El entorno convergente en el que transitan las vidas de las personas ha propiciado todo tipo de caracterizaciones. Si la era de los medios masivos ha llegado a su fin, no fue por su desaparición, sino por la irrupción de un proceso de digitalización global que posibilitó la producción, la circulación y el consumo asincrónico y multiplataforma; una nueva etapa a la que las empresas mediáticas se adaptaron con dificultades debido a la disputa por la monetización de los contenidos, razón de ser de su negocio.
Sin embargo, afectos a cierta polarización simplificadora, algunos análisis del contexto infocumunicacional suelen construirse de manera dicotómica. Un ejemplo de ello es la tentación de una persistente distinción tajante entre el mundo de los medios tradicionales y el de las redes sociales. En la construcción arquetípica de ambos universos paralelos, a un sistema dominado por la unidireccionalidad y el poder mediático como preocupación central, se le contrapone una constelación de medios conectivos interactiva y -más- democrática.
Si bien las primeras interpretaciones románticas del tecno-optimismo fueron rápidamente desmitificadas por los problemas propios de la nueva era, quizás con la velocidad de viralización de fakenews y el uso de datos personales por parte de corporaciones globales y gobiernos como los más visibles, la indagación sobre los consumos informativos en redes no ha perdido vigencia y la complejidad de la cuestión admite más de una respuesta.
Una investigación en curso dirigida por los investigadores Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro aporta evidencias sobre el tema a partir de algunos hallazgos sobre el contexto nacional. El primero de ellos, que la circulación de información a través de Facebook, la red social con más penetración en la Argentina y el mundo, está dominada por las mismas empresas informativas que concentran mayor cantidad de medios, recursos y poder de fuego en el concierto periodístico nacional.
El estudio rastreó, sistematizó y analizó diversas dimensiones del top ten diario de los posteos informativos más relevantes en Facebook durante 2020 en nuestro país. Como se dijo, la circulación de contenidos informativos en la red social fundada por Marck Zuckerberg tiene como usinas centrales a los tres medios digitales con mayor volumen de lectores. Clarín, Infobae y La Nación acaparan el 48,3% de las noticias más replicadas en Facebook. Con la pandemia de COVID-19 como tema central, si bien esas piezas informativas no guardan una relación necesaria con la jerarquización de los asuntos públicos que ofrece cada portal en su home, las brechas en el consumo se dan sólo a nivel temático, ya que las empresas mediáticas más importantes de la Argentina se las rebuscan para construir una oferta diversificada que les asegura centralidad también en las redes.
Pero hay más. Siete de los diez primeros medios más replicados en Facebook son grandes empresas informativas con epicentro en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). La mayoría son multimedios con presencia en varias provincias y han diversificado sus unidades de negocios por fuera de la actividad infocomunicacional. Entre las siete concentran el 68,6% de los contenidos más relevantes en la red. El Grupo Clarín, a través de clarín.com, Canal 13, TN y Radio Mitre, produce el 24,2% de las noticias más clickeadas. Los medios públicos suman sólo el 1,9% de los contenidos, principalmente generados por la Agencia Télam. El primer medio cooperativo es Tiempo Argentino y se ubica en el puesto 25, con el 0,7%. Finalmente, los blogs, páginas de ONG, organizaciones sociales y sindicatos suman sólo el 0,9% de los posteos que más circulan.
Los datos resultan elocuentes. La concentración informativa en la red social -disculpas por la redundancia- más concentrada del mundo ostenta niveles alarmantes en la Argentina. El fenómeno resulta nocivo para el derecho a la información en varios aspectos, ya que, centralizaciónde la producción en las principales usinas del AMBA, reduce la diversidad y el pluralismo de asuntos, fuentes de información y puntos de vista circulantes, lo que empobrece la deliberación pública.
Además, los hallazgos ponen en debate una cuestión central para el análisis de medios, ya que la pregunta habitual de cada encuesta sobre consumos informativos respecto acerca de qué medio o plataforma utiliza para informarse ya no puede ser planteada en términos excluyentes. La constatación de que cada vez más personas se informan “por redes sociales” sólo echa luz sobre las modificaciones en los hábitos de acceso a la información, aunque mantiene en la oscuridad la evidencia de que, aún en las redes, los medios más concentrados desempeñan un papel preponderante en la propagación de propuestas temáticas y encuadresa. A eso debe sumarse la certeza empírica que sostiene que esos medios no se caracterizan por propalar una gama razonable de diversidad ni en sus contenidos ni en sus líneas editoriales.
Así, la vida pandémica discurre en un ecosistema de medios convergentes que, como nunca, redefinió el espacio público en el que se traban relaciones comerciales, laborales, educativas y sociales en las que se moldean identidades y subjetividades. Esa arena de disputa de sentidos está poblada por actores con diferentes grados de poder y es mucho más jerárquica que lo que pregonaron los augurios democratizadores de la web 2.0. Si algo puso en evidencia la crisis sanitaria es que las tecnologías de la información y la comunicación son servicios esenciales en un mundo que entra y sale de múltiples confinamientos. La regulación integral de la convergencia aparece entonces como un desafío inconcluso para que esos servicios sean asequibles, diversos y plurales.