Distendido y sonriente, Gabriel Bruera subió las escaleras de la Casa de Gobierno bonaerense junto a su amigo, Martín Insaurralde, que se saludó con los presentes de forma afectuosa, como una muestra de alineamiento a la Provincia, que gasta energías con miras al 2015.
Acompañado de hombres fieles a su espacio, el ahora concejal fue el encargado de congregar personas que llegaron al acto que representa importancia en los círculos políticos, pero poco a los platenses que estuvieron en el salón dorado, acostumbrado a ver por sus pasillos a empleados de diferentes carteras públicas, como algunos de los que fueron a recibir al nuevo ministro de Desarrollo Social, Eduardo Aparicio.
Como anticipara Letra P en diciembre, cuando la paliza del massismo era palpable, Pablo Bruera, junto a funcionarios de primer rango, selló un acuerdo que definió el futuro del hoy oficialismo platense, enemistado con el kirchnerismo puro, que juega sus propias fichas desde hace tiempo en la octava sección electoral.
Lo condicionado que terminó el 2013 el mandatario, con todo lo que significó haber atravesado las consecuencias de la inundación del 2 y 3 de abril, cuando la sociedad platense vivió una de las peores tragedias de su historia, parece decidir a los hermanos a un giro sustancial de discurso.
Por eso, y con los objetivos de sellar lazos de supervivencia, recorre y acompaña cada aparición del gobernador Daniel Scioli en la Casa de Gobierno, o en la región capital.
Mucho espacio no le queda a los hermanos que manejan La Plata, sólo un pacto de fe con el sciolismo, que busca todo para que el titular del ejecutivo bonaerense siga acomodándose como el mejor sucesor de Cristina Fernández de Kirchner.