Entre la partida del presidente saliente, Mauricio Macri, y el desembarco de su sucesor, Alberto Fernández, pasaron escasas 18 horas entre la tarde del lunes y el mediodía posterior. Fue el tiempo suficiente para que la Casa Rosada viviera la nueva metamorfosis interna de un traspaso presidencial, un cambio de piel que sucede cada cuatro años, cuando Balcarce 50 recibe a sus nuevos inquilinos por decisión del voto popular.
EL DUELO. El lunes por la tarde, poco antes del crepúsculo, el presidente saliente ofrendó su última directiva como dueño de casa. Durante la despedida al personal del Palacio, Macri les permitió a sus empleados entrar al despacho presidencial. “Lo único que les pido es que lo dejen limpiecito como está, para que mi sucesor lo encuentre intacto”, dijo el magnate antes de brindar con todo su gabinete. Fueron las últimas palabras que ofreció Macri en la Casa de Gobierno ante el centenar de funcionarios que se reunió en el Patio de las Palmeras para darle el último adiós al autodenominado "mejor equipo de los últimos 50 años”.
La mayoría de los presentes, según confirmó este portal, no cumplían funciones dentro de Balcarce 24. Asistieron al convite de cierre desde otras oficinas públicas que rodean la Plaza de Mayo. A pesar de la cantidad de forasteros que colmaron el corazón del Palacio, fueron muy pocos los que subieron al primer piso del ala norte para recorrer el despacho que Macri ocupó durante cuatro años.
La despedida fue un corto mensaje de agradecimiento dedicado al personal, Granaderos, mozos, cocineros, Casa Militar y el cuerpo estable del Palacio. El acto reeditó los brindis de fin de año que protagonizó Macri en los años anteriores, pero los rostros adustos de sus funcionarios transmitieron otra cosa. Ya no había nada para festejar: había llegado el momento de regreso al llano y el comienzo de un duelo cuya angustia podía advertirse en los ojos llorosos del jefe de Gabinete saliente, Marcos Peña, o en el rostro áspero del ex ministro de Defensa Oscar Aguad. De todo el elenco de ministros que estaba a un paso de abandonar sus despachos, los únicos que exhibieron un rostro muy aliviado fueron el ex jefe de la cartera de Transporte Guillermo Dietrich y el ex secretario de Energía Gustavo Lopetegui.
Apenas terminó el brindis, Macri partió raudo junto a sus ministros para participar de la jura de ministros que acompañarán en su segundo mandato al alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta. La prolijidad de la partida hacia la sede de Parque Patricios casi no fue alterada, salvo por un grupo numeroso que esperó la salida de la comitiva para tapizarla de insultos y cánticos contra el mandatario saliente. Afuera la Plaza de Mayo ya transitaba un estado de obra permanente. Comenzó la noche anterior con el retiro de las rejas que la dividían en dos y continuó con el armado de los escenarios destinados al espectáculo de bienvenida organizado por el nuevo gobierno.
Alberto Fernández vuelve a entrar a un despacho conocido, ahora con el bastón de mando.
EL CALOR PERONISTA. Después de los gritos contra Macri, el interior del Palacio quedó bajo total control de la Casa Militar, como sucede cada noche y especialmente durante los traspasos de mando. Pocas horas después, cuando todavía no había amanecido, los primeros adelantados de la nueva administración entraron por Balcarce 24 después de las seis de la mañana. Según contaron algunos recién llegados, lo primero que hicieron fue recorrer el Palacio, ocupar sus despachos y después subieron al primer piso para mirar la Plaza de Mayo desde los balcones donde alguna vez Juan Domingo y Eva Perón le hablaron al país.
Desde las 10 de la mañana los nuevos inquilinos comenzaron la cuenta regresiva del traspaso de mando. En las oficinas donde había televisores, los empleados centraron su atención en el arranque de la Asamblea Legislativa y el comienzo de la ceremonia más esperada. Cuando Macri le entregó la banda presidencial a Fernández, comenzó el estado febril en el Palacio, ante la inminente llegada del nuevo dueño de casa. Lo hizo después de las 13.30, junto a su pareja y su hijo. Los Granaderos les dieron la bienvenida por la misma explanada norte que Macri había abandonado el día anterior.
Los Fernández y la primera dama, Fabiola Yáñez, en el Museo del Bicentenario, un infierno de calor peronista.
Adentro del Palacio el clima que se respiraba era totalmente distinto, bajo un calor que superaba los 35 grados bajo techo. Después del ingreso del Presidente comenzaron a llegar sus ministros, preparados para jurar sus cargos a partir de las 17. La única ceremonia que faltaba para el comienzo formal de la nueva administración era el saludo a los invitados extranjeros, a cargo de Fernández y su flamante canciller, Felipe Solá. Se concretó a partir de las 15 y se extendió por casi una hora. Para ese momento, los patios del ala sur ya estaban colmados por los artistas que iban a participar del evento programado para el cierre de la jornada.
Un piso más arriba los ministros aguardaban ser trasladados desde el Salón Eva Perón hasta el Museo del Bicentenario para tomar posesión de sus cargos. Fue el momento para el reencuentro de una legión de mozos y empleados con funcionarios que ya habían pasado por la Rosada. Por más de una hora, todo el nuevo gabinete aguardó en el mismo salón donde Macri había reunido a sus ministros el día anterior.
Para entonces, la Casa Rosada parecía una pequeña torre de babel, entre artistas, recién llegados, viejos conocidos y antiguos empleados que se acercaron a ayudar a la nueva gestión, luego de haber transitado largos años de desempleo. A diferencia del duelo del día anterior, la alegría del primer día no fue opacada ni siquiera por el calor insoportable. “Estamos bien a tono, podemos decir que volvimos en un verdadero día peronista”, bromeó un flamante funcionario mientras sudaba como testigo falso en el Museo del Bicentenario.
El subsuelo de la vieja aduana Taylor se había quedado sin aire acondicionado para atender a la cantidad de invitados que llenaron la sala. La ceremonia no superó los 40 minutos, pero alcanzó para que todo el gabinete asumiera empapado en sudor, entre ovaciones y aplausos. Sólo habían pasado 24 horas desde la despedida de Macri y la Plaza de Mayo ya era una fiesta.