“Muchachos, si se la siguen dando a los de amarillo vamos a perder”.
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“Muchachos, si se la siguen dando a los de amarillo vamos a perder”.
Como la del Narigón Bilardo a sus jugadores en el entretiempo de Argentina – Brasil en Italia 90, la advertencia de CFK puede haber hecho reaccionar al peronismo para salir a jugar un segundo tiempo cuesta arriba, sin Maradona ni Caniggia. Y pese a que su carta-bomba tiene en su criatura al destinario específico, en la Buenos Aires del 40% del padrón tomaron nota. Por ser el capitán del distrito donde se define el partido, Axel Kicillof carga con mayores responsabilidades. Este es, sin dudas, su peor momento en los 649 días que lleva habitando el gobierno. Se juega la heroica, torcer el rumbo de lo que se presagia como una goleada cantada, y, consciente del espesor de la caída, movió rápido.
La derrota sin precedentes en una elección de medio término del peronismo en la provincia hay que leerla en varias dimensiones para evitar quedarse corto en el diagnóstico. Perdió en siete de las ocho secciones electorales y en la única que ganó, la Tercera, bastión emblema del peronismo y –en términos de la vicepresidente pero adaptados a la distinción jurisdiccional– termómetro inexcusable de la temperatura social de la inmensidad del conurbano, lo hizo con el 42% de los votos, diez por encima de la suma de Juntos. Parece mucho, pero es poco. Comparemos: en 2019 arañó el 59,68%; en 2017, dividido y con Cambiemos en el poder, volvió a arañar los 60 puntos; en 2015, entre el FpV y UNA, la marca fundada por Massa y el cordobés De la Sota, llegó al 62%.
El peronismo sabe que perdió las PASO más por errores propios que por aciertos del rival, que sacó los mismos votos que en la elección ejecutiva de 2019. Otra dimensión para leer el resultado del 12 de septiembre es mirar el lienzo de los 135 distritos. Quedaron apenas unos puntos azules en medio de una provincia pintada de rojiblanco. Por eso, las consecuencias de la derrota no se agotan en una Legislatura adversa para los dos años de gestión que le restan a Kicillof: la catástrofe golpea en la raíz de la fuerza y condiciona no solo la gobernabilidad de los dueños y dueñas de los votos con la posible nueva conformación de los Concejos Deliberantes sino, también, la construcción de sucesiones para los cargos ejecutivos en 2023, cuando muchos de quienes gobiernan no podrán competir por el cargo.
Los dichos de Kicillof –y posteriormente los de sus ministra Teresa García– en una entrevista con la agencia oficial Télam en referencia a que todos sus ministros son pasibles de ser reemplazados conllevaban el mensaje además de la obviedad. Terminaron siendo un presagio. Después, lo conocido, el estallido. Fue la única manifestación pública del gobernador relacionada al terremoto en Todos pero antes de que saliera a la superficie. Después de eso, hasta este domingo, silencio absoluto.
Está enfrascado en la marcha hacia las generales del 14 de noviembre. En menos de 72 horas reunió a los 70 intendentes e intendentas, puso el oído, escuchó críticas y reclamos, analizó las razones de la derrota y comenzó a delinear una nueva estrategia, que contempla más presencia suya en el territorio y, fundamentalmente, más recursos para obras, y una campaña con peronismo a la vieja usanza. Con una mesa de acción política conformada por funcionarios del gabinete y las jefaturas distritales intenta dinamizar la gestión y la inyección de recursos que permitan al primer mostrador dar respuesta al vecino de a pie. Ese es, junto con la seguridad, el principal reclamo que recibió durante los tres días de reunionismo en La Plata. Recursos, plata, esa es la cuestión. Y para eso necesita que le abran la canilla en la Casa Rosada, en síntesis, el reclamo de Cristina Fernández.
La relación de los intendentes del espacio con el gobernador siempre atravesó turbulencias. En privado reconocen seguir heridos por haberse quedarse afuera del Gabinete dos veces, en el arranque de la gestión y cuando cuando Kicillof hizo cambios atendiendo la demanda de Alberto Fernández. El ejemplo más palmario de la tirantez fue aquella gélida respuesta de los jefes comunales del conurbano ante la primera crisis de envergadura que enfrentó Kicillof, cuando se plantó la Bonaerense desafiando el poder institucional. Durante los días más tormentosos de la pandemia, en 2020, arreciaron los reclamos. Ahora, derrota mediante, volvieron a la carga. Además de obras y seguridad –pedidos de más patrulleros– hay quienes reclaman movimientos en el Gabinete. La fusión de áreas de gobierno está en carpeta hace tiempo. Una posibilidad en estudio es que la cartera que hoy conduce García, quien en diciembre se mudará al Senado, sea absorbida por Jefatura de Gabinete, a cargo de Carlos Bianco. Sobran aspirantes al sillón del dueño del Clio, pero un cambió allí parece imposible pese a críticas surgidas de algún despacho del conurbano con teléfono directo a la Casa Rosada. Algunos piden un refresh en Educación, un área sensible que estuvo bajo las luminarias desde que arrancó la pandemia y sobre la que la oposición montó parte de su estrategia electoral, con las clases presenciales como caballito de batalla. “Alguien más político”, describe la necesidad un dirigente conocedor del área, en alusión al bajo perfil de Agustina Vila.
Los intendentes y Kicillof. El gobernador y los intendentes. Los une la necesidad. Se necesitan para enfrentar a un rival que, encima, sale al segundo tiempo con dos jugadores que se reparten la cancha: Diego Santilli, el candidato de la maquinaria PRO, y Facundo Manes, la reencarnación de un radicalismo en alza basada en lo intangible, en la esperanza.
La complementariedad territorial de la dupla rojiblanca complica más aun al peronismo. El Colo se hace fuerte en el conurbano, donde llega a irradiar el larretismo porteño; los boinablancas construyen a toda marcha en el interior, donde ganaron la interna en cuatro secciones.
Kicillof no tiene al diez ni al hijo del viento para lo que resta del partido, habrá que ver si queda algo de esa mísitica que siempre se le atribuye al peronismo. Por lo pronto, el gobernador no pierde tiempo. Conoce muy bien el territorio de aquellos cuatro años de gira permanente en tiempos de Cambiemos en el poder. Acaso el tembladeral acomode los melones en el carro y como aquel 24 de junio en el Estadio de Los Alpes, en Turín, logre dar vuelta el partido sobre la hora.