La pelea se hace más grande y encarnizada cuando la bolsa es mayor y el Frente de Todos (FdT) no para de agrandarla con el encadenamiento de fracasos. La oposición huele aroma a victoria anticipada, pero, lejos de ordenarla, ese aliciente le planta otra vez el desafío de no perder la virtud de la que se ufana desde que fue desalojada del poder, en 2019: la unidad tras la derrota.
Si fue difícil mantenerla durante estos tres años y pico, ahora, en plena campaña y con la llave de la Casa Rosada al alcance de la mano, la cosa se le hace cuesta arriba. La interna en el PRO es tan furiosa en la superestructura que se replica en la Buenos Aires del 38% del padrón electoral multiplicando conflictos y escenarios… justo en el distrito donde el oficialismo tiene su mejor contendiente, el gobernador Axel Kicillof.
Patitos en fila
El corrimiento de Mauricio Macri impulsó el subidón de Patricia Bullrich, que se quedó como única heredera del voto halcón, y con los números de las encuestas en mano, en el territorio hacen fila para colgarse de la precandidata. “Cualquiera se anima, aunque no tenga rodaje, y eso puede ser un arma de doble filo a futuro”, advierten en campamentos larretistas. Intendentes y ganadores de 2021 vs. los sabaneros, grafica alguien con despacho en el tercer cordón del conurbano.
La frase, robada para el título de esta nota, alude a la pelea que viene contando Letra P entre quienes quieren blindar las 20 intendencias que tiene el PRO evitando internas –en las 15 en las que sus comandancias buscarán quedarse cuatro años más y las restantes, en las que los intendentes ya hacen las valijas y empujan sucesiones– y quienes plantean la necesidad de ir a la pelea sin respetar trayectorias.
Los primeros sostienen, por ejemplo, que aquellos dirigentes sin tierra que ganaron las elecciones de 2021 debieran tener prioridad por sobre quienes, con escasa o nula estructura, representación y, en algunos casos, votos, podrían verse beneficiados por el arrastre de la boleta encabezada por la exministra. Es conocido el riesgo que se corre cuando se engendra un Frankenstein solo para ganar elecciones, aducen.
Esa guerra se multiplica en decenas de los 135 distritos que conforman Buenos Aires a caballo del panorama que pinta el crecimiento de Bullrich, pero tiene un gran botón de muestra en la pelea por ver quién se queda con la candidatura a gobernador. Diego Santilli es quien mejor mide, lo sigue Cristian Ritondo y muy de atrás corre Joaquín de la Torre, interesadísimo con que no se concrete el acuerdo entre la precandidata presidencial y el exministro de Seguridad para, así, quedarse como único heredero de esos votos duros.
Horacio Rodríguez Larreta pegó el grito de guerra para torcer el rumbo de la intrascendencia a la que lo empujaba no pelearse con nadie y eligió desafiar al padre. La estrategia del jefe de Gobierno porteño incluye, además, el apuntalamiento permenante de los intendentes que le responden y aquellos dirigentes sin tierra del conurbano que caminan los territorios desde hace tiempo; su desembarco junto a Santilli en una cena recaudatoria en Malvinas Argentinas esta semana para apuntalar a Lucas Aparicio es ejemplo de aquello.
Dispersión o candidatura única
En la provincia donde no hay ballotage –en la que Kicillof acaba de confirmar que las primarias se celebrarán el mismo día que las nacionales, pero se guardó un as en la manga que podría convertirse en un severo dolor de cabeza para la oposición–, el PRO enfrenta la disyuntiva: ir con lo mejor que tiene, que en términos electorales es con quien mejor mida, o licuarse a sí mismo en una interna que en las primarias podría dejar a sus candidatos relegados a partir del tercer lugar en la grilla, incluso detrás del candidato o la candidata que represente a la fuerza de Javier Milei, también en franco ascenso. Por efecto del voto contagio, esa foto de derrota se convertiría para el PRO en un lastre difícil de remontar en las generales. Por ahora, no hay baños de humildad a la vista.
El conflicto que generó el desdoblamiento de la elección en la Ciudad deja a Jorge Macri en el centro de la escena. Impulsado por su primo Mauricio, el vicentelopense ministro de Gobierno porteño es el más perjudicado por la decisión, pero es, al mismo tiempo, quien pudiera tener la llave para comenzar a destrabar el entuerno en Buenos Aires. Además de comandar su distrito a distancia, tiene ascendencia sobre un puñado de jefes comunales que podrían inclinar la balanza en la pelea entre halcones y palomas bonaerenses.
La oposición, es decir Juntos, la alianza en la que pesa mucho el radicalismo que conduce el diputado Maximiliano Abad –quien se mantiene equidistante de la pelea Macri entre Larreta– tiene en Buenos Aires una oportunidad casi irrepetible. No solo porque como están las cosas va camino a quedarse con ambas cámaras en la Legislatura, sino porque pese a que aún corre de atrás, no está lejos del gobernador que encabeza las encuestas. El PRO lo sabe y se cuelga la servilleta, pero, al mismo tiempo, corre el riesgo de caer en la trampa: errar la estrategia y terminar devorándose a sí mismo.