Manuel Adorni no está de adorno en el gobierno de Javier Milei. Es, por el contrario, una pieza clave en el desarrollo del terrorismo discursivo oficial, una estrategia que, como explicó este lunes Marcelo Falak, está destinada a sembrar el pánico en la sociedad ante un fin del mundo que es inevitable sin una guerra proporcional a la catástrofe que se avecina.
“Nos encaminamos hacia una hiperinflación y la decisión es evitarla. La inflación que vamos a evitar seguramente sea mucho más devastadora que la hiperinflación de 1989 y 1990”, dijo el vocero presidencial minutos después de las 8 de la mañana de este martes. Instantes más tarde, cerró el círculo: el ultraajuste que aplicará el nuevo gobierno es la única receta posible para "evitar la catástrofe", dimensionada como "una de las crisis más profundas de la historia". Como djo el Presidente ante la plaza libertaria el domingo al mediodía: "No hay alternativa al shock".
Adorni tenía todo fríamente calculado: cuando nueve horas después, a las 17.30, el ministro de Economía, Toto Caputo, mostrara finalmente el filo de la motosierra, nadie podría hablar de traición (él había avisado) y nadie podría juzgar desmesurado el ajuste que se viene: era eso o la híper; era eso o la catástrofe. El remedio es proporcional a la enfermedad.
¿Es tan así? Falak argumentó por qué cree que no:
- "El balance (que hizo Milei en la plaza) llamó la atención por la exageración de varias cifras".
- "(El Presidente) sorprendió al señalar que (el gobierno saliente) 'nos ha dejado plantada una hiperinflación y es nuestra máxima prioridad hacer todos los esfuerzos posibles para evitar semejante catástrofe, que llevaría a la pobreza por encima del 90% y la indigencia por encima del 50'".
- "¿De dónde sale semejante previsión? De la idea de que la híper dispararía el IPC al 15.000%… otra imaginería".
La definición de terrorismo llevó décadas de debate académico y de discusiones en la comunidad internacional. En 2005, el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, recomendó a los paises miembro de la Organización que utilizaran una que la Argentina introdujo en 2011 en la Ley 26.734. En su artículo 41 quinquies, el Código Penal establece penas agravadas para quien cometiere delitos "con la finalidad de aterrorizar a la población u obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros o agentes de una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo".
La narrativa oficial de la catástrofe inexorable apunta a sembrar el pánico y a inmovilizar a la población aterrada para que se abstenga de protestar. No se quejen, no pataleen: es esto o la catástrofe.
Televidentes con buena memoria ven en Adorni a Max Headroom, protagonista de una serie de futurismo cyberpunk que irrumpió con estética disruptiva en la televisión estadounidense de los tardíos ochentas.
Criatura parida por la inteligencia artificial en un mundo gobernado por las grandes cadenas de TV, Max es el frontman omnipresente de un poder fáctico que consigue controlar el pensamiento y hasta los movimientos de la audiencia.
Hiperkinético y saltarín en la pantalla por obra y gracia de una transmisión que sufre microcortes sistemáticos, Max repite mil veces cada frase -es una especie de tartamudo cibernético- y se presenta en cada capítulo invitando a pasar "20 minutos en el futuro".
Adorni -creer o reventar, el vocero comparte ciertos rasgos fisonómicos con Headroom- también. Sus conferencas de las 8 son -alcanza con los primeros botones de muestra- un viaje de unos minutos -20, más o menos- a un futuro distópico, el de la catástrofe que el Gobierno promete "tratar de evitar" solo si la población se banca la que venga sin chistar, una motosierra que debe llegar hasta el hueso. El que corta no cobra. Y cobra.
Pese a la novedad, a Max Headroom no le fue bien: por bajo rating, la serie fue cancelada a 13 episodios de andar. Por ahora, Adorni, frontman omnipresente del relato apocalíptico mileísta, concentra toda la atención de una audiencia aterrada.
Fin.