El mundo que debería ser el soporte de la recuperación argentina –más deseada que segura– cambiará el próximo 20 de enero, cuando cesen las rabietas y pataditas de Donald Trump y el demócrata Joseph Biden asuma como nuevo presidente de Estados Unidos. Ese día, sin embargo, será apenas el de la formalización de un giro que comenzó en el momento mismo en que se selló el triunfo de este, por más que la memoria no logre ahora precisarlo debido al caos político de las últimas semanas. Lo que ya se modificó es la agenda de la superpotencia, una en la que la Argentina actual de brazos cortos encontrará más para ganar en el corto plazo que en el largo.
Con Trump se va un estilo desnudamente personalista de gestión del conflicto internacional en temas clave como el roce de placas tectónicas que supone la emergencia de China, el cambio climático, el comercio y las aspiraciones nucleares de Irán, entre otros de gran calado. Lo que se altera no es solo el contenido –menos trompetas y más contrabajo en el enfrentamiento con Pekín, regreso al Acuerdo de París, menor proteccionismo y reinicio de la concertación con Europa para tratar de poner en caja a la República Islámica, respectivamente– sino el formato. Lo unilateral, al menos en la medida en que puede esperarse de Washington, se cubrirá con el ropaje de un multilateralismo que, como es habitual, solo debería incluir a la Premier League. Vuelve la politics as usual.
Como es habitual, América Latina no ha sido un tema en la reciente campaña electoral y es un asunto de tercer orden de importancia, con suerte, en la agenda internacional de Biden. Argentina, ni qué hablar. Sin embargo, el futuro esperable permite entrever una inserción posible, inevitablemente cortoplacista, para el país.
Primero, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los dichos del exrepresentante de Trump ante ese organismo, el actual titular del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Mauricio Claver-Carone, en el sentido de que el paquete récord de 57.000 millones de dólares de 2018 apuntó a respaldar la reelección de Mauricio Macri, exime de comentarios. Esa porfía metió al Fondo en un entuerto de importancia, comprometiendo una porción alta de sus recursos en un país único y poco confiable, en momentos en que la persistencia de la pandemia le genera otras demandas. Salir de ese problema no es solamente una necesidad de Alberto Fernández, sino que también será un deseo de Biden, dueño de la mayoría del paquete accionario y de los votos en el Directorio, por lo que no cabe esperar mayores piedras políticas en el camino hacia un acuerdo.
La saga del nuevo coronavirus, que golpea a Estados Unidos con inusitada fuerza en su segunda oleada, también influirá en la Argentina. Es cierto que la vacuna está a la vista y con ella, el posible fin del estrago, pero, también, que la salida económica de la etapa conocida como el Gran Confinamiento podría ser más lenta que lo deseable en Estados Unidos. Así, se espera que la futura administración dé forma a un nuevo paquete de estímulo económico. Aunque la intención de máxima deberá pasar por el tamiz de un Senado republicano, cabe especular con un gasto suplementario cuantioso, capaz de mantener bajas las tasas de interés. Más fácil: todo lo que abunda es barato y, si el dólar lo será, su precio –la tasa– bajará.
Como Argentina va a seguir por un largo tiempo excluida del mercado voluntario de deuda, esto último no la afectará para bien ni para mal, pero tal vez beneficie a grandes empresas que se muestren capaces de navegar en mar abierto. Más decisivo seguramente será otro efecto de la abundancia de dólares –afuera, claro, porque acá seguirán faltando–: el alza de todo lo que cotiza en esa moneda, en particular materias primas como las que exporta la Argentina. Esto, más condiciones climáticas adversas en muchos países productores, pareciera destinado a mantener la cotización de la soja, el principal producto argentino de exportación, en niveles récord en cuatro años, lo que alimenta la esperanza del ministro de Economía, Martín Guzmán, de surtir mejor de divisas duras, a partir de abril, las bóvedas exhaustas del Banco Central.
Fuente: Ámbito Financiero.
Esto, desde ya, dependerá también de condiciones internas, en especial, de la destreza que muestre el Gobierno en domesticar una macro imposible, en la que las presiones cambiarias no dan tregua desde hace dos años y medio.
Otro elemento que se verá condicionado por el cambio de mando en Pennsylvania Avenue 1.600 es una gestión no necesariamente menos intensa, pero sí más sutil de la competencia con China por la influencia en América Latina, algo que daría a países como la Argentina más margen para profundizar una relación crucial para el comercio y la inversión. En ese sentido, cabe preguntarse qué será de Claver-Carone, quien sentirá el sudor frío de aquellos a los que les cambian peligrosamente las reglas de juego en medio de una fiesta de fornicio y rifirrafe. A priori –es decir, solo a priori– nada debería desplazarlo, salvo su propia voluntad, del BID, por lo que América Latina no debería esperanzarse demasiado en recuperar una silla que había sido suya desde 1959.
Claver llegó allí para condicionar los préstamos del organismo a una toma de distancia de los países con respecto a China, pero ahora deberá decidir si se pone a las órdenes de un nuevo jefe, quien lo someterá al potro del Congreso en su pedido de fondos extra para apalancar influencia. El cubano-estadounidense ha relegado a los socios grandes del BID de su esquema de conducción, pero con Biden el partido podría cambiar en el segundo tiempo. Eso sería importante: impedida de acceder a crédito privado en dólares, Argentina dependerá en los próximos años del surtidor de organismos multilaterales como ese.
Con Biden y sin Trump, Bolsonaro queda confundido en la fiesta y sus arrebatos recientes contra China parecen más un reflejo extemporáneo que un gesto atinado en la nueva etapa.
La salida de Trump y la llegada de Biden también implican un cambio mayúsculo en un tema lamentablemente tangencial para la clase política nacional: el cambio climático. Con todo, el lugar fundamental que el mismo tendrá en la agenda de la Casa Blanca será, antes que la falta de piel ideológica, un elemento que enfrentará a Estados Unidos con Brasil, rompiendo un eje fundamental para Sudamérica.
Bolsonaro queda, como Claver, confundido en la partusa y sus arrebatos recientes contra China y sus inversiones en 5G parecen más un reflejo extemporáneo que un gesto atinado en la nueva etapa. Por ideología, Brasil arriesga comercio con su principal socio a cambio de un premio estadounidense que no llegará.
Más bien, lo que puede arribar desde el norte son sanciones, como amenazó el propio mandatario electo si Bolsonaro no apela pronto al extintor de incendios en la Amazonia, y, desde la Unión Europea, el negacionismo climático del Trump tropical sería la excusa perfecta para no aplicar un acuerdo de libre comercio con el Mercosur que no desea por motivos diferentes, vinculados en verdad a su proteccionismo agrícola.
Venezuela seguirá siendo un Estado hostil para Estados Unidos, pero la Casa Blanca ya no le abrirá tanto sus puertas al virtual Juan Guaidó ni depositará tanta confianza y recursos en la hipótesis del alzamiento militar interior. El chavismo seguirá en la vereda de enfrente, pero bajará algunos peldaños en la escalera de las obsesiones y Argentina, miembro del Grupo Internacional de Contacto (GIC), tal vez encuentre un espacio mejor comprendido en Estados Unidos para la exploración de una vía negociada a ese entuerto.
Con Luis Arce en Bolivia, Fernández se siente menos solo, pero el mapa no cambiará demasiado en lo inmediato: el año que viene, solo Perú tendrá elecciones presidenciales, aunque convendría prestarle atención al proceso constitucional que, como la caja de Pandora, se abrirá en Chile. Brasil y Colombia recién renovarán sus liderazgos en 2022.
Con lo poco que pueda ofrecer, 2021 debería ser mejor que este infausto año de pandemia y crisis. La pena grande es que ya no lo tendremos a él.
Chau, Diego querido.