Mauricio Macri fue tan malo como presidente que no pudo ser reelecto y, tres años y cuatro meses después de ser eyectado de la Casa Rosada por la histérica voluntad popular, a pesar de los malísimos tres años y cuatro meses de gobierno de Alberto Fernández, que tampoco será reelecto, una inmensa mayoría recuerda que el paso del ingeniero por Balcarce 50 fue un desastre. Por eso, por debajo del relato épico que construyó para bajarse de la carrera presidencial -los falsos gestos de grandeza que coreó la hinchada-, subyace la realidad, que es la única maldita verdad, incluso para un antiperonista de raza: el 70% de imagen negativa que insistieron en revelar las encuestas sepultó el sueño del segundo tiempo y, ahora, el fundador del PRO, un tipo bien pragmático que no suele ahogarse en melodramas, disfruta de lo que le queda: la jefatura pro tempore del partido amarillo, un título nobiliario que ejerce con una sonrisa maliciosa y un brillo diabólico que ilumina sus ojos de hielo.
"Es el Jefe", concede a Letra P un dirigente con ambiciones 2023 que, en la sobremesa de unas pechuguitas a la suiza con mix de verdes y parmesano, espera que el mozo termine de levantar los platos y se incorpora en su silla para validar la conclusión. "Es el Jefe y se divierte horrores en ese papel... es Patán", compara, ochentoso, acaso nostálgico del perro malo que acompañaba, como copiloto, a Pierre Nodoyuna en los grandes premios de Los autos locos.
Despojado de eventuales angustias existenciales/electorales, Macri ejerce por estos días ese rol que es un premio consuelo del que no reniega aun cuando, más que Astrada, es Mascherano, con perdón de la analogía millonaria. Más que El Jefe, el xeneize es El Jefecito: su jurisdicción se limita al PRO y su carroza podría convertirse en calabaza el 10 de diciembre si asumiese un nuevo gobierno amarilllo encabezado por un presidente o una presidenta que no quisiese repetir la experiencia de su predecesor inmediato, que gobernó condicionado por el poder imperecedero de su mentora.
Lo mío es mío
Patán no llora, ríe con malicia. El renunciamiento a su segundo tiempo vino, para Macri, con un pancito bajo el brazo. El primer gesto de autoridad del Jefecito estuvo incluido en el paquete de su rendición, cuando le reclamó la escritura de la Ciudad de Buenos Aires a Horacio Rodríguez Larreta, que la tiene, a juicio del ingeniero, en comodato: el candidato a la sucesión tiene que ser mi primo Jorge, exigió.
Como viene contando Letra P, el intendente porteño resiste el retruco con dos anchos falsos (el halcón Soledad Acuña y la paloma Fernán Quirós) y arma un chino electoral con su socio encubierto Martín Lousteau (dos urnas: una tradicional para votar cargos nacionales y una electrónica o de papel pero con boleta única para las categorías municipales).
En la pelea por el control de la fortaleza fundacional PRO, Larreta exhibe un doble déficit. En los últimos cuatros años, cuando tuvo fierros que nadie más tenía en la primera línea amarilla, no construyó un liderazgo que le permitiera asegurarse el control de la escritura una vez que él hubiere abandonado la casita de los padres. Encima, no alumbró un Frankenstein competitivo para una eventual -ya está pasando- pelea por la sucesión.
Para el PRO lo que es del PRO (y mío)
En las últimas horas, El Jefecito se puso el traje de custodio de los intereses amarillos y plantó cruces en dos casilleros del tablero federal de Juntos por el Cambio, Neuquén y Córdoba.
Como contó Gonzalo Prado este jueves, en la provincia del norte patagónico bajó la orden de que el PRO llegara a un acuerdo con Rolando Figueroa, el candidato a gobernador que rompió el hegemónico Movimiento Popular Neuquino (MPN). La jugada frustró la conformación, en la tierra de Vaca Muerta, de JxC en su formato tradicional, ya que solamente una parte de la coalición competirá con el sello. A días de las elecciones, que se celebrarán el 16 de abril, el exmandatario viajó para bancar a la lista amarilla díscola, una apuesta que tiene mucho de personal.
En la provincia mediterránea, casi un kilómetro cero del macrismo presidencialista por la montaña de votos que le dio Córdoba en las elecciones nacionales de 2015, Macri marcó con un círculo rojo al diputado radical Rodrigo De Loredo, que le había prometido jugar a fondo la interna contra Luis Juez y se bajó del caballo a mitad de río -el ingeniero no quiere ver ni en figuritas al senador más gracioso, que en 2017 tuvo que dejar la embajada argentina en Ecuador después de decir que la población local no era muy apegada a la higiene-.
Esos ruidos y la indefinición de la oferta de la alianza para la capital cordobesa enrarecen el clima. “JxC no va a ser una síntesis del radicalismo”, prenden la mecha, por lo pronto, en el PRO, como reveló este viernes Yanina Passero. La UCR ve, en esa advertencia, las huellas digitales del expresidente.
Solo quiere divertirse
Hasta ahora, no ha habido bendición. Públicamente, Macri ha evitado cualquier pronunciamiento que diera pistas sobre sus preferencias en la pelea por la precandidatura presidencial del PRO, que, a esta altura, no parece tener chances de definirse fuera de las urnas de las PASO. En privado, la historia es otra.
Aunque no está del todo claro qué, algo se rompió entre Patán y el alcalde. Desde que ataca con culpa la panera hasta que sorbe por última vez el expreso que toma sin azúcar ni edulcorante, dos horas después, el dirigente con ambiciones 2023 vuelve una y otra vez sobre el tema: El Jefecito, sostiene, no piensa tener piedad con el hijo putativo que bendijo en 2015 para que le cuidara la casa.
-¿Quiere que sea (Patricia) Bullrich?- pregunta Letra P.
-No necesariamente, pero está piñón fijo con El Pelado. Lo tiene acá- dice y se apoya la yema de su dedo índice derecho en el entrecejo.
-Está enojado.
-No, no. Mauricio no se enoja. Mauricio se divierte. Acordate: es Patán.