para vender su "apoyo incondicional" a Milei poco antes del ballotage, Macri había usado una expresión fuerte: LLA era, dijo, "una agrupación no madura y fácilmente infiltrable". Es probable que el ahora mandatario y –especialmente– la aun más memoriosa Karina Milei –principal impulsora de tomar por asalto lo que es del PRO, sin pedir permiso– hayan anotado esa sentencia con la tinta del rencor.
El infiltrado, vía Bullrich, al final podría ser el macrismo.