Una agenda oficial apretada, diferencias sobre si el encuentro debía celebrarse en el Senado o en el Hotel Sheraton, cuestiones de seguridad atendibles para quienes vienen, en un caso, de un atentado, y en el otro, de una campaña tensa que lo obligó a usar chaleco antibalas y que terminó hace menos de tres semanas en un intento golpista… Muchos argumentos se ensayaron para explicar por qué no se produjo el anunciado encuentro entre Cristina Fernández de Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, pero fue poca la información que entregaron los entornos de los involucrados.
El brasileño es un hombre que entiende rápido. El eclipse total de la vicepresidenta en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y su preferencia por jugar de local en las reuniones que mantuvo con Xiomara Castro, con Gustavo Petro y, por separado, con dos bolivianos que se supone que deberían llevarse bien, pero se llevan mal –Luis Arce y Evo Morales– le permitieron comprobar lo que ya sabía: la relación entre Cristina y Alberto Fernández no tiene retorno y él no quiso quedar en medio del fuego cruzado.
Ya había probado cuán incómodo es ese lugar en la noche de su triunfo electoral, cuando la mano rápida de la diputada Cristina Brítez le acercó una gorra que promocionaba "CFK 2023". Mucho se habló en Argentina sobre ese hecho banal. ¿La prefería a ella antes que a él? ¿Se abusaron de su confianza? No otra vez.
El excanciller y actual asesor de Lula da Silva en política internacional, Celso Amorim, aclaró lo ocurrido en una entrevista radial. "No hay ningún problema con Cristina, somos muy amigos, pero como ya se señaló, aquí Lula vino para una bilateral totalmente llena, con la programación completa, sin intervalos. La reunión de la CELAC era un encuentro para la región, no había cómo dejarlo", explicó.
Lo que el brasileño vino a hacer a Buenos Aires era demasiado importante como para que quedara enredado en esas rencillas: básicamente, a dar el puntapié inicial de una nueva era en la política regional, tarea para la cual el lazo con la Argentina es la piedra fundamental. Y la Argentina hoy tiene un presidente… en cuyo entorno hubo quienes se deleitaron con el desencuentro, más cuando Lula –de visita en Uruguay– no esgrimió ayer las mismas objeciones que en Buenos Aires para trasladarse hasta la chacra de Rincón del Cerro y ver a José "Pepe" Mujica.
Un asunto de otra escala
En la relación fundamental con nuestro país, Lula querría que el próximo período de gobierno sea uno del Frente de Todos y no uno de Juntos por el Cambio (JxC). Así lo dijo claramente el lunes, día de visita presidencial. Para el presidente de Brasil, en el resultado de las próximas elecciones argentinas se juega una parte importante de la inserción continental que pretende darle a su país.
Más allá de los motivos de la cita cancelada, Lula considera profundamente equivocada la pelea Fernández vs. Fernández.
En 2010, cuando salió del poder con una popularidad del 70%, el brasileño hizo una operación en cierta forma similar a la que ensayó Cristina en 2019: la entronización de alguien que lo sucediera por interpósito carisma.
Hubo roces y diferencias profundas entre él y Dilma Rousseff, igual que aquí. Cuando esa conspiración llamada impeachment ya impregnaba el aire con su mal olor, allá por abril de 2016, le realizó a esta un reproche en un acto público."Dilma hizo un ajuste que no le gustó a ningún compañero. Ahora la compañera Dilma aprendió una lección: su mercado no son los banqueros, es el pueblo trabajador". Vaticinó así lo que terminó por ocurrir: la entonces mandataria se quedó sin nadie que la defendiera y quienes la llevaron a aplicar una política contraria al legado del período 2003-2010 no solo le soltaron la mano, sino que la desalojaron del Palacio del Planalto.
Sin embargo, a diferencia de lo que ha ocurrido cada día en la Argentina al menos desde diciembre de 2020 –la tarde de "los funcionarios que no funcionan”–, Lula no volvió a erosionar a su delfina. Es más, poco después de aquel discurso, acudió a ella para que lo nombrara jefe de gabinete y le diera inmunidad contra Sergio Moro –una operación de dudoso gusto que el exjuez desactivó mediante la filtración de una escucha ilegal– y a quien, cuando las cartas estaban echadas, defendió. Hoy considera que el ciclo político de Rousseff está cumplido y esta no desempeña ningún rol en la actual administración, pero eso no implica un pase de facturas a cielo abierto.
Lula piensa que las reyertas en el Frente de Todos no conducen al peronismo a ningún buen lugar y si algo no quiere es quedar atado a ellas.
La forma del futuro
Al líder de la izquierda brasileña no le faltan problemas. Viene de un intento de golpe, debió realizar purgas fuertes de militares en puestos importantes de seguridad y hasta tuvo que echar al jefe del Ejército por su renuencia a acatar sus órdenes. Sin embargo, apura el ordenamiento doméstico para concentrarse en darle a la región la forma que desea. No hay tiempo que perder: a sus 77 años sabe que lo suyo será obra de un solo mandato.
Ese orden deseado es uno en el que Brasil se constituye, como en sus primeros dos mandatos, en el corazón político y económico de América del Sur. En su concepción desarrollista, la recuperación de la industria de su país pasa por exportarle al Mercosur –con Argentina en primer lugar– lo que ese sector no es capaz de introducir en mercados más abiertos y competitivos. Sudamérica y América Latina son los círculos concéntricos siguientes de esa estrategia, que continúa en África y en los eslabones menores de la cadena asiática. Sur-sur a pleno.
Para eso, debe blindar la región contra la influencia estadounidense, faena que acometerá siempre con una sonrisa. En su paso por Buenos Aires, reflotó el lunes la relación nuclear que une a Brasil y la Argentina. El martes se convirtió en centro de atracción de la CELAC. Un día después viajó a Uruguay para tratar de encolumnar al rebelde Luis Lacalle Pou dentro del Mercosur. Y en los próximos meses asumirá las presidencias pro tempore del Mercosur, el grupo BRICS y el G-20. Los círculos concéntricos.
De Montevideo a Buenos Aires
Lacalle Pou está decidido a concretar lo que que Tabaré Vázquez deseó sin animarse: ensayar una política de apertura multilateral como la de Chile a través de negociaciones individuales y no en conjunto con todo el Mercosur, como exigen las normas del bloque.
Lula da Silva reconoció "sus reclamos más que justos", postuló que hay que "modernizar" el club del Cono Sur y hasta propuso negociar en conjunto un acuerdo comercial con China. ¿Se volvió loco? ¿Dijo por fin "en público exactamente lo que Lacalle quería escuchar", como festejó un sector de la prensa uruguaya? Nada de eso.
El brasileño postuló que la negociación con China debería iniciarse cuando concluya el diálogo sobre la siempre pendiente aplicación del acuerdo ya firmado con la Unión Europea, algo que definió como "urgente", pero que en verdad no quieren ni las potencias proteccionistas en lo agrícola de ese bloque ni Brasil ni Argentina. O sea, lo de China quedaría para un futuro que probablemente nunca llegue.
Ahora bien, ¿cuál sería el problema de permitirle a Uruguay que haga la suya y le compre a China todo lo que quiera en tanto esa mercadería no ingrese al resto del Mercosur? En términos de mercado, poca cosa. Lo complejo es el precedente que sentaría, ya que –digamos– si una Argentina no gobernada por Todos sino por JxC quisiera –algo previsible– seguir el mismo camino, las empresas brasileñas perderían el acceso preferencial –reserva de mercado– a un cliente que sí les resulta clave. ¿Cómo competirían las textiles o las fábricas de calzados de Brasil con sus pares de China?
Por eso Lula da Silva necesita con desesperación que el panperonismo se ordene, deje de suicidarse y se vuelva competitivo.