El laberinto del peronismo: oposición sin alternativa
El peronismo enfrenta un dilema estructural. Su maquinaria territorial y electoral, menguada, aún funciona, pero su narrativa y liderazgo se han desgastado. Las elecciones legislativas de octubre ofrecen una nueva prueba: ¿puede el peronismo volver a articular una propuesta convincente para la sociedad, o quedará atrapado en la lógica de la resistencia?
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Por ahora, ha logrado algo importante: presentar listas de unidad en la provincia de Buenos Aires, epicentro del voto justicialista. Pero es una incógnita si podrá replicar ese acuerdo a nivel nacional. Cualquiera sea el desenlace, hay algo más profundo en juego. El pan-peronismo (el Partido Justicialista, el Frente Renovador y otras organizaciones) parece estar trabajando hacia una unidad administrativa, pero no necesariamente hacia una unidad política ni programática.
No hay, hasta el momento, un diagnóstico compartido del país: ni económico, ni político, ni social. Y, más preocupante aún, no hay una propuesta articulada que capture el momento histórico. Oponerse a Javier Milei —y reclamar por la libertad de Cristina Fernández de Kirchner — puede servir para consolidar a una parte del electorado, pero difícilmente sea suficiente para volver a ser mayoría.
La encuesta ESPOP —realizada por el Laboratorio de Observación de la Opinión Pública de la Universidad de San Andrés, entre el 11 y el 21 de julio, con 1.012 casos a nivel nacional— muestra con claridad este escenario ambiguo. Por un lado, el 55% de la población desaprueba la gestión del Presidente, lo que indica un mercado electoral potencial para la oposición. Y no hay dudas de cuál es esa oposición: el 70% cree que el peronismo es el principal partido opositor, por lejos.
Pero esa centralidad se convierte en problema cuando se observa quiénes lideran esa oposición. El 38% de la ciudadanía señala a CFK como principal figura opositora, seguida por un 22% que dice que no hay liderazgos visibles y un 14% que menciona a Axel Kicillof. Más atrás aparecen Juan Grabois, Sergio Massa y Mauricio Macri con apenas un 2% cada uno.
Si acotamos el análisis solo a quienes desaprueban al gobierno, el peso de Cristina es aún mayor: el 42% la identifica como la líder de la oposición, y un 15% a Kicillof. Sin embargo, también dentro de este grupo un 18% sostiene que no hay liderazgo opositor claro. El mensaje es evidente: Cristina conserva centralidad, pero esa centralidad no garantiza capacidad de movilización ni amplitud electoral.
La paradoja de Cristina Fernández de Kirchner
De hecho, ahí aparece la gran paradoja del peronismo actual. Cristina sigue siendo su figura más gravitante, pero también una figura polarizante. La encuesta muestra que el 59% de la ciudadanía considera que la condena judicial que la inhabilita estuvo bien, con variaciones según el posicionamiento ideológico. Esto no significa que esa mayoría celebre a Milei o adhiera al discurso oficialista, sino que una parte importante del electorado no está dispuesta a aceptar una propuesta opositora cuyo eje siga siendo Cristina.
El peronismo, entonces, enfrenta un laberinto. Es el principal partido de oposición, pero no ofrece renovación. Su figura más influyente está inhabilitada y no parece haber un relevo claro. Kicillof aparece bien posicionado, pero sin volumen nacional. Y lo más preocupante: no hay aún una idea de país que funcione como horizonte alternativo al experimento libertario.
¿Qué hacer en estas condiciones? ¿Cómo puede un partido con esa historia, esa estructura y ese caudal de representación reconstruirse sin líderes incuestionables ni un relato compartido? ¿Puede una oposición liderar solo desde el rechazo al oficialismo? Las respuestas todavía no están escritas, pero el tiempo corre más rápido de lo que parece.