Decía que el cierre de listas era el momento en que aparecían las peores características del ser humano, pero no se sorprendía. Juan Carlos Mazzón era un profesional y su trabajo, dicen, era ganar elecciones. Desconocido para la mayor parte de la población, incluso para el electorado histórico del peronismo, “El Chueco” era famoso entre varias generaciones de dirigentes y militantes del PJ de todo el país. A la hora de confeccionar la boleta del partido, cuando la mayoría pelea por su sobrevida en política, su preocupación era incluir a quienes garantizaban la mayor cantidad de votos y lograr, al mismo tiempo, la armonía entre las distintas facciones. Muchísimo. A esa escuela, todavía vigente, pertenece su discípulo Jorge Landau.
En el año electoral, la reciente aparición de El estratega del peronismo, una biografía del gran operador del PJ que se mantuvo durante un cuarto de siglo en las primeras ligas del poder, es un homenaje de un grupo de sus amigos incondicionales, que logró reconstruir la vida de Mazzón en base a testimonios de los más diversos: su familia, los dirigentes que lo acompañaron en su trayectoria y políticos como el exgobernador Francisco "Paco" Pérez, Carlos Corach y Daniel Scioli. También es una excusa para asomarse al peronismo que respira y se mueve lejos de Buenos Aires, harto de ver cómo la historia se cuenta desde “el centralismo porteño”.
A Mazzón se lo muestra como un embajador de las provincias y los municipios ante el poder central. La antesala de su despacho era una eterna romería por la que desfilaban ministros, gobernadores, intendentes, concejales, militantes, periodistas y, también, gente común que no tenía que ver con la política o el peronismo. “Era una peregrinación constante, como un curandero”, recuerda uno de los entrevistados. Para la dirigencia del interior que viajaba a la Capital en busca de soluciones, Mazzón era un “abre-puertas fuera de serie” y para el gobierno nacional, era el que podía tenía un contacto hasta en el último rincón de la Argentina.
Libro homenaje.
Todavía en una edición limitada y amateur que no es fácil de conseguir, los autores del libro son Jorge Luis Ferrari y Nicolás Barrera, dos viejos compañeros del dirigente que se inició en política en Mendoza a mediados de los años ‘60 y atendió en la Casa Rosada, de manera ininterrumpida, entre 2002 y 2015, bajo el cargo de coordinador de Asuntos Político Institucionales de la Unidad Presidente. Verdadero mito viviente para toda esa dirigencia que lo visitaba en su despacho del primer piso de Balcarce 50, Mazzón actuó bajo las órdenes de cuatro presidentes: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Con nadie trabajó tanto ni tan cerca como con Kirchner. Cuando el santacruceño era todavía un apellido difícil de pronunciar y aparecía como el plan C de Duhalde para frenar el regreso de Menem, Mazzón recorrió las provincias para cerrar el apoyo de gobernadores e intendentes. Aun con diferencias, tuvo con él una relación de una confianza absoluta. En 2007, por ejemplo, “El Chueco” se diferenció de la apuesta transversal que pretendía cederle Mendoza a la UCR a cambio de la incorporación de Julio Cobos como candidato a vicepresidente de Cristina. Mazzón consiguió el aval de Kirchner para apostar al postulante del PJ y Celso Jaque se convirtió en gobernador.
Muerto Kirchner y con el cristinismo en una deriva acelerada de espantar aliados, Cristina lo echó en los meses antes de la derrota del Frente para la Victoria. Su hija Mariela cuenta en el libro que CFK le pidió primero que siguiera, pero, “cuando lo echó -dice-, ella no dio la cara: lo hizo ir a (Carlos) Zannini”. Scioli agrega que su excandidato a vicepresidente y el ahora senador Oscar Parrilli no le permitieron a “El Chueco” pasar a hablar con Cristina. Mazzón, según él mismo lo contaba en los meses finales de su vida, sólo quería preguntarle por qué lo estaba echando. Pura paradoja, cuatro años después y tras el huracán macrista, Cristina se fijaría como objetivo principal lograr la más amplia unidad del peronismo para volver al poder.
El especialista
Los autores del libro sostienen que, si Mazzón no hubiera fallecido, Mauricio Macri no hubiera llegado al gobierno porque Córdoba hubiera jugado a favor del peronismo en las generales o, al menos, no hubiera jugado tan en contra como lo hizo. El desplazado tenía vínculo directo con José Manuel De la Sota desde la década del ‘70 y hubiera intentado hacer lo que, cuatro años después, se esforzaron por lograr Alberto Fernández, Sergio Massa y Carlos Caserio. También Scioli, que le entregó parte de su campaña a “El Chueco” cuando lo echaron, piensa lo mismo y apunta que hubieran pesado “la operatividad preelectoral, la fiscalización y, sobre todo, las alianzas que podría haber logrado en las provincias”. No por nada uno de los grandes amigos de Mazzón, Alfredo “Yoyi” Leotta, lo define como “el hombre de la negociación infinita”. Murió el sábado 8 de agosto de 2015, a los 71 años, unas horas antes de que Scioli le ganara a Macri las PASO por un margen más estrecho del que precisaba el Frente para la Victoria, y se llevó a la tumba los secretos del poder.
Definido como un bicho raro en lo alto de ese universo, uno de sus hijos cuenta que Mazzón no veía programas políticos ni noticieros y que aprendió de Perón “que los éxitos se preparan” porque, cuando se está arriba del ring, es tarde para entrenarse. Especialista en campañas y en el manejo de los tiempos, encargaba encuestas en forma permanente, analizaba la información, se preocupaba por no dejar nada al azar y seguía siempre los temas hasta el final.
El primer Chueco
El estratega del peronismo revela la historia de Mazzón, previa a su llegada a la Rosada. Nacido en Vera, provincia de Santa Fe, era hijo de un carnicero y pasó su infancia y adolescencia en la Costa del Toba, un pequeño paraje a 50 kilómetros de Paraná. Ahí, fue docente rural hasta que en 1963 partió hacia San Juan y Mendoza para estudiar Ingeniería en petróleo.
En esa época, conoció a su futura esposa, María Alicia Antoniolli, se sumó a la militancia universitaria y entró en relación con futuros gobernadores como De la Sota y José Luis Gioja. También en esos años, recibió el apodo que lo acompañaría por el resto de su vida. Con medio siglo de amistad, uno de sus viejos compañeros, Isidoro Laso, recuerda que en 1971 organizaron una serie de actos relámpago en la ciudad de Mendoza y que un “tarro de gas lacrimógeno” que tiró la policía lastimó a Mazzón en un tobillo. "El Chueco" fue internado en el Hospital Central. Sin embargo, el sobrenombre se debía a que tenía osteomielitis, una enfermedad causada por una infección en los huesos que llevó a que en 1986 le pusieran una prótesis de cadera.
Famoso por ser un emblema del peronismo ortodoxo y rechazado siempre por la familia progresista porteña, varios testimonios que aparecen en el libro revelan que las primeras lecturas de Mazzón giraban en torno a la izquierda: Marx, Gramsci, Sartre, Fanon, Guevara, Ho Chi Minh, Galeano; más adelante, José María Rosa, Hernández Arregui y Jauretche, Perón y Clausewitz.
En Mendoza, Mazzón formó la agrupación universitaria “Línea Nacional” junto a dirigentes como Dalmiro Rodríguez, José Luis Manzano, Carlos Abihaggle, el futuro premier de Eslovenia Andrés Bajuk y Alberto Flamarique, más tarde ministro de Trabajo Alianza UCR-Frepaso. En 1971, la agrupación se integra a la Federación Nacional de Estudiantes de Roberto Grabois y en 1972 se fusiona con Guardia de Hierro de Alejandro “Gallego” Álvarez y la Organización Universitaria Peronista (OUP) dentro de la denominada Organización Única del Trasvasamiento Generacional (OUTG). De ese tiempo también databa el lazo de Mazzón con el jesuita Jorge Bergoglio. Según cuenta Leotta, ya en 1973, Mazzón fue propuesta como candidato a diputado nacional por Mendoza en representación de la rama juvenil, algo que rechazó por orden de la agrupación que integraba. Hubiera sido otra quizás la carrera de un dirigente que se destacó por conservar siempre el perfil bajo y no aparecer en público.
El último nestorista
Presidente del PJ de Mendoza a partir de 1985 en representación del sector Azul y en oposición al sector Naranja de José Octavio Bordon, Mazzón aterriza en Buenos Aires junto al diputado electo Manzano en 1983 y un grupo que integraban también Flamarique y Ferrari. Pese a que Manzano se incendió en el fuego del menemismo y Mazzón fue apartado temprano de su cargo de viceministro del Interior, la dupla siguió funcionando en los noventa fuera de la Rosada; durante los años kirchneristas, era habitual ver al ahora dueño de Edenor haciendo cola en el despacho de "El Chueco". Sabía manejar la información y administrar los silencios. Si Duhalde es el que lo recupera para el poder y le devuelve su despacho en Balcarce 50, Kirchner es el que le cede una parte de su estrategia política. “Todavía hoy, cada vez que me entero de algo, agarró el teléfono y quiero llamarlo para contárselo enseguida”, me dijo Mazzón, con un gesto de frustración, varios años después de la muerte de Kirchner. Consultado para el libro, Corach confirma a su modo esa simbiosis: cuenta que al final no se podía hablar con “El Chueco” porque “se había puesto muy kirchnerista”.
Planteado como homenaje a un dirigente que vivía para la política y nunca se alejó del peronismo, el libro queda como testimonio de un tipo de políticos que parece en extinción en la era de las redes sociales y la crisis permanente. Vale como cierre una frase de Leotta, más alejada de la pura reivindicación. “Mazzón también expresa nuestro fracaso colectivo como dirigentes de una generación, si lo medimos por el país que dejamos y las miserias humanas que mostramos”.