El jefe de Gabinete bonaerense, Federico Salvai, dueño de todos los títulos de confianza que le otorgó la gobernadora María Eugenia Vidal, no puede esquivar, pese a que lo intenta, la mochila de ser el máximo responsable de la dura derrota electoral que sufrió la mandataria en las elecciones. Esta situación, que en la semana posterior a las PASO lo mantuvo guardado en reuniones privadas y lejos de la mesa nacional, lo deja ahora desguazado de credibilidad, aunque lejos de enojos y reproches explícitos.
Sucede que el balance general de la derrota, que dejó a Vidal 17 puntos abajo del candidato del Frente de Todos, Axel Kicillof, y a la mayoría de los intendentes del PRO tambaleantes en sus aspiraciones de reelección, es asignado por parte del vidalismo al “voto castigo” que el electorado bonaerense depositó contra las políticas económicas del gobierno nacional y que arrastró a la gobernadora. Esta justificación, que en lo inmediato deja a Salvai a resguardo de las críticas más feroces, decanta de todos modos en reproches silenciosos y filtrados en reuniones cerradas de intendentes, funcionarios y candidatos.
El jefe de Gabinete es cuestionado por haber desalentado una fiscalización obsesiva y compartida, a tono con la pelea electoral; por ser el artífice del avance ultra vidalista en las listas legislativas, de figuras con más ímpetu que territorio y por haber centrado la campaña en la figura de Vidal –pegada al presidente Mauricio Macri- y aislada del resto de los representantes de Cambiemos.
Respecto al arrastre negativo que la mandataria “padeció” por la figura de Macri, muchos objetan la estrategia de pretender que el electorado haga un corte en mitad de la boleta, una costumbre poco habitual, especialmente en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias.
En este proceso de catarsis, existe para gran parte de los radicales de Cambiemos una responsabilidad compartida con el vicegobernador, Daniel Salvador.
Los correligionarios aseguran que el jefe de la UCR bonaerense, como encargado de discutir poder, espacios y de proyectar el Partido, no cumplió con esa comanda.
“Era el encargado de representarnos, pero no hizo más que aceptar todo lo que decían desde el PRO y asegurarse su quintita”, indicó en reserva un jefe comunal del interior, y apuntó como ejemplo la decisión del jefe del Senado, que ubicó en el octavo lugar de la lista de diputados nacionales, asignado a la UCR bonaerense, a su hijo, el concejal de San Fernando Sebastián Salvador.
OKTUBRE. Salvo el enroque en el área de Economía, donde Vidal cedió a la Nación a su ministro Hernán Lacunza y dejó al vice Damián Bonari a cargo, no se esperan cambios en el gabinete bonaerense, mucho menos una baja del jefe de Gabinete, más allá de su repliegue tras las PASO.
Salvai eligió como estrategia evasiva depositar culpas en su par nacional, el jefe de Gabinete del Presidente, Marcos Peña, una figura muy cuestionada en el oficialismo y particularmente en la provincia.
La tarea fue fácil y tuvo un rebote inmediato, ya que en líneas generales todos le piden a Macri la cabeza de su hombre de confianza. Por eso, hubo algunos dardos envenenados apuntados a la figura del ministro de Asuntos Públicos, Federico Suárez, gestor de la estructura discursiva y comunicacional de Cambiemos y funcionario de la línea de Peña.
Pero el agua no llego al río y todos esperan ahora que se apacigüe la ebullición tras la derrota, y se organice una remendada campaña, que tendrá menos de equipo y más de sálvese quien pueda.
Los intendentes, de acuerdo a lo que dejaron trascender, pedirán en lo inmediato más recursos a la provincia, para afrontar la nueva crisis, y dejarán en evidencia su decisión de jugar más municipal que nunca la campaña.
Algo de eso plantearán en la reunión que en la tarde de este miércoles compartirán, por primera vez tras las elecciones, con la gobernadora y el jefe de Gabinete.
Se espera que Vidal y Salvai retomen su lenguaje motivador, que muestren un panorama general de la provincia y que vuelvan a pedir el compromiso y la perseverancia de los jefes comunales. Aunque puede que esta vez se esquive el “sí se puede”.