Este jueves termina la presidencia pro tempore de la Argentina en el Mercado Común del Sur (Mercosur). En una ceremonia que comenzará a las 10, Alberto Fernández le entregará el mando a su rival brasileño, Jair Messias Bolsonaro, quien llega con una agenda diferente: amenaza con encerrar a aquel en su área a fuerza de embates flexibilizadores. La Casa Rosada controló la pelota durante seis meses, pero no logró resolver los dos temas más importantes de la agenda: la reducción del Arancel Externo Común (AEC) y la desregulación de las negociaciones externas. Ahora, sin el control del juego, acaso tenga que dedicarse a lo que la hinchada albiceleste no quiere que ocurra este sábado, en la final de la Copa América: aguantar el ataque brasileño.
Brasilia se llevó primero la organización de la Copa y ahora, como indica el reglamento, la titularidad rotativa del Mercosur y, con ello, el poder de regulación. En su período de presidencia, Argentina avanzó, pero no logró destrabar las negociaciones sobre el AEC y sobre un nuevo formato de las negociaciones comerciales con países extrazona. A inicios de junio, el ministerio que conduce Felipe Solárealizó una última propuesta que llevó a suspender un encuentro de cancilleres, que se iba a realizar en Buenos Aires, a la espera de un estudio detallado, algo que será de tema de agenda esta semana en la búsqueda de un acuerdo.
“Sobre los productos que no se producen en la región o donde es prácticamente imposible su desarrollo futuro, la propuesta (sobre el AEC) tiene una reducción muy significativa que lleva los aranceles a niveles marginales. Donde hay valor agregado y producción activa, se preservan”, aseguró una fuente argentina que es parte de las negociaciones. “La propuesta es dotar de un mayor escalonamiento a los niveles arancelarios en función del nivel de agregación de valor y actividad productiva”, manifestó.
El desafío para Fernández, que se profundizará a partir de la presidencia brasileña, es que su proyecto cuenta con el rechazo de Bolsonaro, quien realizó una propuesta más ambiciosa que tiene el respaldo del presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou. “Quieren bajar un 10% ahora y otro 10% en enero sobre todos los productos”, explicó una fuente del Palacio San Martín, que adelantó que Argentina “buscó ser pragmática” y acercar posiciones con el socio más grande del bloque, pero que por ahora el esfuerzo no alcanzó.
La cumbre del jueves, en la que Fernández realizará el tradicional golpe de martillo, amenaza con ser de alta tensión. Aún resuenan los cruces de marzo, cuando el bloque cumplió 30 años y lo que debió ser un festejo terminó en un altercado entre Fernández y Lacalle Pou. “El Mercosur no debe ser un lastre”, dijo el oriental, quien recibió como respuesta argentina una invitación a “tomar otro barco”. Los tambores ya resuenan. Hace pocos días, el ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, aseguró que su país no puede “dejar que un veto argentino imposibilite un acuerdo comercial” y el deseo de “modernizar” el bloque. El canciller uruguayo y amigo personal de Fernández, Francisco Bustillo, manifestó que “la marca del Mercosur está realmente devaluada” y que Montevideo “no puede apostar, como hacen otros, a un bloque autárquico”. La comida está servida y con la verborragia brasileña puede caer pesada.
“No tenemos ningún temor por la presidencia de Brasil. Vamos a seguir trabajando en base al consenso”, adelantó una fuente diplomática nacional. Según supo Letra P, la delegación argentina espera que en los próximos seis meses también se trabaje en relación con la pandemia –especialmente, a través de la liberalización de bienes y servicios que se utilizan para controlarla– y en la flexibilización de controles y la agilización de la burocracia interna. De todas maneras, a pesar del cambio de presidencia, los principales temas que ocuparán la agenda serán, como hasta ahora, el AEC y las discusiones acerca de la posibilidad o no de que cada país miembro conduzca negociaciones de libre comercio con terceras partes de modo individual, a lo que se opone la Argentina. “Hay que seguir trabajando intensamente para analizar los impactos potenciales” de ese tema, manifestaron en Cancillería.
La política exterior argentina espera controlar los deseos de Brasil en base a las herramientas que proporciona el propio Mercosur y a factores del propio gigante sudamericano.
Por un lado, sabe que las decisiones del bloque se toman en base al consenso de los cuatro miembros activos, algo que Bolsonaro no ha logrado hasta ahora. El gobierno paraguayo de Mario Abdo Benítez es proclive a la reducción de aranceles, pero no a aceptar que cada integrante negocie acuerdos por fuera del bloque. Esto se reafirmó en junio, cuando Solá recibió a su par de ese país, Euclides Acevedo, con quien coincidió en “respetar lo establecido en materia de iniciación de negociaciones externas”. En este punto, el cuarteto está divido y el consenso no se alcanza.
Por el otro, el Palacio San Martín vio con buenos ojos el encuentro que mantuvieron los expresidentes brasileños Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva, dos rivales que coinciden en su oposición a Bolsonaro y acordaron con la posición argentina de que “no es el momento para reducciones tarifarias unilaterales”. A esto se sumó el Consejo Empresario Brasileño-Argentino (CEMBRAR), que calificó de “inoportuno” el planteo y bregó por mantener “la obligación de actuar en forma conjunta” en las relaciones con el exterior. De la combinación de las discusiones internas, especialmente con el apoyo paraguayo, y de las disputas hacia el interior del propio Brasil, la Argentina espera obtener un resultado favorable.
Si la Argentina quiere quedarse el sábado con la Copa América, deberá controlar los embates de Neymar y compañía durante al menos 90 minutos. Si quiere mantener al Mercosur como su principal organismo de relacionamiento externo, deberá sortear los avances de Bolsonaro por lo menos por seis meses. Será una etapa difícil que obligará a desplegar un juego inteligente para no volver de Brasil con las manos vacías.