LA CRISIS DEL GOBIERNO

El país y la memoria de sus incendios

En 2009, Sudamericana publicó Memorias del incendio, un libro escrito por Eduardo Duhalde para revindicar su gestión como presidente provisional después de la debacle de 2001. Está dividido en dos partes. La primera reseña la Gran Crisis: "Los antecedentes del derrumbe", "la transición inédita", el "que se vayan todos"... La segunda cuenta los primeros cien días de su gobierno: "Las bases del nuevo rumbo", según el expresidente. No fue un bestseller. Quizá ni siquiera lo haya leído la clase dirigente, que todavía no era el Círculo Rojo. Muy probablemente haya nacido del despecho: el kirchnerismo, hijo fratricida del superbarón bonaerense, se había quedado con el copyright de la reconstrucción de la República perdida. Pero el libro de Duhalde tiene un buen título o, en todo caso, uno que cobra relevancia en este nuevo capítulo del culebrón criollo. 

 

La temeridad de la clase política y su incapacidad para resolver de manera no cruenta sus diferencias arrastraron otra vez al país a las puertas de un eventual infierno de proporciones desconocidas. De la memoria nacional y popular solo llegan imágenes de penurias para las mayorías de siempre.

 

Cada crisis tiene sus particularidades: sus ventajas y sus desventajas respecto de otras anteriores.   

 

En 2000, el vicepresidente Chacho Álvarez no anduvo con vueltas para fracturar la coalición gobernante: renunció. A partir de ahí, la historia conocida: al año siguiente, la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y la crisis económica y social más grave de la Historia argentina. 

 

En 2008, el vicepresidente Julio Cobos no renunció, pero su voto fue no positivo y también quebró la sociedad de entonces.

 

La Alianza no era el Frente de Todos: aquella fue la sociedad de un partido tradicional, supuestamente progresista pero muy conservador, y una fuerza muy joven surgida de un desprendimiento supuestamente de centroizquierda del peronismo en su etapa neoliberal. Esta de ahora reunió las partes de un peronismo que se había ido desgajando, pero, al cabo, es todo PJ. Se suponía que sería más maciza.

 

La alquimia del primer cristinismo fue más difusa, menos formal, entre una facción del peronismo y una del radicalismo: el radicalismo K, es decir, una dirigencia radical que se había kirchnerizado -había sido cooptada, según la oposición de entonces-. Aunque escandaloso, el divorcio no tuvo consecuencias serias. Cobos no era Cristina. Cristina no era Alberto Fernández.

 

Más atrás en el tiempo, en la prehistoria de esta democracia, la fractura del peronismo fue a los tiros, pero aquello, afortunadamente, parece definitivamente una foto en sepia.

 

Más acá, otras fórmulas presidenciales tampoco fueron lechos de rosas. Carlos Menem y Duhalde terminaron como enemigos íntimos y tampoco con Carlos Ruckauf el riojano vivió un romance duradero, pero la cuenta de los platos rotos no fue tan pesada. La maldición de los vices, pero en versiones bajas calorías.

 

¿Qué margen tiene hoy el Frente de Todos para reconstituirse después de la exhibición pornográfica de sus diferencias de forma y de fondo que hicieron en las últimas horas el Presidente y, sobre todo, con su carta-bomba, la vicepresidenta proveedora, que se declara harta de pedir cambios de rumbo y sin esperanzas de conseguirlos por las vías de la diplomacia silenciosa? 

 

¿Qué chances tendría el Presidente de reconstruir el Gobierno y la gobernabilidad si decidiera o no le quedara otra que seguir solo, sin el kirchnerismo, sea porque la ruptura se formalizó o porque el oficialismo logró recauchutar su fachada pero, adentro, la casa quedó detonada? (Botón de muestra: como explicó Letra P este jueves, el Congreso se convertiría en un animal invertebrado e indomable, inviable.)

 

¿Qué presidente quedaría en pie si, después de decir que él es quien seguirá marcando el rumbo del Gobierno -no Ella, se entiende- termina "ordenando el gabinete" como le pide Ella -no como querría él-, como sugirió este viernes, acaso todavía aturdido por la carta-bomba?

 

Otra vez: Cristina no es Cobos ni Alberto Fernández es Cristina. 

 

Fuera de la burbuja en la que la política cuece sus habas, la realidad: pandemia, inflación y pobreza al 50%, una deuda astronómica en veremos... Las crisis, es necesario volver a señalarlo, no son comparables y esta, como todas, es distinta a las anteriores, pero el archivo está lleno de hechos impensables. Por eso, es inevitable: el cóctel que se agita puertas afuera de los palacios refresca la memoria de los incendios argentinos.

 

Las negociaciones abiertas en la noche del jueves sobre las ruinas humeantes de la coalición abrigaban, al cierre de esta nota, expectativas de alguna solución que remendara la estructura del frente de gobierno. En esas penumbras se advertía una luz tenue: el alumbramiento de una coalición incluso más equilibrada que la original a partir de la eventual aparición de un actor -el albertismo todavía nonato- que, a partir de porotos que hasta ahora no había podido contar como propios, convirtieran al Presidente en dueño de una porción de las acciones del FdT. Es, no obstante, una hipótesis viciada de optimismo.  

 

Ignacio Torres elevó el pliego de Giacomone a la Legislatura. Podría jurar como ministro del Superior Tribunal de Justicia en marzo.
Ariel Lijo con José Mayans, durante la audiencia por su candidatura a la Corte Suprema. 

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