"¡Será una fiesta cuando pite Merlos!", grita el relator. Ortigoza acaba de convertir el penal que le dieron a San Lorenzo en tiempo de descuento y el Ciclón está a segundos de ganarle a Vélez 1 a 0. El Nuevo Gasómetro ruge. Ya vive la fiesta que anuncia el relator. Es sábado a la tarde en el bajo Flores. También en Tolosa, pero allí no hay fiesta. Hay velorio: despiden a César Regueiro, un hombre que murió a los 57 años, menos de 48 horas antes, como consecuencia de la barbarie uniformada de la Policía bonaerense. Este fin de semana, a Lolo lo mataron de nuevo, con una indiferencia que confirma la desesperanza.
En su programa Vuelta y media, que la radio Urbana Play emite de lunes a viernes a la tardecita, el equipo que encabeza Sebastián Wainraich hace "Fútbol o muerte", una parodia de los programas de debate fubolero gritado. Satiriza la habitual desmesura de esas discusiones, que suelen reproducir todos los estereotipos y los prejuicios que la sociedad hoy busca desarmar y embadurnan las polémicas con un dramatismo sobregirado. Fútbol o muerte.
El fútbol -su dirigencia, sus protagonistas, su afición- no se tomó ni 48 horas para procesar la muerte de un miembro de su familia. No ha tenido la lucidez de tomarse un tiempo para reflexionar, para revisar todo lo que hace mal, para cambiar lo que deba cambiar para dejar de ser una trampa letal.
El fútbol no hizo nada. No hizo nada la AFA. No convocó de urgencia a su Comité Ejecutivo, el organismo que reúne a las autoridades de todos los clubes de Primera y del Ascenso. No promovió espacios de interacción con los gobiernos, con las legislaturas… ni siquiera con sus contrapartes directas en la dinámica cotidiana, como los organismos gubernamentales que tienen a su cargo la seguridad en los espectáculos deportivos.
¿No podría haber suspendido el torneo para darse esos espacios de reflexión?
¿No podría, incluso, haber dado por terminado el campeonato y haber administrado las consecuencias deportivas para aprovechar la ventana del Mundial para pensar cómo volver mejor?
¿No podría haber golpeado una mesa para protestar contra la Policía criminal que suele ser el problema y nunca la solución?
¿No podría haber hecho algo para demostrar que le interesa la vida de las personas que aman el fútbol?
Nada. No hizo nada. La pelota no se para.
Con todo, sustancialmente peor que la nada del fútbol es la nada de las autoridades políticas, que no han tomado medida alguna para demostrar que les interesa la vida de las personas que las votaron para que se la cuidaran, en vez de atentar contra ellas.
Hasta el cierre de esta nota, tampoco habían promovido espacio alguno de reflexión para revisar y mejorar.
Al cierre de esta nota, la cúpula de la Policía bonaerense, la fuerza que desplegó una represión demencial en el Bosque platense, seguía en funciones.
También mantenía su trabajo el director de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide) de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Aparicio.
El ministro de Seguridad, Sergio Berni, seguía siendo el sheriff de la provincia.
Más allá de un par de perejiles con uniforme, el gobernador Axel Kicillof no echó a nadie, como debería haber hecho el jueves mismo por la noche ante la locura que las autoridades civiles que deben conducir a las fuerzas de seguridad no pudieron detener durante más de una hora salvaje.
A Berni, Kicillof no solo no lo echó: el domingo a la noche, en C5N, después de tres días de silencio atronador, lo elogió. “Trabaja con mucha dedicación”, le dedicó y avisó que esperará el resultado de la investigación judicial para decidir qué hacer. Kicillof es un caso de estudio: un kirchnerista devoto de la Justicia que persigue y proscribe.
Dicen que el gobernador sostiene a Berni porque no tiene a quién poner en su lugar. ¿El peronismo bonaerense, ese macho alfa de la política nacional, no tiene a nadie con la necesaria preparación y la necesaria valentía para hacer lo que haya que hacer con la Bonaerense? ¿Ningún baronazo del conurbano se le anima a la maldita?
Desde el minuto uno hasta el cierre de esta nota, al menos, la reacción del gobierno bonaerense a la locura del Bosque ha sido tan fría y tan calculadora que no registra antecedentes.
El viernes por la mañana, en un comunicado impersonal que emitió la gobernación, no tuvo empacho en destacar que está “transformando" a la Bonaerense, solo que “falta mucho” por hacer.
“Es evidente que el operativo realizado no fue capaz de brindar seguridad a quienes asistieron” al estadio, decía ese texto. La pirueta lingüística es creatividad al servicio del mal. No es que el operativo no fue capaz de brindar seguridad a esas personas. Todo lo contrario. Atentó contra sus vidas y fue eficaz en esa faena: terminó con la de una de ellas.
El gobierno provincial se deshizo de responsabilidad al ponerla toda en la Policía, como si la Bonaerense fuese un afuera y no un instrumento del mismísimo Estado bonaerense que la política debe gobernar. “La Policía actuó de la peor manera”, dijo Kicillof y Berni se sacó el lazo por las patas: “No soy responsable de lo que pasó”.
La estrategia de defensa es una trampa que se tiende el gobierno provincial. Acorralado, asume que la Bonaerense es un resorte ajeno a sus dominios, una criatura autónoma capaz de gobernarse a sí misma. En el mismo acto, lejos de exculparse, la administración del Frente de Todos se autoincrimina: se revela ausente en el ejercicio de sus funciones constitucionales.
Seamos termos
“¿Quién es el mejor equipo del torneo? ¿Boca o Racing?”. Es martes por la mañana, han pasado menos de cinco días de la muerte del hincha de Gimnasia y una figura de primerísima línea del periodismo que cubre fútbol interpela a su audiencia en una radio líder. Siga, siga el baile, que lo demás no importa nada.
Eso sí: mientras mande la doctrina lamolineana y la opción siga siendo fútbol o muerte, como satiriza Wainraich, el resultado seguirá siendo fútbol y muerte.