OPINIÓN

El peligro del uso de la polarización como justificación del cambio cultural

¿Qué tanto hay de este fenómeno tan en boga llamado cambio cultural? ¿Es una metamorfosis del tradicional clivaje peronismo / no peronismo o trae consigo algo más? El acontecer de los hechos pareciera ser más una muestra de impotencia que de republicanismo y representa un serio peligro para la legitimidad democrática.

Una bandera muy curiosa que ejerce la liturgia del gobierno de Javier Milei es el populismo, supuestamente aborrecido, pero amado como pocos. ¿A qué me refiero? “El populismo es un movimiento político que basa su apoyo atravesando, o en desmedro de, los clivajes presentes en las formaciones políticas existentes, y lo hace focalizándose en el líder, quien reivindica ser capaz de resolver un conjunto de cuestiones anteriormente consideradas inasibles, incompatibles o excluida”, nos dice el politólogo y profesor Philippe Schmitter. Mire si el estilo de liderazgo de Milei no encaja a la perfección.

Construcción de un mito fundante, fuerzas del cielo redentor, negación y odio hacia la disidencia por el simple hecho de pensar distintos. Y recuerde que todo, absolutamente todo, y todos aquellos que no lo entienden son los representantes del mal, dignos de recibir el castigo de las fuerzas del cielo.

Evidenciado este aspecto no termina de quedar muy en claro el clivaje populismo / republicanismo que tanto enamoró a muchos dirigentes no peronistas. Es llamativo que el poco apego institucional y la poca tolerancia al diálogo puedan llevar adelante un cambio cultural. Salvo que dicho cambio vea solo enemigos y entonces tome un rumbo autoritario.

Querido lector, cada vez me convenzo más de que el llamado al “cambio cultural” no refleja una honestidad intelectual con la idea sino simplemente tocar la fibra “antiperonista” o “gorila” de un votante que todavía desconfía del Jefe de Estado, pero que no quiere saber nada con el kirchnerismo.

Y se contenta con la limosna. Pues justamente el problema está en que el argumento tiene un vacío importante, y por querer todo se puede perderlo todo.

Para traducirlo en números: Milei parte de un núcleo duro que está compuesto por los ocho millones de personas que lo votaron en primera vuelta, que representó un 30% del electorado. Para ganar en el ballotage necesitó de un voto “prestado”, que provino fundamentalmente de votantes de Juntos por el Cambio, y fue cercano al 25%. Pues bien, a este votante es a quien se le quiere hacer creer lo imposible, ese “cambio cultural” que a esta altura es más una ficción que realidad. Claro está que muchos prefieren vivir en la ficción. Pero sepan que se trata de suelo pantanoso, donde nunca se puede medir bien la caída.

Natalio Botana escribió en Clarín que “el gobierno sueña con una polarización con el kirchnerismo y la jefa de este movimiento”. Luego advierte con preocupación que “lo que se denomina batalla cultural da lustre a esa definición guerrera. Festival de insultos y menosprecios, radicalización primitiva del lenguaje. ¿Conduce esta violencia verbal hacia la violencia física? No, por el momento, aunque estallen por ahí escraches y peleas.”

Insisto con el peligro de la lógica antiliberal del odio y la intolerancia como ejes de legitimación del poder de turno. La polarización utilizada en este sentido no hace más que erosionar la legitimidad democrática, donde todos pierden y nadie gana.

Javier Milei y Mauricio Macri.
Nicolás Mayoraz, diputado de La Libertad Avanza, durante el debate de la reforma de DNU. 

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