Los jefes de gobierno de Brasil, México y España lanzaron este martes declaraciones de apoyo a Sergio Massa de cara al ballotage presidencial del domingo con Javier Milei y se sumaron a pronunciamientos de exmandatarios como el español José Luis Rodríguez Zapatero y el uruguayo José Mujica. En un sentido, esos gestos eran esperables, dado el perfil progresista de los mencionados, pero detrás de ellos hay algo más: la inquietud de socios clave de la Argentina ante la posibilidad de que se instale en el poder un proyecto de derecha radical potencialmente dañino para las relaciones bilaterales en lo político y en lo comercial.
"Argentina necesita un presidente al que le gusten la democracia, el Mercosur y América Latina", dijo Luiz Inácio Lula da Silva en un video.
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"Milei de Argentina, facho (…), ultraconservador que está hasta en contra del papa", señaló el mexicano Andrés Manuel López Obrador. "Frente a la estridencia, Sergio Massa representa la tolerancia y el diálogo (…). Querido Sergio, ¡suerte y a ganar!", arengó, por su parte, el español Pedro Sánchez.
El fondo del asunto
En reiteradas ocasiones –incluso en el debate del domingo–, Milei aseguró que, en caso de llegar al poder, no mantendría contacto con países gobernados por "comunistas", categoría en la que incluyó a los dos principales socios comerciales del país, China y Brasil. Si no mencionó a México y España, otras fuentes relevantes de negocios e inversiones, fue solo porque no se le preguntó por ellos.
Según él, el comercio es cuestión de intereses privados que no deberían sufrir por la falta de relaciones políticas y, aun en el caso en que ese daño se produjera, el intercambio podría "triangularse" con otros países.
Esa concepción es a la vez disparatada y peligrosa. Lo primero, porque es imposible la realización de exportaciones e importaciones sin la acción de los gobiernos, por caso para negociar aranceles, reglas fitosanitarias y otros marcos de referencia; lo segundo, porque revela la idea de una estructura de ventas externas exclusivamente primaria.
Claro, la soja o la carne se venden en mercados globales y, en tanto commodities, si no las compra un cliente, lo hará otro. ¿Y los autos o el resto de los bienes industriales que exporta el país, no sin dificultades, flujo imprescindible para que haya una salida al actual hiperendeudamiento? Eso no tendría destino sin política y diplomacia, y por algo la tarea principal de esta última apunta hoy a la apertura de mercados. Tal vez faltó realizarle dos preguntas a Milei a lo largo de esta campaña extenuante: ¿para qué, dada su concepción, querría tener una Cancillería activa? ¿Será que apunta a cerrarla igual que a otros ministerios?
Un dato demuestra el posible efecto económico de su macartismo. El mes pasado, el ministro de Economía había asegurado que pagaría vencimientos con el FMI por 2.600 millones de dólares con recursos del swap chino. Sin embargo, Pekín optó por la cautela ante la posibilidad de que un triunfo del ultraderechista le impidiera cobrar la deuda ya acumulada en ese concepto, por lo que el rembolso se debió efectuar con el fondo de la olla del Banco Central. Así, las reservas brutas cayeron por debajo del insólito nivel de 21.000 millones de dólares –agudizando la fragilidad del país–, y solo la acumulación de billetes verdes en las últimas 16 ruedas permitió una recuperación, desde ya insuficiente.
Un experimento inédito
La incertidumbre acerca del resultado del domingo implica que la Argentina juega con la posibilidad concreta de dar un salto al vacío. No es una chicana. El propio Milei suele vanagloriarse del hecho de que no hay antecedentes en el mundo de que un proyecto anarcocapitalista haya sacado el 30% de los votos en una elección presidencial. Conviene pensar en esto.
Desde ya que la ultraderecha está en auge en muchos lugares y que, de hecho, llegó al poder en Estados Unidos, Brasil y otras naciones importantes. Sin embargo, su cepa anarcocapitalista –o, de un modo un poco menos narcótico, minarquista– no es dominante ni mucho menos bajo los liderazgos de Donald Trump, Giorgia Meloni o Marine Le Pen, en los que prima una idea proteccionista y reivindicadora de la acción de los Estados.
Diferente ha sido, en los papeles, el bolsonarismo, ultralibrecambista, pero que en la realidad de la gestión nunca llegó a consumar sus amenazas de romper el Mercosur ante los planteos del sector industrial que encuentra en el bloque regional un refugio imprescindible.
Lo de Milei –un exotismo argentino– es puro dogmatismo, ya que su deseo de alinearse de modo exclusivo con Estados Unidos no tiene ningún potencial comercial mensurable.
Coda británica
Milei también cuenta con apoyos… de exgobernantes como Mariano Rajoy e Iván Duque. Hay, seguramente, otro más sustancial, pero silencioso: el del Reino Unido, país que adoraría la emergencia de un gobierno argentino dispuesto a "resolver" la cuestión Malvinas desde el reconocimiento de los "derechos" de los isleños.
Massa lo cruzó a Milei por esos dichos, explicitados en rigor por su eventual canciller, Diana Mondino. Este martes lo atendió, en la misma línea de lo que había dicho respecto de la dolarización, Horacio Rosatti. La Constitución, le recordó, tiene una cláusula transitoria que impone "un compromiso de todos los gobiernos para, por vías pacíficas, recuperar la soberanía plena de Malvinas". "Hay gente que tiene o quiere tener responsabilidades públicas y no ha leído la Constitución (…) No se puede decir cualquier cosa", remató el presidente de la Corte Suprema de Justicia.