La tregua de 90 días en la guerra comercial entre Estados Unidos y China fue el gran saldo de la cumbre porteña del Grupo de los 20 (G20). Que se trate de un pacto alcanzado en una reunión bilateral, al margen del evento, no es un demérito para la organización argentina, que logró, con un trabajo satisfactorio y un comunicado final definido por fuentes diplomáticas como “el posible”, los objetivos que razonablemente podía plantearse.
El entendimiento provisional entre Donald Trump y Xi Jinping llegó al cabo de la cena del sábado en el Palacio Duhau, en la que se sirvió a unos veinte comensales ensalada de brotes de temporada, mayonesa de albahaca y emulsión de parmesano; vacío wagyu -un selecto corte de carne japonés- con cebolla colorada, ricota y dátiles; y panqueques de dulce de leche, cada paso impecablemente maridado con diferentes vinos nacionales. Ese, el menú, fue el aporte local al logro.
En la prensa estadounidense, la tregua compartió portadas con la muerte de George Bush padre, y el resto de las menciones al G20 quedaron relegadas a titulares menores.
Para The Washington Post, “después de un ‘encuentro muy exitoso’, Estados Unidos y China acordaron nuevas negociaciones y frenar los aumentos de aranceles por 90 días”.
En tanto, para The New York Times, “Estados Unidos y China llaman a una tregua en la guerra comercial”.
“En un encuentro con el presidente de China, Xi Jinping, el presidente Trump acordó frenar un plan para elevar aranceles por 200.000 millones de dólares en bienes chinos desde el 1 de enero. Xi prometió incrementar las compras chinas de productos estadounidenses. El compromiso fue menos un avance que una ruptura evitada”.
La lectura del Times es correcta y el desenlace (provisorio) de la tensión entre los dos gigantes debería despejar en lo inmediato, al menos, un foco de tensión muy importante. Lo contrario, el avance hacia una escalada abierta y generalizada de penalidades y represalias había desatado una corriente irrefrenable de capitales hacia los Estados Unidos, provocando nuevas turbulencias financieras en la Argentina, el eslabón más débil de la cadena emergente.
Otra cuestión caliente, como el conflicto entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia por la amenaza de una nueva guerra en Ucrania, pasó de largo, expresada apenas en lo que ni fue: la bilateral entre Trump y Vladímir Putin. La restante, el modo en que sería tratado el príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, por las sospechas de que estuvo detrás del asesinato brutal del periodista disidente Jamal Khashoggi, mostró al heredero menos aislado de lo que podía esperarse, aunque la prensa estadounidense lo describió como el “paria” de la cumbre.
Desde una perspectiva global, más allá de la buena organización y de la ausencia de desórdenes callejeros de importancia, el gran éxito diplomático de la Cancillería y del sherpa, Pedro Villagra Delgado, es el arribo a un documento final, que, si bien no permite hablar de acuerdos sí habilita a hacerlo de consensos, tal la sutil diferencia con la que diplomáticos involucrados en los diálogos le definieron la cuestión a Letra P. Esto significa que a falta de una visión común entre “los veinte” en términos de comercio, multilateralismo y cambio climático, al menos se logró articular un texto que expresa los puntos de vista comunes entre 19 de los países miembros del foro y las disidencias estadounidenses. “Digamos que se pusieron de acuerdo en expresar aquello en lo que no están de acuerdo”, fue la explicación.
“Lo más difícil, por supuesto, fue contener las posturas de Trump”, le dijeron a Letra P.
Puede parecer poco para el lego, pero no lo es para los funcionarios a los que les va la carrera en que un evento de esta magnitud tenga un tipo de cierre u otro. Habría sido todo un fiasco si se hubiese repetido la historia de un año atrás, cuando la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC) finalizó sin un comunicado consensuado.
De acuerdo con las fuentes diplomáticas consultadas, este tipo de cumbres son más útiles para poner en negro sobre blanco las diferencias entre los participantes que para la enunciación de grandes acuerdos que, cuando existen, suelen sonar francamente obvios. Y, desde ya, que esos desacuerdos encuentren canales diplomáticos para su tratamiento, tanto a nivel multilateral como bilateral, en diálogos paralelos al plenario que todo el mundo observa.
Todo eso se encuentra en el comunicado de Buenos Aires, Construyendo Consenso para un Desarrollo Justo y Sustentable. Si la cuestión comercial era uno de los asuntos calientes de la cita, la pugna entre la visión multilateral predominante en el foro y la bilateral, propia de Estados Unidos, quedó expresada en el texto cuando señala, en el punto 27, que “el comercio y la inversión internacional son motores importantes para el crecimiento, la productividad, la innovación, la creación de empleo y el desarrollo. Reconocemos la contribución que el sistema de comercio multilateral ha realizado para ese fin. El sistema en la actualidad no está logrando sus objetivos y hay espacio para una mejora. Por esa razón, respaldamos una necesaria reforma de la OMC (Organización Mundial de Comercio) para que mejore su funcionamiento. Revisaremos ese progreso en nuestra próxima Cumbre”. Todas las voces todas, queda claro.
El otro asunto espinoso era el del cambio climático, en el que se distingue el mismo patrón. Al respecto, en el punto 20 de la declaración se indica que “los signatarios del Acuerdo de París, que también se han sumado al Plan de Acción de Hamburgo, reafirman que el Acuerdo de París es irreversible y se comprometen a su completa aplicación”. Con todo, en el punto 21, se indica que “Estados Unidos reitera su decisión de retirarse del Acuerdo de París y reafirma su fuerte compromiso con el crecimiento económico, el acceso a la energía y la seguridad, utilizando todas las fuentes de energía y tecnologías, a la vez que se protege el ambiente”. En la próxima cumbre, el saldo no será, seguramente de 19 a uno: el Brasil de Jair Bolsonaro, celoso de su derecho soberano a destrozar la Amazonia, se sumará a los planteos de Trump.
Lo demás no fue divisivo y se expresó, como es norma, en términos vagos, sin compromisos y sin la aspiración de que algo cambie. “Los grandes movimientos de refugiados”, dice el punto 17, “son una preocupación global humanitaria por sus consecuencias políticas, sociales y económicas. Enfatizamos la importancia de las acciones compartidas para abordar las causas de los desplazamientos y para responder a las crecientes necesidades humanitarias”.
Temas como el trabajo, el desarrollo sustentable y la igualdad de género, en los que la Argentina puso especial énfasis, también alumbraron, sin dificultad, párrafos de compromiso.
Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta hablar amablemente de esas cosas?