Cuando el martes se subió al avión con destino a Asunción, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Claudio Tapia, ya sabía que iba a conseguir apenas un gajo del gran negocio de la pelota. La confirmación llegó un día después y recorrió el mundo: Argentina -junto con Uruguay y Paraguay- será anfitriona de al menos un partido del Mundial 2030, que organizarán casi en su totalidad España, Portugal y Marruecos.
Lejos de la frustración, el Mundial rocambolesco que anunció el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, llenó de abrazos y sonrisas a la dirigencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), comandada por el paraguayo Alejandro Domínguez. Ni las “migajas” o el “premio consuelo” con el que identificaron en las redes sociales a la participación que tendrá Sudamérica llegaron a la sede del fútbol regional en Luque (Paraguay), donde se festejó como si toda la competencia se jugara en estas tierras.
En el negocio cada vez más lejano del fútbol internacional, algo es todo, cree también Sergio Massa: este jueves, el anuncio oficial no estará a cargo del presidente argentino, Alberto Fernández, sino del ministro de Economía-candidato presidencial, sediento de buenas noticias en los playoffs de una campaña que viene jugando con la cancha inclinada en contra. "Este logro es el resultado de un trabajo en equipo que comenzó con el exitoso Mundial Sub-20 que organizamos junto a la AFA", se anotó con un posteo en las redes sociales. Aramos, dijo el hincha de Tigre.
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Negocio mata centenario
Hubo una semana en que la ilusión –y cierta romantización– que había generado entre la dirigencia del fútbol sudamericano la posible organización del Mundial 2030 empezó a desmoronarse. Según a quién se le pregunte puede variar el día, pero no el período: fue cuando arrancó el Mundial de Qatar. En aquellas horas qataríes, el despilfarro, los millones y el poderío que mostró el país asiático no solo sirvieron como un parteaguas para lo que viene, sino que marcó una distancia inalcanzable para el programa austero que podía ofrecer el cuarteto Uruguay-Argentina-Paraguay-Chile.
Quienes lideraban la postulación sudamericana sostenían el proyecto en el simbolismo de la fecha: los 100 años de la primera Copa del Mundo. A eso le sumaron, más tarde, el triunfo de la Selección de Lionel Scaloni y Lionel Messi contra la Francia de Mbappé. No había argumentos comerciales ni económicos ni geopolíticos ni de infraestructura para convencer a esa multinacional del fútbol que es la FIFA. Ni siquiera el principio de rotación continental jugaba a favor: con el Mundial 2026 organizado por México, Canadá y Estados Unidos, era más difícil que el siguiente se disputará al sur del mismo continente. Aunque son distintas confederaciones, no deja de ser América.
“Es un triunfo para nosotros y, encima, ya estamos clasificados”, le dijo a Letra P un directivo encumbrado de la AFA. Otro dirigente no se olvida del contexto ni de la correlación de fuerzas con respecto al trinomio ganador: España, Portugal y Marruecos. “Es una buena negociación; era muy difícil la rosca de conseguir los votos para que nos lo dieran”, aseguran en el chiquitapismo.
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Más allá de que la noticia es el Mundial itinerante en seis países –con Uruguay, Argentina y Paraguay como anfitriones en el partido inaugural de cada una de sus selecciones–, en la AFA aseguran que el punto que destrabó todo fue el acuerdo para que Arabia Saudita pospusiera su candidatura.
En Luque, en Zurich y en cada rincón del poder del fútbol no son pocas las personas que afirman que el Mundial 2034 se jugará en ese país petrolero, donde desde hace tiempo -como ya hicieron Qatar y los Emiratos Árabes Unidos- se invierte en el fútbol y en otras competencias como la Fórmula 1 para posicionarse en el mundo.
No fue casual ni antojadizo que, minutos después de anunciar la nueva modalidad de disputa en tres continentes, el Consejo de la FIFA abriera la inscripción de “los procesos de candidatura” para 2034, que deberá ser organizado en Asía u Oceanía. De inmediato, el príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, tuiteó que su país quiere esa posibilidad. “El deseo del Reino de albergar la Copa del Mundo de 2034 es un reflejo del renacimiento integral que ha logrado en todos los niveles”, escribió. Los recuerdos de lo que pasó con la elección de Qatar volvieron a sobrevolar ciertas oficinas poderosas del fútbol internacional.
Conformidad uruguaya, furia chilena
Casi en el mismo momento en que Alejandro Domínguez bailaba y se sacaba selfies por haber logrado el objetivo de que el Mundial llegara por primera vez en la historia a su patria, en el edificio de la Conmebol diseñaban un operativo de control de daños para mitigar la furia de la Federación de Fútbol de Chile (ANFP), que se quedó afuera de la fiesta.
En la casa del fútbol chileno, en la Avenida Quilín, la tensión se respira a la distancia. A la oposición que despertaba su presidente, Pablo Milad, por la insolvencia económica, la caótica organización de los torneos y el resultado magro de las selecciones nacionales, ahora se le suma este plantón mundial. Milad, intendente de la Región del Maule durante la gestión de Sebastián Piñera, sumó un nuevo conflicto con el presidente Gabriel Boric, quien se había comprometido a una reunión con referentes de las federaciones de los cuatro países para este mes en La Moneda. Ese encuentro, por supuesto, ya no existe. “Nos sentimos muy dolidos, es un golpe a todo un país”, dijo Milad en una conferencia de prensa.
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El enojo chileno es diametralmente opuesto a la alegría uruguaya. El presidente oriental, Luis Lacalle Pou, no tardó en celebrar en sus redes sociales que la inauguración del Mundial vuelva a Montevideo cien años después. En la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), lo que hasta hace poco era resignación, ahora es felicidad. “Es un buen triunfo. Que la inauguración del Mundial sea en el Centenario es algo muy significativo. La FIFA debe haber evaluado todas las posibilidades y, desde el punto de vista comercial y financiero, concluyó que esta era la mejor opción”, le dijo a Letra P un dirigente uruguayo.
Aunque tiene sabor a poco, un partido inaugural de un Mundial es bastante más que nada. Y en una campaña chiva como la que rema el oficialismo argentino, un golazo de media cancha.