Cuando el martes a la noche decidió romper el silencio en un estudio de TV donde sembró dudas en torno al crimen del colectivero Daniel Barrientos y a señalar a Patricia Bullrich detrás de las protestas de choferes que terminaron con su ministro Sergio Berni casi linchado, Axel Kicillof dio un paso en una dirección que no tiene vuelta atrás y lo puso en el borde de un precipicio resbaloso.
Todavía con el caso en las primeras planas y con pocos elementos en la causa que lo sustenten, el gobernador bonaerense optó por una jugada del manual kirchnerista de gestión de crisis: intentar un escape hacia adelante acelerando a fondo. Lo hizo de una manera sorpresiva, sugiriendo sin disimulo que el asalto al colectivo de la línea 620 podría haber tenido otra intención que el simple robo y mencionando en la misma sospecha a la candidata presidencial del PRO.
Para el final de la semana, estaba claro que había sido una jugada con alto costo. El crimen del chofer al que le faltaba un mes para jubilarse estalló como una bomba en el corazón del oficialismo y terminó mostrando a Kicillof sosteniendo esa hipótesis casi en soledad, apenas respaldado por su círculo político cercano, en medio de un silencio ruidoso de los intendentes y hasta golpeado colateralmente por un tuit de su jefa política, Cristina Fernández.
Sin sustento
La cadena de errores en la intervención del crimen del colectivero comenzó el mismo lunes, cuando Berni y el ministro de Trabajo provincial, Jorge D'Onofrio, fueron con poca custodia y sin garantías al encuentro con un grupo de choferes que protestaba en la General Paz. La jornada terminó con el ministro de Seguridad molido a golpeas y escapando bajo custodia de la Policía de la Ciudad. La semana culminó con el polémico operativo policial para detener a los choferes que agredieron al titular de la Seguridad, del que la provincia quiso despegarse todo lo posible, aunque sin éxito.
Pero el movimiento central de esa cadena de desaciertos fue la decisión de Kicillof de mostrarse en televisión el martes para revelar dudas sobre la modalidad del asalto y las armas utilizadas y señalar, de paso, a la presidenta del PRO por una reunión que había mantenido con choferes del oeste semanas antes del episodio.
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“Parecía el robo de un blindado y se llevaron un bolso, una mochila y a quemarropa asesinaron a un chofer”, describió Kicillof, quien además aseguró que los dos delincuentes que subieron a la unidad portaban “armas de calibre alto” y que les llamó la atención que el colectivo fue “cruzado” por un auto de apoyo.
Fue una sospecha planteada por el gobernador con escasos elementos que la sustenten y que pronto comenzó a ser desmentida por los propios involucrados y la evidencia. Según testificaron en las horas posteriores al hecho los propios pasajeros, no hubo ningún auto que cruzara al colectivo y, después de matar a Barrientos, los ladrones escaparon corriendo por una calle paralela. Las imágenes de las cámaras de seguridad confirman los relatos.
Kicillof tuvo poco respaldo en ese movimiento: apenas un puñado de dirigentes de su entorno salieron a bancar esta postura. Su jefe de Asesores, Carlos Bianco; el ministro de Desarrollo para la Comunidad, Andrés Larroque, y el propio Berni fuer la tríada que avaló la hipótesis de un robo "sospechoso" que podría tener otras motivaciones. Para el final de la semana, ya nadie hablaba de esa teoría y el foco se había corrido a otro conflicto derivado, como la pelea con Nación por el despliegue de Gendarmes.
Para sus rivales de la oposición, el movimiento en falso del gobernador fue casi un regalo del cielo. Con una problemática tan sensible en juego, desde Juntos por el Cambio aprovecharon el episodio de Barrientos para capitalizar los errores de Kicillof y mostrar al gobernador despegado del problema de fondo y con la mira puesta más en la competencia política que en la realidad de los vecinos del conurbano.
Demasiados movimientos en falso en un aspecto como la inseguridad, que aparece primero en la lista de preocupaciones de los electores bonaerenses junto a la inflación, a pesar de que en los hechos las estadísticas no muestran un agravamiento del problema en el Gran Buenos Aires.
Desarmar la bomba
El lunes, Kicillof se reunirá con empresarios del transporte de pasajeros del conurbano y anunciará medidas de seguridad para el sector. Buscará así retomar el control del timón de una crisis. Intentará, además, reencausar el vínculo con la Casa Rosada después de los cruces de la semana pasada en torno a un viejo conflicto como es el despliegue de fuerzas federales en la provincia. Días atrás, el gobernador y Berni vieron que, en medio de la crisis por el crimen de Barrientos, funcionarios de Seguridad de Nación se reunieron con intendentes para coordinar la llegada de efectivos nacionales a distritos del Gran Buenos Aires, consumando un "puenteo" a la provincia.
Después del paso en falso de esta semana, está obligado a desarmar rápido una bomba que él mismo ayudó a montar. Ya para fines de la semana, los contactos entre La Plata y la Casa Rosada mostraban la intención de desacelerar el conflicto y retomar el trabajo coordinando las políticas de seguridad.
Con la campaña electoral ya lanzada, el gobernador tendrá que encontrar rápido un poco de aire en un conflicto espinoso. La imposibilidad de conseguir respaldo en su propia fuerza política le dificulta las cosas. Sin un proyecto presidencial en el que referenciarse, Kicillof no la tendrá fácil en este primer tramo de su aventura reeleccionista.