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Operación deshielo: Peña rema por mail con Bergoglio una visita papal en 2018

El presidente Macri tiene una sutil obsesión: lograr que el primer Papa argentino decida visitar el  país en 2018. El acercamiento del ministro coordinador y el secretismo de un entorno en disputa.

La relación del presidente Mauricio Macri con el Papa Francisco es mucho más que un objetivo estratégico para la administración de Cambiemos. En su segundo aniversario al frente de la Casa Rosada, el vínculo del Gobierno con la Santa Sede también es materia de una dura interna en torno al jefe de Gabinete Marcos Peña, respecto a un presunto intercambio epistolar que allane una posible visita oficial a Buenos Aires.

 

El intento, según pudo saber este medio, busca revertir los últimos dos años de la administración de Cambiemos, marcados por un camino escarpado para llegar al Vaticano de Jorge Bergoglio. Desde el comienzo el objetivo fue tonificar el vínculo político entre ambos mandatarios, que ya acumulan sobre sus espaldas una década de fría convivencia, que comenzó cuando Macri llegó a la Jefatura de Gobierno y tuvo que compartir el vecindario de la Plaza de Mayo con el entonces arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina.

 

En aquellos años originarios para el macrismo, Bergoglio conoció y recibió en su despacho del 400 de la avenida Rivadavia a la entonces diputada y hoy vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, a la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, que por esos días era ministra de Desarrollo Social porteña y luego vicejefa; a su mano derecha, la actual ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y al joven Peña, que tenía el cargo de secretario General de Macri y hoy es su jefe de Gabinete en el Gobierno nacional. También dialogaba asiduamente con el actual ministro de Trabajo, Jorge Triaca, gracias a la estrecha amistad que el sacerdote jesuita cultiva con su madre Adriana, devota consorte del ex sindicalista y ex ministro del menemismo Jorge Alberto Triaca.

 

El Papa Francisco cultiva un vínculo afectuoso con buena parte de esos interlocutores. A la mayoría los conoce desde sus primeros pasos en la gestión comunal y ahora los recibe en Roma con la misma predisposición y discreción que ponía para escucharlos en sus oficinas del arzobispado porteño. Sin embargo, nunca le prodigó esa sensibilidad ni a Macri ni a Peña.

 

Cuando ambos comenzaron a habitar la Casa Rosada la relación empeoró gracias al asesor externo de Cambiemos, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, que relativizó el rol de Bergoglio antes, durante y después de la campaña presidencial que puso a Macri en el sillón de Rivadavia. "Lo que diga un Papa no cambia los votos ni de diez personas, sea argentino o sueco", fue una de las declaraciones del ecuatoriano que incomodó a buena parte de los añejos interlocutores del ex arzobispo. El consultor repitió, cuando arreciaban los temores amarillos de una derrota frente al kirchnerismo, que el posible guiño papal a favor del peronismo no tendría incidencias en las urnas. Con los resultados en la mano, el ecuatoriano cometió uno de sus sincericidios y expuso públicamente al Presidente ante sus críticos de la Santa Sede, y también del Episcopado. Mucho más a Peña, señalado por los amigos bergoglianos como el principal garante de las declaraciones corrosivas que le dedicaba Durán Barba.

 

A dos años de esos encontronazos públicos, Peña comenzó a desandar la fría relación que le dedica el primer Papa argentino de la historia. Su estrategia de acercamiento es parte de las asignaturas pendientes que desvelan a Macri, aunque el método utilizado es materia de interpretaciones e internas dentro del Gobierno.

 

 

 

TIENES UN E-MAIL. Cerca del ministro coordinador, uno de sus funcionarios sostuvo que existe “un fluido intercambio epistolar entre Peña y Bergoglio”, que habría revertido la pendiente declinante que el joven ministro carga sobre sus espaldas. De acuerdo a esa información, que fue discretamente ventilada por el diario Clarín, el tráfico de mails privados entre el jefe de Gabinete y el Papa es la muestra del descongelamiento que protagoniza la Casa Rosada con el Vaticano para que el Pontífice, al menos, analice la posibilidad de visitar la Argentina el año que viene. El 2018 no es un capricho, sino una escala política posible antes de las presidenciales de 2019, un año virtualmente imposible en términos electorales para una visita papal a su propia tierra.

 

Ante las consultas de Letra P, funcionarios de la misma administración reclamaron la reserva de su identidad y minimizaron la dimensión del “intercambio epistolar”. “En realidad fue un mail, bien respondido desde Roma, que confirmó una buena predisposición del Papa con Peña, pero no hubo un intercambio fluido como están diciendo algunos irresponsables”, se lamentó la fuente, que apuntó a esas versiones como “un verdadero disparo en el pie”, porque “todavía existe una parte del Gabinete que no entiende que la mejor forma de acercarse a Francisco debe ser con discreción y sin exitismos”, bramó el funcionario.

 

Más allá del vínculo de Peña con Bergoglio, los gestos diplomáticos con el Vaticano continuaron y aumentaron las intrigas sobre una posible visita de Estado. El 4 de noviembre, Macri recibió en la residencia de Olivos al secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano, Paul Richard Gallagher, que fue previa a la oficialización del cambio del nuncio apostólico, con la partida de Emil Paul Tscherrig, el mismo embajador de la Santa Sede que conoció a Bergoglio como arzobispo argentino y luego lo representó como Papa.

 

La partida del nuncio apostólico, y la inesperada visita a Gallagher, fueron interpretadas dentro del Gobierno como parte de los movimientos tectónicos del Vaticano para preparar una posible visita de su jefe a la Argentina. Sin embargo, las disputas internas de Palacio confirman que la ansiedad oficial todavía está lejos de la mansedumbre que Bergoglio podría premiar para sacar a Macri del freezer.

 

 

 

La intensidad de los gestos políticos que pueda adoptar el Gobierno no es menor. El Papa argentino ha sido crítico con la administración de Cambiemos sobre las consecuencias del ajuste, aunque también ha procurado mostrarse distante de la permeabilidad que tuvo con la gestión anterior, según le achacan sus críticos desde el oficialismo. Sin embargo, la serie de reformas que lanzó Macri luego de las elecciones legislativas de octubre no parecen aceitar el vínculo con Roma.

 

Las señales son discretas, pero notorias para el poder. Hace un mes Bergoglio evitó mostrarse con los integrantes del triunvirato de la CGT, que viajaron a un evento vaticano para verlo. Los miembros del mando cegetista decidieron la mini gira luego de aceptar el proyecto oficial de reforma laboral y cosecharon un frío romano que también azotó a referentes de la CTA. Francisco no hizo lo mismo con el titular del gremio de camioneros, Pablo Moyano, que fue recibido una semana antes. 

 

 

 

LA TRABA COMODORO. Otro obstáculo, que desata intrigas en Balcarce 50, tiene que ver con el procesamiento y la prisión preventiva que le dictó el juez federal Claudio Bonadio a la senadora y ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En Buenos Aires, el entonces cardenal primado era un ávido lector de fallos judiciales y un virulento crítico de la tutela que ejerció el aparato de espionaje estatal sobre los magistrados de Comodoro Py. La decisión de Bonadío puede ser interpretada en Roma como una intensificación del revanchismo que Bergoglio quiere evitar, mientras que la endeblez de sus argumentos jurídicos podrían aumentar la añeja desconfianza que el Papa le dedicó a la relación del Ejecutivo con el Poder Judicial.

 

El nubarrón anterior apareció en los escritorios oficiales cuando Bergoglio recibió en el Vaticano a la familia del joven Santiago Maldonado, que fue hallado sin vida luego de dos meses de desaparición, provocada por un operativo represivo de Gendarmería Nacional realizado el 1 de agosto en la ruta 40, a la altura de la localidad Esquel, en la vera del Río Chubut. 

 

 

 

En medio de esa tensión, recobran vigencia los pretextos operativos del entorno papal, que ya descartaron una visita de Estado en 2018 porque, como mínimo, implicaría seis meses de preparativos. Si quisiera hacerlo, retrucan sus ex colaboradores porteños, podría hacerlo igual, hasta con tres meses de anticipación, o menos. Frente a las especulaciones protocolares, el Gobierno redobla sus esfuerzos en silencio, para descontar una cuenta regresiva que ya echó a correr, con una situación socio económica que no mejora. 

 

Mauricio Macri.
Karina Milei y Cristian Ritondo.

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