No quieren entrar al concurso de los menos malos. Son amigos presidenciales, gobernadores y dirigentes que Mauricio Macri dejó en desuso después de arribar al poder y comenzar con el espiral de ajuste y devaluación interminable. Piensan igual que los grandes empresarios, los fondos de inversión de Wall Street y una parte de los aliados del Gobierno, pero desde adentro del edificio de la alianza oficialista: el Presidente ya cumplió su ciclo y tiene que correrse para no rifar la elección de octubre.
Los diseñadores del plan renunciamiento piensan que Macri cumplió su ciclo y debe correrse para no rifar la elección de octubre.
El programa alternativo es hijo del miedo a perder el poder y preexiste a la última semana de furia en los mercados, pero toma vuelo cada vez que la fragilidad del elenco amarillo queda expuesta. Choca siempre y hasta ahora contra el núcleo de acero presidencial y contra el propio Macri.
El plan de salida no sólo incluye una nueva alquimia electoral: además, tiene un borrador que le permitiría al ingeniero justificar de alguna manera su paso al costado. Macri sería el primer paso de un proyecto que se desgastó por la crisis, el último eslabón de lo viejo y el inicio traumático de una transición que se abre a las nuevas generaciones. No sólo Vidal, la gobernadora que experimentó esta semana el clamor empresario en el Hotel Alvear. También Martín Lousteau, el otro activo electoral que tiene Cambiemos en el borde del espacio oficialista, pero con mucho menos consenso que la chica de Flores.
CON MACRI NO ALCANZA. Detrás de la carta difundida por Lousteau en Infobae (“Se necesita una coalición que supere a Cambiemos”), hay un anhelo común de una parte de la comandancia de Cambiemos que ve cómo el esfuerzo que se hizo para expresar al antikirchnerismo se viene abajo. Sumar a Roberto Lavagna, Juan Schiaretti y Miguel Lifschitz es parte del ambicioso salvataje que cranearon las usinas de Evolución. Con ellos o sin ellos, la mayor parte del oficialismo mira encuestas, ve la furia de los mercados y coincide en que Macri no llega de la mejor manera a pelear su reelección. Todo lo contrario.
La mayor parte del oficialismo mira encuestas, ve la furia de los mercados y coincide en que Macri no llega de la mejor manera a pelear su reelección. Todo lo contrario.
En la misma sintonía está el recluido Emilio Monzó, uno de los que alertó en plena era del exitismo que, sin política, la alianza oficialista no podía garantizar la gobernabilidad. Lousteau mencionó en su escrito una palabrita clave, “marketing”, el término que todos las piezas resentidas del andamiaje del Gobierno asocian con Peña y Jaime Durán Barba. La misma palabra utilizan hasta los radicales más leales, incluso los que están hartos del protagonismo ambiguo del diputado economista.
Para los que quieren dentro de la alianza, Lousteau es una figura con alto potencial, producto de su amplio abanico de relaciones: de Macri a Lavagna, con base en Enrique “Coti” Nosiglia. Es un político que está en “la frontera”. La línea dura del macrismo juzga en forma lapidaria esa capacidad del ex embajador en Washington: es “pura especulación” de un “camaleón” que tiene un “proyecto individual” y “jamás” podría ser el candidato a vicepresidente del ingeniero. Lo imaginan como el Julio Cobos del macrismo.
Algo así entrevé, por ejemplo, Elisa Carrió, sacrificada, explosiva y guardiana de no contaminar el espacio oficial con partículas de peronismo. Como lo demostró en las últimas horas a través de las redes sociales.
Lousteau y Monzó serían viudas del macrismo si el Gobierno no escupiera sangre cada vez que el mercado lo revuelca con un día de furia. Y si no fuera porque sus conversaciones y planteos coinciden en parte con los del “hermano” presidencial Nicolás Caputo, Frigerio y Rodríguez Larreta, el gran amigo de Sergio Massa. Mientras busca dónde ubicarse, el ex intendente de Tigre insiste con centros para que el presidente de la Cámara de Diputados cancele su vuelo a España y se pliegue a la franja de la oposición a Macri. “Me imagino un gobierno donde los Monzó y los Massot sean parte”.
UN PÁLIDO NO. La propuesta tiene su lógica -juntar otra vez a todo el antikirchnerismo-, pero encuentra un obstáculo insalvable a los ojos de Lavagna: es Macri el que está gobernando, con los resultados a la vista, después de tres años de poner en práctica un manual del PRO, del gradualismo al shock. La réplica instantánea del ex ministro de Duhalde y Kirchner al autor de la resolución 125 obturó de manera fulminante el programa de salvación nacional y fue tomada con decepción por el ala aperturista de Cambiemos.
Es que la crisis, la presión del mercado, el apriete del Círculo Rojo y el ascenso del riesgo país generan un efecto contradictorio. Por un lado, parecen no conmover a los imperturbables Macri y Peña. Por el otro, alejan a todo el peronismo no kirchnerista, que espera por el triunfo de Schiaretti en Córdoba para darle impulso nacional a la tercera vía. Semanas como las que acaban de terminar les devuelven la ilusión de que la estantería del macrismo se venga abajo y los votantes migren hacia las filas del PJ.
DE HIJO A PADRE. Obsesionado con Nicolás Maduro, con una base de su electorado que se indigna más con la crisis en el país de Chávez que con la argentina, Macri tiene a disposición incluso un discurso para presentar al núcleo duro de sus votantes. Según la propuesta que circula en un sector del oficialismo, debería llamar a conferencia de prensa y anunciar con sencillez y firmeza que se baja de la candidatura. “Evité que el país se convirtiera en Venezuela. Pecamos de optimistas, la herencia y los problemas estructurales son más graves de los que imaginábamos. Es hora de abrir paso a las nuevas generaciones para continuar con la transición para dejar atrás el pasado”.
Según la propuesta que circula en un sector del oficialismo, debería llamar a conferencia de prensa y anunciar con sencillez y firmeza que se baja de la candidatura.
Con ese renunciamiento histórico, Macri dejaría de ser el hijo de Franco que se convirtió en presidente para endeudar el país y llevarlo a la crisis y pasaría a ser el padre de una democracia a salvo tanto del populismo como de un gobierno en emergencia permanente. El Alfonsín de una derecha que no se reconoce como tal.
Sería una manera, piensan sus promotores, de reconciliar a Cambiemos con la noción de “futuro” que Macri incendió en poco más de tres años de gestión.
También, la forma de evitar una fuga masiva de votantes como la que afectó al radicalismo después de la crisis de 2001 y la puerta para que los que llegaron con el ingeniero al poder tuvieran una vida nueva en política. Una segunda oportunidad para los que fueron furgón de cola, con un ensayo transversal que surja de las cenizas de Cambiemos.
La condición fundamental para el experimento -que Macri y Peña rechazan de plano- es que Vidal y Larreta entiendan también que el Presidente no encuentra el rumbo y que no tiene sentido entregar el poder así. Experimentado, con orígenes en el peronismo en la década del noventa, el jefe de Gobierno porteño ya ofició de líder en aquel fin de semana endemoniado de Olivos cuando se intentó que Macri cambiara y se abriera a un gabinete de consenso con radicales y peronistas. Su batalla con Lousteau por la Ciudad no impide que pudieran llegar a un acuerdo si el esposo de Carla Peterson se mudase a la Nación.
Aunque el plan naufrague por el No de Macri y Peña, tarde o temprano -dicen sus fogoneros- se tiene que dar. Si Macri lograse recuperar el oxígeno con una nueva dosis del Fondo, presentarse y ganar las elecciones, tal vez intentaría ejecutar ese programa para avanzar con las reformas previsional y laboral que exige el Fondo. Sería arduo para el peronismo colaboracionista -hoy muy disminuido- poner la cabeza en esa guillotina.
Si Macri no llegara, se bajara o perdiese, sería una reorganización casi natural del espacio antikirchnerista, unida por el rechazo a CFK y por el fracaso de MM. Tendría como protagonistas a Larreta, Vidal, Lousteau, el radicalismo y la invitación a un sector del PJ que empieza en Urtubey y puede llegar incluso a Massa.
