Cristina Fernández de Kirchner solía transmitir en cadena nacional su crispación, sus diatribas contra los “poderes fácticos”, los enemigos de la Argentina nacional y popular. Ahora lo hace Javier Milei para librar su batalla cultural, tan o más crispada que la de su socia en la polarización, contra la casta, el demonio designado por la ultraderecha anarcocapitalista. Para ser la esperanza en la era del resentimiento.
Lo hizo en la noche de este martes, en la celebración televisada del aniversario del primer gobierno libertario. Vale transcribir un largo párrafo de su discurso que condensa el espíritu del mensaje que supo interpretar la rabia de una sociedad harta de frustraciones, enojada con la política –con las élites dirigentes en general- y, entonces, dispuesta a dar el salto al vacío que suponía llevar al poder a un amateur de la gestión de la cosa pública con severos síntomas de inestabilidad emocional y que, a un año de andar, sigue dispuesta, en una medida similar a la expresada en las urnas del ballotage, a soportar las consecuencias de un ajuste feroz: según una encuesta de CB Consultora, el 52,3% aprueba la gestión libertaria, pero el 54,5% dice que "empeoró" su economía.
Javier Milei: "Ellos quieren vivir en su torre de marfil"
Dijo Milei para todo el país: “La mayoría de las veces, lo que es positivo para la sociedad es perjudicial para la política y viceversa. Esa es la naturaleza del modelo de la casta: ellos necesitan que a la sociedad le vaya mal para que a ellos les vaya bien. A ellos no les importa pensar en el largo plazo; su mente no está puesta en un proyecto de nación, sino en dilapidar el futuro en favor del presente inmediato. Está en su ADN: no piensan en otra cosa que no sea en explotar al máximo a la sociedad; el aquí y ahora para su propio rédito político. Cuando el rey Luis XV de Francia despilfarraba la riqueza del reino en sus placeres personales, solía decir una frase: ‘Después de nosotros, el diluvio’. En otras palabras, a la casta no le importa el futuro: que las generaciones venideras se las arreglen como puedan. A medida que la política fue aprendiendo a quemar el futuro de los argentinos para su propio beneficio, gran parte de la sociedad se fue acostumbrando a la misma dinámica: forzada por el cortoplacismo impuesto desde arriba, no vio otra salida que intercambiar su voto por beneficios cada vez más inmediatos. La emisión monetaria y la expansión estatal indiscriminadas son dos expresiones de este fenómeno. Ambas se basan en producir una sensación de beneficio inmediato, mientras que sus efectos negativos sólo se sienten con el correr del tiempo. Carreras políticas enteras se han construido de esa manera, dejando como saldo sociedades cada vez más destruidas con un Estado cada vez más grande y más caro. Los privilegiados por el Estado omnipresente, que cada vez eran más, se convirtieron en parte interesada y defensores de que nada cambie (sic). Esto explica que periodistas, sindicatos, organizaciones sociales y políticos de todos los colores, que hasta hace poco se sacaban los ojos, se hayan unido en defensa del statu quo, como si pertenecieran a un mismo partido: el partido del Estado. Ellos quieren vivir en su torre de marfil, en su paraíso ficticio erigido sobre una sociedad cada vez más empobrecida. Llaman a sus privilegios derechos adquiridos, casi como si fueran una especie de nobleza con derecho divino de vivir a costa de la sociedad. Nosotros vinimos a desmontar ese sistema de raíz; vinimos a terminar con el régimen de privilegios que convirtió a los argentinos de bien en ciudadanos de segunda. Llegó la hora del hombre común”.
El título de esta nota es robado: La esperanza en una era de resentimiento es el encabezado de una columna de opinión que Paul Krugman publicó este martes en The New York Times. Son notables las coincidencias: el mismo día en que Milei celebraba su primer aniversario en el poder como exégeta del resentimiento, el célebre economista describía unos Estados Unidos de Donald Trump que, a pesar de sus diferencias insalvables en miles de sentidos, atraviesan un proceso de asombrosa similitud con el que transita la Argentina.
Krugman habla de “la ira y el resentimiento” como combustibles del país surgido de las urnas del 5 de noviembre, que arrancará formalmente el 20 de enero, cuando el magnate ultraderechista retorne a la Casa Blanca para un segundo tiempo con promesa de, como Milei, terminar con un establishment político –la casta- castigado por la rabia de una sociedad frustrada, enojada y, entonces, dispuesta a dar un salto el vacío sin contemplar el riesgo que el empoderamiento de Trump supone para una democracia que la maquinaria cultural estadounidense ha vendido siempre como modelo para el mundo que se autopercibe libre.
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Donald Trump y Javier Milei, a la cabeza de la marcha de la bronca.
“Hemos sufrido un colapso de la confianza en las élites: el público ya no tiene fe en que las personas que dirigen las cosas sepan lo que hacen, o en que podamos suponer que son honestas”, dice Krugman, que se pregunta si “hay alguna forma de salir del sombrío lugar en el que nos encontramos” y adelanta que no cree que el hechizo ultraderechista dure demasiado.
“Aunque el resentimiento puede llevar al poder a gente mala, a largo plazo no puede mantenerla en él. En algún momento, el público se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que despotrican contra las élites en realidad son élites en todos los sentidos importantes, y empezará a pedirles cuentas por no cumplir sus promesas”, augura el economista.
“Puede que nunca recuperemos el tipo de fe en nuestros dirigentes —la creencia en que las personas en el poder suelen decir la verdad y saben lo que hacen— que solíamos tener”, advierte y aconseja, como para no tropezar con las mismas piedras una y otra vez: “Tampoco deberíamos”. Con todo, es en definitiva optimista. “Si nos enfrentamos a la caquistocracia —el gobierno de los peores— que está surgiendo en estos momentos, puede que con el tiempo encontremos el camino de vuelta a un mundo mejor”, se entusiasma.
La oposición en Argentina, fragmentada, cooptada y resignada
¿En Argentina hay un regreso posible a un país sin odio, sin crueldad para aplicar recetas conocidas que empobrecen y producen dolor bajo la promesa de prosperidades que son como esos oasis en los desiertos que nunca dejan de alejarse?
¿Hay chances de salir del loop de la polarización eterna que describe el consultor Santiago Giorgetta en una columna que escribió para Letra P y de construir un sistema de consensos que ofrezca estabilidad y certezas?
¿Qué está haciendo –qué está discutiendo, que depuración se está dando, qué propuesta está elaborando- la política, entendida no como un nido de ratas irredimible sino como una actividad ejercida por personas con vocación de servicio, sensibles a las necesidades de sus pares, necesariamente formadas para la administración de un Estado que debe ser robusto pero eficiente, un instrumento capaz de gestionar las tensiones sociales y promover bienestar y desarrollo?
Máximo Kirchner, Sergio Massa, CFK, Mariel Fernández, Axel Kicillof y Verónica Magario
Máximo Kirchner, Sergio Massa, CFK, Mariel Fernández, Axel Kicillof y Verónica Magario.
Letra P impulsó un debate en ese sentido. Convocó a discutir cómo puede hacer la política para volver mejor. El resultado fue desolador y se refleja en la perplejidad que paraliza a las fuerzas derrotadas en 2023, en parte cooptadas por su verdugo, fracturadas, encerradas en sus pequeñas miserias, fascinadas con la eficacia del amateur para construir poder desde la nada misma y resignadas o tirando manotazos de ahogado ante las serias chances de perder, en las elecciones de 2025, hasta en sus bastiones más preciados, como la provincia de Buenos Aires del peronismo y la Ciudad de Buenos Aires de Mauricio Macri.
Paul Krugman encuentra esperanza en la era del resentimiento. En Argentina la esperanza, por ahora, está en el resentimiento, que no es lo mismo.