Macri-Schiaretti. Abrazo de oso.
El 25 de octubre de 2015, el socialismo santafesino, que gobernaba la provincia desde hacía ocho años y cuatro meses antes había retenido el Poder Ejecutivo, salió cuarto en las elecciones a diputados y senadores nacionales. La razón de semejante debacle debe buscarse en la decisión del Frente Progresista de no jugar la pelea presidencial con candidato propio y, además, no colgar sus listas para el Congreso de ninguna fórmula ajena. Ahora, presionados por la Casa Rosada, algunos caciques del interior con aspiraciones de independencia podrían cometer el mismo error: embarcarse en el pésimo negocio de la boleta corta.
El socialismo hizo una mala elección en 2015 en la disputa por la Casa Gris, el palacio gubernamental con sede en la ciudad de Santa Fe. Tan mala, que el ahora gobernador saliente, Miguel Lifschitz, casi pierde con el cómico misógino Miguel Del Sel y también con Omar Perotti, que este domingo recuperó la provincia para el peronismo.
Aquel escrutinio fue para el infarto: 31,74% para Lifschitz, 31,65% para Del Sel y 30,35% para Perotti. Pero la tragedia ocurrió después, en las legislativas nacionales: sin candidato a presidente para honrar el purismo progresista, los socialistas quedaron cuartos después del peronismo, Cambiemos y la alianza massista-delasotista UNA. Y la cosecha no pudo ser más magra: un diputado.
Acaso por haberse quemado con leche, Lifschitz ve una boleta corta y llora. El socialista suele explicar en privado que, por debajo del relato romántico de la avenida del medio, hay una razón un poco más terrenal en su decisión de apostar al ex ministro Roberto Lavagna: sin fórmula presidencial, nunca más.
Gutiérrez-Macri. Emepenismo friendly.
QUIRÓFANO FEDERAL. Presa de ataques de pánico por las encuestas que lo dan perdiendo incluso el ballotage, el Gobierno despliega operaciones cotidianas sobre gobernadores opositores que se mantienen –y se jactan de quedarse- al margen de la grieta. A través de sus medios aliados, echa a correr rumores acerca de las supuestas decisiones de esos mandatarios -en todos los casos, ya ratificados en sus puestos en las elecciones anticipadas que se celebraron en sus provincias- de jugar con la boleta corta, es decir, de ir a las urnas sin fórmula presidencial. O sea: que no tributarán al binomio del kirchnerista-massista Frente de Todos, Alberto Fernández-CFK, ni al del mediero Consenso Federal, Lavagna-Juan Manuel Urtubey. Tampoco recibirán votos de esos combos.
Pese a los antecedentes, la Casa Rosada intenta convencer a esos gobernadores de que la estrategia tiene beneficios potenciales: conservar la imagen de independencia y la continuidad de la buena relación con la administración macrista, que en algunos casos se tradujo en un caudaloso río de fondos nacionales para obras.
El problema es que ese último beneficio potencial requiere de un hecho que ningún encuestador se anima a pronosticar: el triunfo del oficialismo en las presidenciales.
La otra cara de esa moneda ofrece un escenario vidrioso: un triunfo de la oposición los obligaría a gatear en un desierto de rencor hasta llegar a buen puerto con el nuevo gobierno. La boleta corta los arriesgaría, además, a repetir la experiencia socialista y quedarse sin nada en el Congreso.
¿Por qué el neuquino Omar Gutiérrez y el cordobés Juan Schiaretti rifarían las montañas de votos que consiguieron en sus distritos para congraciarse con un gobierno incapaz de garantizar un futuro?
¿Por qué lo haría Perotti, beneficiario en 2015 de la mala jugada socialista?
Su colega rionegrino, Alberto Weretilneck, uno de los objetivos de la torpedera que maneja el jefe de Gabinete y Campaña, Marcos Peña, ya da señales de no querer pisar el palito.