En el fondo, el desafío es con la Ilustración. Con las consecuencias de la Ilustración, allá lejos y hace tiempo. Los neorreaccionarios lo saben. Por eso, la estrategia es subvertir todos los consensos. Los ambientales, los sociales, los políticos, los culturales, los comunicacionales... ¿Para qué? Para quebrar las barreras que hace cerca de cien años, por lo menos, se construyen contra el sálvese quien pueda. ¿Venta de órganos? ¿Libre portación de armas? ¿Justicia social? ¿La soberanía de Malvinas? Karl Polanyi lo advirtió cuando planteó que, ante el avance depredador de la mercantilización, en un doble movimiento, la sociedad debía regular compensando con leyes laborares y aranceles las consecuencias negativas del primer movimiento. Javier Milei es la cabeza del iceberg de este proceso mundial que tiene nombres diferentes, en países diferentes, pero son lo mismo: se llamen Vox, trumpismo, Bolsonaro o Bukele.
Resulta una paradoja que al fracaso del neoliberalismo se lo quieran hacer pagar a lo que queda del Estado de Bienestar. Steve Bannon, uno de los ideólogos globales del movimiento, lo dice sin pelos en la lengua. Se trata de la lucha entre dos populismos, el de derecha y el de izquierda. Sabemos que eso es una falacia. No les cabe mejor adversario a estos neorreaccionarios que las utopías perdidas de los años 70. Aceleracionistas, al fin de cuentas, construyen a su antojo al enemigo imaginario. Sin embargo, sabemos también que el proceso en el que estamos emergió en ese momento, cuando comenzó la cuarta revolución tecnológica que apalanca la transformación del capitalismo en su etapa contemporánea. Constituido sobre tierra ignota, el mundo digital avanzó sin regulaciones, sin normas, sin dispositivos compensatorios, y conectó y subvirtió todas las instituciones del mundo moderno creadas por el keynesianismo de los años treinta para acá. Lo que voló por los aires fueron las mediaciones: la escuela, el partido político, el club, los sindicatos, el Estado, la familia y, finalmente, la democracia, es decir, todos los sujetos colectivos creados para amenguar la sociedad del laissez faire.
Conectándonos uno a uno a través de redes, de dispositivos, de aplicaciones, todo puede resolverse con la libre competencia, con las leyes abstractas de la oferta y la demanda, en una horizontalidad que no tiene antecedentes en la historia. ¡Viva la libertad, carajo!, gritan los libertarios, hijos de TikTok, de Instagram.
Para ser, la Ilustración, como la definió Kant, exigía un ágora, una comunidad de oyentes, de lectores, donde desplegar el ejercicio público de la razón. En el mundo de las redes, de la instantaneidad, de los IP, no hay tiempo ni espacio para estas puestas en común.
Marshall McLuhan, el precursor del análisis de la cultura digital, los llamó sondeos, cargas de profundidad, como su famoso el medio es el mensaje, que producen sismos, terremotos, tsunamis; aforismos que condensan información y emoción: ¡Dolarización! ¡Libertad! Es el lenguaje mítico de la oralidad que vuelve con mantras, emojis, memes... Un lenguaje que se estructura sobre creencias, montado en una iconografía digital plebeya, irreverente, una memética política. ¿O acaso no es el gesto adusto de Milei con la mirada del león un ideograma? En los últimos días de campaña, el TikTok de Milei tuvo diez millones de reproducciones.
El neoliberalismo reaccionario es la economización de la vida social en sus dimensiones más ínfimas, primarias; es la mercantilización biopolítica. Por eso, su lucha despiadada contra las nomenclaturas. Cualquiera que hable de Estado, de regulaciones, de lo social, de colectivos, será tachado de comunista, aunque el comunismo haya dejado de existir hace décadas. ¡Zurdos, atrás!, grita desaforado El León.
¿Necesitamos otra figura más clara para entender que nos quieren llevar a la selva?
Pongamos un ejemplo. Entre las propuestas de La Libertad Avanza está la de reducir ministerios unificando salud, acción social y educación en un organismo que se llamará Ministerio de Capital Humano. La idea de entender a los seres humanos como capitales es evidentemente una definición económica. ¿Quién puede pensar desde esta perspectiva? Claramente, quien tenga una empresa. Es sólo desde allí que se puede pensar a las personas como capital. ¿Podemos imaginar lo que ocurrirá con los planes de estudios en las escuelas, los programas sociales o las políticas de salud? En la Alemania nazi, alguien pensó que era buena idea “usar” judíos como mano de obra esclava en las fábricas; valían más vivos (recordemos La lista de Schindler). MIlei prefiere eliminar el artículo 14 bis de la Constitución (ver TikTok), que habla del derecho al trabajo, a la educación, a la salud.
Así, paradójicamente, nos pone en el dilema de defender el estatus quo. ¿Vamos a caer tan fácilmente en la trampa? Milei desafía el sentido común y nos obliga a repensarnos. ¿Qué es el Estado para las familias acosadas por la inseguridad? ¿Qué son los derechos laborales para jóvenes que nunca vieron a sus padres tener un empleo fijo? ¿Qué significa Educación pública si a las escuelas se les llueven los techos? Es evidente que hay que reimaginar el futuro en el contexto de cambios tecnológicos que pulverizan viejos consensos semánticos, pero para eso tenemos que reapropiarnos políticamente del presente enfrentando la devaluación del lenguaje, que no es otra cosa que la devaluación de la realidad.