En su libro “Volveremos y seremos millones”, el expresidente Evo Morales compara su derrocamiento con el de Salvador Allende en Chile, en 1973, y sostiene que, “si no salía de la Casa Grande del Pueblo (sede de gobierno), habría muerto ahí”. También, relata las horas previas a abandonar Bolivia y la recomendación de su vicepresidente, Álvaro García Linera, que lo convenció de pedir asilo en México y no “meterse selva adentro para resistir”. “Si queremos salvar el proceso de cambio, hay que salvar la vida de Evo”, le dijo. Casi un año después, el Movimiento Al Socialismo (MAS) está con vida, rejuvenecido y se prepara para volver al poder hasta 2025.
Según resultados extraoficiales de las elecciones desarrolladas este domingo, el partido azul y negro consigue una victoria con el 52% de los votos que lo revitaliza e inaugura una nueva era: será la primera vez que gobernará sin las figuras electolas de Morales y García Linera. A nivel nacional, reafirmó que es la fuerza política más importante desde que el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) liderara la Revolución de 1952 y a nivel continental logró superar uno de los grandes desafíos del progresismo latinoamericano de la última década: la sucesión. Arce pasó la prueba en una cancha adversa, con un desgaste de 13 años de gobierno y luego de un golpe de Estado, masacres, encarcelamientos y exilios obligados. Con la victoria ya asegurada y el reconocimiento de la oposición, surgen el interrogante: ¿Cómo volverá el MAS al poder?
La figura de Arce se amolda al momento que vive Bolivia. Su amplia victoria evidencia tres desafíos que deberá resolver en materia de gobernabilidad. El primero es en relación al Poder Legislativo. Según estimaciones privadas, conseguiría la mayoría absoluta en ambas cámaras, pero perdería la mayoría especial de dos tercios que disfrutó Evo Morales, lo que lo obligará a negociar con la oposición. La cintura política será fundamental, porque las coincidencias con la oposición son casi nulas. El segundo es la polarización nacional, que ha mostrado signos de violencia y racismo y se profundiza por la crisis institucional luego del golpe. El tercero será económico, como consecuencia de desmanejos del gobierno de facto y del impacto de la pandemia. Hace días, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) confirmó que el PBI se desplomó un 11,11% en el segundo trimestre del año.
En este contexto, deberá apelar al encuentro político y al trabajo con la oposición, dos premisas que concuerdan con su historial y características políticas: Arce es un hombre que representa a los sectores del MAS más centrados y más propensos al diálogo. En su primer discurso como presidente electo, prometió “gobernar para todos los bolivianos” y “construir un gobierno de unidad nacional”. Más allá de un plan, será una necesidad política apelar al encuentro con la oposición para cerrar heridas abiertas luego del golpe y lograr la gobernabilidad necesaria que garantice estabilidad para los cinco años de mandato.
EVOLUCIÓN. En esta nueva era que se abre para el MAS, el expresidente Evo Morales tendrá un rol significativo, pero desde un lugar diferente y nuevo. El fundador del partido no pudo ser candidato a denador por Cochabamba por un fallo judicial y tampoco pudo votar. ¿Ocupará algún rol en el próximo gobierno? ¿Cuál? Durante la campaña, Arce aseguró que primero debe “resolver sus temas pendientes en los estamentos judiciales”, en relación a las causas penales abiertas durante los últimos meses por delitos que van desde terorrismo hasta estupro. Por su parte, días antes de la elección, el propio Morales aseguró que “Lucho, solamente Lucho será presidente” y que él se dedicará a “compartir la experiencia para formar nuevos líderes”, una de las falencias del proceso boliviano.
Luego de la victoria de Arce, Morales aseguró que “no está en debate” que “tarde o temprano” volverá a Bolivia porque su “gran deseo” es regresar a Cochabamba, la región que lo vio nacer como dirigente sindical. El expresidente enfrenta dos desafíos para cumplir su objetivo, uno judicial y otro político. El MAS llegó al domingo tras reponerse del golpe de Estado luego de un proceso de autocrítica interna y debates entre los sectores más populares y sociales y aquellos más cercanos a las ciudades y la clase media. “El entorno” de Evo “no va a volver”, dijo el vicepresidente electo, David Choquehuanca durante la campaña. Ante la sumatoria del frente judicial, la fuerte polarización nacional, la propuesta de alcanzar “un gran acuerdo nacional” por parte del propio Morales y los debates internos de su partido, se puede esperar que el expresidente desarrolle actividades por fuera de la administración y se dedique más a ser un dirigente aglutinador y unificador del partido de cara al futuro.
El cuadro nacional se amolda al escenario regional en el que obtuvo su victoria. Llegó al domingo con el temor del tropiezo kirchnerista de 2015, que no logró la sucesión con Daniel Scioli, y gobernará con el desafío de resolver lo que a Alberto Fernández le está costando: la vigencia condicionante de un liderazgo político que lo supera, aunque con la ventaja de que Morales, a diferencia de CFK, no será parte del gobierno. Además, asumirá con el miedo del antecedente brasilero, que terminó con la destitución de Dilma Rousseff, y el fantasma ecuatoriano de la traición de Lenín Moreno a Rafael Correa lo atormentará hasta que el gobierno empiece a andar. Parece improbable un apuñalamiento por la espalda de Arce al partido que lo llevó al Palacio Quemado, especialmente por la fuerte presión de las bases del partido y la correlación de fuerzas internas del propio MAS. El presidente electo prometió ejercer un solo mandato. ¿Tropezará con un modelo ya conocido en la región o logrará transiciones democráticas-partidarias a la uruguaya? En este año, lecciones aprendió; ahora, debe implementarlas para finalizar de una manera deseada.
El MAS volverá a gobernar con viejas banderas políticas en un nuevo contexto nacional y regional. El golpe de Estado no acabó con Evo Morales ni con el MAS, que se alista para un nuevo gobierno, salir de la crisis y no terminar, nunca más, como el Chile de 1973.