De hecho, algunos analistas aseguran que hay un nuevo Bolsonaro, más comedido y hasta sensible. Tanto es así, que el entusiasmo por inaugurar una central termoeléctrica en el estado de Sergipe (nordeste) lo llevó a ensayar, frente a un grupo de simpatizantes, el tierno gesto de alzar en brazos a un niño. La pasión, parece, le turbó la vista y el niño no era tal, sino un hombre con enanismo. Puede fallar, como dijo Tu Sam, pero el fan en cuestión, de hecho, pareció sentirse feliz. Lo que vale es la intención.
El regreso de sus demasías, contra sus rivales en general y contra el gobierno argentino en particular, no debería descartarse, ya que, como le sucede siempre al escorpión con la rana, es probable que el excapitán pierda la chaveta en cualquier momento. De hecho, su hijo Eduardo volvió a disparar el fin de semana contra la "venezuelización" de la Argentina.
Sin embargo, por ahora, el Bolsonaro mayor sigue apostando a formas más suaves que le están rindiendo bien en las encuestas a pesar de su desastroso manejo de la pandemia, que ha hecho de Brasil el segundo país más golpeado del mundo, con casi 115 mil muertos y una media diaria de decesos que se ha mantenido firme por encima del millar en los últimos tres meses.
Fuente: Ministerio de Salud de Brasil.
Según el último sondeo de Datafolha, “la aprobación al gobierno creció de 32% a 37% desde la segunda quincena de junio y alcanzó su mejor tasa de ‘bueno’ o ‘muy bueno’ desde el inicio del mandato en la segunda semana de agosto. La reprobación, suma de las evaluaciones ‘malo’ y ‘muy malo’, experimentó el retroceso más acentuado y cayó de 44% a 34%”.
En tanto, otra encuesta, realizada por DataPoder360, indicó que la ponderación personal del mandatario subió seis puntos porcentuales (de 32% a 38%) en las últimas dos semanas y puso en números el cambio que está registrando su base social, de la que han salido sectores de clase media decepcionados por su pelea con el exjuez de la operación Lava Jato Sergio Moro y a la que se incorporan más segmentos populares, agradecidos por el dinero que el oficialismo ha volcado hacia ellos a lo largo de la emergencia por el nuevo coronavirus. Se encienden luces anaranjadas para la izquierda brasileña.
En coincidencia con esta ola de provisorio pragmatismo, Scioli comenzó su labor con buen paso. Descripto por fuentes del gobierno brasileño, según averiguó Letra P, como “cauteloso” en el inicio de la reunión con el presidente de ultraderecha, seguramente a la espera del ajedrez que este iba a proponer, el embajador logró encarrilar la relación en torno a posibles oportunidades de negocios: mayor comercio, garantías mutuas contra trabas no arancelarias, línea directa entre la embajada y ministerio clave, integración física, trabajo conjunto en pasos migratorios, proyectos energéticos, cooperación nuclear y espacial y ejercicios militares conjuntos, entre otras cuestiones concretas. Justo lo que esperan el Planalto e Itamaraty.
Además, para después de la pandemia, cuando llegue la recuperación económica que se desea a ambos lados de la frontera, más turismo e intercambio automotor. La agenda quedó más precisada en la reunión del viernes con el canciller Ernesto Araújo.
Según supo este medio de fuentes en Brasilia, Bolsonaro se mostró bromista y afable para demostrarle a Scioli que no va a lidiar con ningún monstruo y que la Argentina, tercer socio comercial de Brasil, importa y que no es para él un país entre otros.
Es más, planteó la idea de un posible encuentro con Alberto Fernández en noviembre para recordar la reunión de Foz do Iguaçu de 1985, en la que Raúl Alfonsín y José Sarney dieron el puntapié inicial del Mercosur. ¿Se producirá? ¿Será en persona o virtual? Como sea, si se concreta, la foto resultará una pieza de colección dada la historia de choques, incluso personales, del último año.
En ese contexto, Bolsonaro, Araújo y Scioli evitaron deliberadamente tocar los temas más sensibles, en los que las diferencias son insalvables: la apertura del Mercosur, Venezuela y Bolivia. Todo sea por evitar una ruptura y reencontrar la pasión perdida.
¿El nuevo tono de Bolsonaro es una impostura, una simple táctica pasajera o efecto de una realidad muy diferente a la de algunos meses atrás, cuando su boca parecía no tener límites?
Sin subestimar el hecho de que las personas no suelen cambiar de un día para otro, la coyuntura es importante para comprender lo que pasa, sobre todo por un contexto internacional que se ha puesto hostil para el brasileño y que podría serlo en mayor medida de ahora hasta fin de año.
Bolsonaro puede gritar su deseo de abrir el Mercosur al punto de convertirlo en la nada misma, pero el año del Gran Confinamiento multiplica, recesión mediante, las presiones del poderoso sector industrial en contra de una desprotección exagerada frente a la competencia externa. Además, su afán requiere de socios dispuestos que, si bien existen, no son los jugadores más poderosos con los que sueña.
Por un lado, la canciller alemana, Angela Merkel, hasta ahora la principal abogada del tratado de libre comercio cerrado entre el Mercosur y la Unión Europea, acaba de sumarse a la postura negativa de países como Francia, Irlanda, Austria y Bélgica, entre otros, al señalar que tiene "serias dudas de que el acuerdo pueda ser aplicado como estaba previsto, sobre todo, por la situación en la Amazonia”, según dijo el vocero Steffen Seibert. El brasileño, con su política de mano blanda para con los productores agrícolas deforestadores, le dejó la pelota picando al proteccionismo agrícola europeo.
Por otro lado, en apenas 71 días se sabrá si Donald Trump, su gran aliado en el mundo, consigue la reelección en Estados Unidos o los demócratas recuperan la Casa Blanca con Joseph Biden. Las encuestas, por ahora, muestran un camino de ripio para el republicano, que lidia, como Bolsonaro, con una pandemia que no cede y encuentra pastos vírgenes en nuevas zonas, un desempleo persistente y una recuperación económica que no termina de afianzarse.
En el plano interno, a pesar de las encuestas que lo animan, el brasileño también baila un samba subido.
El ala militar del gobierno provoca ruido fuerte en el mercado financiero al tironear para ponerle coto al plan ultraliberal del ministro de Economía, Paulo Guedes, tanto en sus afanes privatizadores como en su intención de llevar a cabo un severo ajuste fiscal después del jubileo de gasto que impuso el covid-19. Aunque no son los desarrollistas de antaño, los uniformados presionan en pos de un vasto plan de obra pública que allane la continuidad del actual proyecto después de las elecciones de 2022.
En tanto, una popularidad sostenida es el gran antídoto contra cualquier moción destituyente, por más que sobren posibles causales de impeachment, que van, entre varias más, de los vínculos de su entorno con paramilitares a su contacto con las investigaciones por lavado de dinero que enfrenta su hijo Flávio, senador por Río de Janeiro, pasando por las denuncias de obstrucción de justicia con las que Moro justificó su portazo.
El próximo 1 de enero, comenzará la segunda mitad de su mandato, período en el cual los presidentes que, como él, son susceptibles de juicio político quedan en una posición más frágil. Según la Constitución, transcurridos los dos primeros años, una remoción no abre camino a nuevas elecciones sino a que el vicepresidente complete el período. En este caso, se trata del general Hamilton Mourão, algo que, desde la propia elección de Bolsonaro, generó suspicacias respecto de las verdaderas intenciones del llamado “partido militar”.
¿Serán todas esas las razones del reciente pragmatismo de Bolsonaro? El tiempo dirá si puede con su genio, pero, mientras tanto, la Argentina encuentra una vía para gambetear riesgos de una ruptura que no está en condiciones de permitirse.