- Tercero, el resultado mexicano de este domingo expone cuánto puede beneficiar a un gobierno presentarse como lo nuevo y diferenciarse de la partidocracia tradicional allí donde esta sufre un descrédito profundo.
Más allá de las enormes diferencias ideológicas y de los repetidos cruces dialécticos que han tenido, hay un hilo que une los estilos de AMLO y de Milei, dado por el discurso populista divisivo, la confrontación con la prensa crítica y el desdén por la vieja política.
En un hecho llamativo, la derrotada Xóchitl Gálvez representó a una alianza de los tres partidos más tradicionales: el suyo, de Acción Nacional (PAN, conservador), el otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el izquierdista de la Revolución Democrática (PRD).
La curiosidad es que el PAN fue, en su momento, alternativa al PRI, y que el PRD –en el que López Obrador se hizo conocido– surgió como una escisión socialdemócrata de este último, convertido desde hacía décadas en una organización oligárquica de régimen. Fue AMLO-Sheinbaum contra el mundo.
Promesas y efectos de la apertura comercial
Al revés de lo que sugieren sus dogmas, Milei se ha mostrado hasta ahora cauteloso en lo que respecta al objetivo programático de la apertura, seguramente más por escasez de divisas en el Banco Central para abrir las importaciones que por falta de ganas. Si se tiene en cuenta que México decidió hace más de 30 años integrar su aparato productivo –sobre todo en la región norte, fronteriza– con el de la primera potencia económica del mundo, pueden sacarse conclusiones respecto de un plan como el que se intenta poner en marcha en la Argentina.
A lo largo de ese camino, México consiguió casi triplicar sus exportaciones en términos de PBI, las que pasaron de representar casi 30% del mismo a un 85%. Esto, claro, incrementó el ingreso de divisas duras, pero también su salida a través de importaciones necesarias para alimentar con insumos y partes a las factorías destinadas a abastecer el mercado estadounidense.
Si el aumento de las ventas externas es el efecto benéfico más directo de la integración, otro ha sido la progresión del empleo formal y mejor remunerado en las regiones y sectores más impactadas por el T-MEC. Sin embargo, esos avances son todavía limitados: el trabajo no registrado aún asciende al 60% a nivel nacional. Treinta años después, cabe reiterar.
El crecimiento económico es, tal vez, la principal promesa incumplida del libre comercio con Estados Unidos.
En los años inmediatamente posteriores a su introducción, el crecimiento del producto alcanzó niveles del 4 al 5% anual, más allá del colapso financiero de 1994, conocido como "efecto tequila". Esa tendencia, sin embargo, no derramó en la mejora esperada de la infraestructura ni los servicios sociales y, para peor, se fue ralentizando hasta convertirse en un más que mediocre 1% anual promedio en los años de López Obrador.
En efecto, bajo el gobierno de AMLO, la economía mexicana ha sido un sube y baja constante: +2% en 2018, -0,3% en 2019, -8,7% en 2020 pandémico, +5,8% en 2021, +3,9% en 2022 y +3,2% en 2023. Este año, las proyecciones apuntan a una expansión del 2,5%, superior al promedio latinoamericano, pero insuficiente para hablar de un camino al desarrollo.
La lucha contra la pobreza, el gran logro
Como se observa, López Obrador y su heredera Sheinbaum no han sido premiados por un desempeño económico descollante. Sí, en cambio, capitalizaron una mejora sensible de los niveles de vida en los sectores populares.
Una de las principales promesas de campaña de la ahora presidenta electa ha sido continuar las políticas sociales y de transferencia directa de ingresos de AMLO, sin desatender la necesidad de mejorar el saldo fiscal.
El dato más destacado de la política de López Obrador fue el salto de 134% del salario mínimo –pasó de 5,2 dólares diarios a 12,2–, crónicamente planchado durante la vigencia del libre comercio hasta su primer año de gestión, en 2018.
Eso se sumó a los programas de transferencias de ingresos, que mejoraron 55%, sensiblemente por encima de una inflación acumulada, algo mayor al 30%.
Los elementos mencionados ayudaron a que la pobreza se redujera del 41,9% a 37% en los últimos seis años –beneficiando a 5 millones de personas sobre una población de 129 millones–, algo que no es espectacular, pero sí meritorio y que debe entenderse en el marco de una mejora relativa general de los ingresos. La pobreza extrema, en tanto, no ha dejado de oscilar en torno al 7%.
Un tema no menor: la promesa de López Obrador de combatir la inseguridad y la violencia del narcotráfico más con política social que de seguridad ha quedado muy corta en sus objetivos. Su salida del poder se producirá con casi 190.000 muertes violentas en seis años y con una tasa de homicidios elevadísima, de 25 cada 100.000 habitantes.
Javier Milei y el camino de libertario
Una vez más, el ejemplo de México, a la luz de los beneficios y cuentas pendientes del libre comercio con economías mucho más desarrolladas, resulta útil para pensar el sendero que Milei desea darle a la Argentina.
El Mercosur persiste, desde ya, pero como un esquema de apertura entre otros posibles y ya no como la siempre inconclusa construcción desarrollista pergeñada por Raúl Alfonsín y José Sarney, y reflotada tiempo después por Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor y Cristina Kirchner.
Si el libre comercio le generó a México bolsones –regiones y sectores– de modernidad y otros, tradicionales, muy afectados, y si la promesa del crecimiento sostenido no se concreta, cabe preguntarse por las condiciones de éxito de un programa que apunta a una apertura generalizada. Más allá de sus inequidades, paliadas con mucho esfuerzo a lo largo de décadas, a Chile no le ha ido mal con esa estrategia, pero cabe preguntarse si la misma es apta en un país de 46 millones de habitantes, economía más diversificada en el arranque, importante caudal de empleo industrial y expectativas de ascenso social históricamente más ambiciosas. El modelo Milei está en entredicho.
En otras palabras, y esto les cabe a los dos países que se intenta contrastar, se trata de definir qué caminos al desarrollo económico resultan transitables con un piso aceptable de consenso social. México parece tener un consenso, aunque el desarrollo es una materia pendiente, incluso con libre comercio. Argentina, por ahora, no tiene ni una cosa ni la otra, y es arrastrada unilateralmente por su gobierno hacia un programa radical en medio de un proceso doloroso e incierto de estabilización.
Con Claudia Sheinbaum, México buscará en los próximos seis años sostener los avances sociales recientes sin perder equilibrio macro y logrando incentivos socialmente más constructivos para la inversión. El camino es difícil, pero de transitarlo con éxito dependerá que las transiciones políticas dentro del progresismo regional encuentren por fin un hito virtuoso.
En otras palabras, que AMLO y ella tengan éxito en aquello que sí ocurrió en su momento con las gestiones progresistas de Chile y Uruguay, pero que no lograron coronar satisfactoriamente Lula da Silva con Dilma Rousseff, CFK con Alberto Fernández, Hugo Chávez con Nicolás Maduro y Rafael Correa, entre otros.
El centroizquierda mexicano se lanza a la aventura de que la sucesión desde su liderazgo inicial no encalle en el conflicto político o el fracaso económico.