CRISIS POR CORONAVIRUS

Fernández vs. Trump-Bolsonaro: la pandemia de la recesión, grave daño colateral

La mayoría de los países, como Argentina, priorizan las medidas sanitarias, aunque estas dañen la economía. Otros, como EE.UU. y Brasil, quieren normalizar la actividad. El discurso de la crueldad.

Los gobiernos de todo el mundo tienen en el COVID-19 un enemigo desconocido, para cuyo combate no hay recetas ideales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda vehementemente medidas de aislamiento social para impedir una propagación del mal tan veloz que colapse los sistemas de salud e impida una correcta atención de los casos graves; la Argentina se ha encolumnado detrás de esa visión que privilegia la salud pública más allá de los efectos dramáticos que tiene sobre la economía la paralización de buena parte de la actividad. Como contracara, Estados Unidos y Brasil, que comparten tanto el tener gobiernos de ultraderecha como estructuras políticas fuertemente federales, están cruzados por una polémica feroz: administraciones estaduales y municipales refuerzan las cuarentenas ante el alarmante incremento de los casos, mientras las centrales presionan agresivamente por una normalización urgente de la vida económica. En definitiva, ¿qué resulta más más dañino? ¿El propio coronavirus o la sombra de la recesión que se extiende sobre el mundo tanto como aquel?

 

Además de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, el club de los duros tenía otro miembro: el británico Boris Johnson, paladín del brexit. Pero este ya cedió ante la evidencia científica y la presión de la opinión pública y ordenó una reclusión total para las próximas tres semanas. El hombre, un ser voluble que defendió con tanto ahínco la salida de su país de la Union Europea (UE) como poco antes había argumentado a favor de que se quedara, contrajo otra vez el mal de los conversos y ahora hasta adosó a su perfil de Twitter la etiqueta #StayHomeSaveLives (#QuedarseEnCasaSalvaVidas).

 

La Argentina viene de dos años de recesión, 2018 y 2019, y experimentará en el actual una todavía más profunda por la paralización de la actividad. De acuerdo con el último informe de la consultora Elypsis, “esta emergencia sanitaria encuentra a la Argentina en plena crisis financiera y económica, sin recursos para afrontarla. Por eso cuantificar el impacto es prematuro, pero según nuestras proyecciones el PBI se estará retrayendo 4,5% este año, y 2,6 puntos de esa caída es consecuencia del COVID-19”. Ese es, se entiende, el piso de la caída estimada, cuando aún nos e sabe ni siquiera cuándo finalizará la cuarentena.

 

Además, la crisis corta por la mitad el proceso de renegociación de la deuda, cuyo pronóstico es más reservado que nunca.

 

El Presidente puso en suspenso todos los objetivos económicos previos a la llegada de la pandemia al país y ordenó a los ministros de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y de Economía, Martín Guzmán, acomodar todos los números a la necesidad de sostener a la sociedad en la emergencia. Se gastará con cautela, pero todo lo que haga falta, así sea a ciegas, dado que si bien puede cuantificarse el dinero que se vuelca al mercado, no es posible saber cuánto sufrirá la recaudación impositiva por la mayor caída de la actividad y, con eso, hasta qué nivel escalará el déficit fiscal.

 

Así, las medidas anticíclicas se fueron acumulando. Al paquete inicial, que apuntó sobre todo a aliviar a los sectores más vulnerables, se sumó otro, necesario para llevar la ayuda del Estado a los monotributistas de las categorías más bajas y a los trabajadores por cuenta propia, cuyos ingresos caerán con el aislamiento social casi a cero.

 

La agenda económica conocida, esto es la pelea contra la inflación, el equilibrio de las cuentas públicas, el crecimiento de la producción y las exportaciones y hasta la sustentabilidad de la deuda, será retomada cuando la vida de los argentinos se normalice.

 

En Washington y en Brasilia suena una música diferente. La OMS advirtió que Estados Unidos despunta como el nuevo foco principal de la pandemia y estados importantes como Nueva York, cuyos hospitales están colapsando, claman por una ayuda federal que Trump retacea. 

 

 

 

Ante eso, el presidente replicó: “Me encantaría que las empresas abrieran para Semana Santa. Mucha gente está de acuerdo conmigo. Nuestro país no está hecho para cerrar. Se puede destruir un país de esta manera, cerrándolo”.

 

Trump tiene sus intérpretes. Dan Patrick, vicegobernador de Texas, respondió con un hesitante "sí" cuando el presentador del canal amigo, Fox News, le preguntó si él estaría dispuesto a entregar su vida en pos de los objetivos de mantener en movimiento al país para las generaciones venideras.

 

 

 

En Brasil la puja entre la inquietud económica y la sanitaria es aún más aguda. Bolsonaro no deja de referirse al COVID-19 como un agente capaz de provocar una “gripecita” o un “resfriadito” y sus preocupaciones apuntan sobre todo a proteger a las empresas de una recesión que ya se teme. Tanto, que ordenó por decreto ley que estas podían evitar el pago de cuatro salarios a sus trabajadores, medida sobre la que debió dar marcha atrás (por ahora) ante la furia social.

 

 

 

Mientras, envía dinero a los estados y municipios, pero acusa a sus gobernantes, sobre todo a los de San Pablo y Río de Janeiro, hasta hace poco sus aliados, de “exterminar empleos” con sus políticas de cuarentena. A cada rato dice que solo hay que aislar a los ancianos y conmina a los gobernadores a mandar a la gente a trabajar, al punto de que este miércoles habló, enigmático, sobre un posible quiebre de la democracia.  

 

Su último cruce con el gobernador paulista, João Doria, vía videoconferencia fue insólito. “¡A usted se le subió a la cabeza la posibilidad de ser presidente de Brasil. No tiene altura para criticar al gobierno federal!”, le gritó el presidente. “Le pido que tenga serenidad, calma y equilibrio. Usted tiene que comandar el país”, le respondió el segundo, que amenazó con ir a la Justicia si aquel confisca equipos o insumos médicos.

 

 

 

Algunos (los menos) apoyan al capitán y tienen su propio capítulo del discurso de la crueldad, el que anima a la gente a arriesgarse sin reparar en edades, estados de salud o condiciones sociales que hacen más o menos fácil el acceso a los cuidados. Son, sobre todo, una parte de los empresarios, que, como dijo Junior Durski, dueño de la cadena de restaurantes Madero, creen que Brasil "no se puede parar por 5.000 o 7.000 muertes”.

 

 

 

La mayoría opina diferente y ya hay quien habla incluso de juicio político. ¿Será un escenario factible si la pandemia se pone fea de verdad? Mientras, cada noche las cacerolas aturden desde los balcones de las ciudades del sudeste rico. Los brasileños se inquietan por el futuro de su economía, pero la preservación de sus vidas les parece un asunto más urgente.

 

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