Javier Milei ganó de manera contundente en la provincia de Córdoba. La fórmula del fernet quedó fuerte porque el libertario logró el 74,05% de los votos contra el 25,94% que obtuvo Sergio Massa. Batió el récord histórico, el famoso y folclórico 70-30 (en rigor, fue 71,5 a 28,5) de Mauricio Macri contra Daniel Scioli en 2015, incluso fue más allá de la expectativa que el minarquista fijó para la provincia: 60%.
Córdoba prefirió el salto al vacío que darle la oportunidad a un peronista del que nadie dudaba que haría algunos movimientos rápidos para quitarse de encima -o reducir la injerencia- del kirchnerismo en su futuro gobierno de unidad. El cordobesismo de Juan Schiaretti y Martín Llaryora tampoco ponía en tela de juicio el liderazgo del hombre del Frente Renovador (FR), asumiendo que iría por todo, incluso la provincia alambrada del justicialismo nacional por casi dos décadas.
El gobernador-candidato buscó jaquear la capacidad de readaptación de Massa al reciclar la dicotomía kirchnerismo-antikirchnerismo con la dupla interior-AMBA. Impuso una agenda productiva que los debates le permitieron instalar y consolidar en siete puntos el 22-O, pero no compró su propio cuento. Detrás de la neutralidad desequilibrada de Schiaretti se escondía un dato que emanaba a su propia vivencia: ni él pudo ganarle a Milei en el distrito que gobierna.
Desde allí, Schiaretti endureció su discurso hacia uno de los extremos porque, como repiten en el cordobesismo, “siempre entendió a la perfección a su electorado”. Demarcó el camino a su sucesor que administró guiños hacia Massa, pero entendió que la imparcialidad era el camino para no entrar en contradicciones con su base de apoyo.
Schiaretti y Llaryora acordaron la neutralidad a conveniencia. El primero jugó fuerte contra el ministro-candidato y el segundo administró gestos. Sin embargo, sabían que el aparato del cordobesismo no se movería si sus jefes disponían lo contrario. “El que quiere apoyar a Massa que lo haga”, hacían saber.
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Extendieron la alfombra roja para que Milei cerrara su campaña en Córdoba. Esa misma mañana, Llaryora dejaba trascender la incorporación de dos hombres de Macri en carteras centrales de la provincia: Industria y Turismo. Uno de ellos, Pedro Dellarossa, confirmaba que votaría a Milei apenas empezaba a socializarse su pase al Partido Cordobés y la punta de un plan que buscará terminales directas con el ahora presidente electo.
Este medio contó hace tiempo que, desde la mesa chica del gobernador, imaginan un tercer tiempo de Schiaretti sentado a la mesa de Milei. Al fin y al cabo, esta neutralidad violácea del cordobesismo será puesta en consideración del futuro presidente.
Massa no superó a Alberto
Por lo pronto, sólo Cristina Fernández de Kirchner logró el domingo de su reelección elevar el techo del espacio en la provincia con 37,9%. A Alberto Fernández le fue mejor en el distrito en 2019 con 29,31% de los votos. Massa superó los 12 puntos en octubre, pero necesitaba como mínimo un 33% para ilusionarse este domingo.
Quedó claro que Massa contó con lo que se vio en ese acto del club General Paz Juniors: la estructura del viejo kirchnerismo provincial que trabajó a máxima capacidad, pero que sintió la espalda del cordobesismo. Las figuras del peronismo valiente del interior ni siquiera pudieron salvar la ropa en sus terruños. La ola libertaria fue imparable.
La promesa de un gobierno de unidad nacional de Massa, que el propio gobernador Schiaretti agitó en la fase temprana de su campaña presidencial y que tomó forma con la danza que terminó en pisotones con Horacio Rodríguez Larreta, no alcanzó.