La muerte, a los 86 años, de Alberto Fujimori le pone un reflector a la realidad política y económica de la Argentina de Javier Milei, tanto por recordar su emergencia como emblema de la antipolítica como por su talante autoritario y su pretensión –en su caso, concretada– de fundar un modelo económico de apertura extrema… ¿y dolarización?
Al llegar al poder en Perú en 1990, el futuro dictador convirtió su apellido en un sustantivo común: ser "un fujimori" era ser un outsider, alguien totalmente ajeno al sistema que llegaba montado sobre una ola de bronca y desencanto popular. Incluso equivalía a un salto al vacío, peligroso para la convivencia democrática. Cualquier parecido con la realidad argentina no es mera coincidencia.
"El Chino" –en verdad, su origen era japonés– cimentó su poder en base a la desintegración de una dirigencia que, a pesar del logro de la redemocratización, había dejado al país en medio de un infierno de violencia terrorista y de una hiperinflación del 7.000% en 1990.
Fujimori se impuso sobre ambos males, en los dos casos de modo brutal. En lo primero, a costa de masivas violaciones de los derechos humanos por las que fue condenado; en lo segundo, por la implantación de un modelo económico de ajuste y apertura radical que persiste.
Fujimorazo y después
Su poder se hizo tan arrasador y despojado de limitaciones republicanas que derivó en un autogolpe contra el Congreso en 1992 –el "fujimorazo"– , en la implantación de un Estado policial y, finalmente, en un fraude electoral que intentó imponer en 2000 y terminó en su caída y marcha al exilio.
Pese a su legado de horror, el fujimorismo persiste como un factor político relevante en un núcleo duro que se referencia en su hija Keiko.
Captura de pantalla 2024-09-12 a la(s) 9.37.23p. m..png
Tanto es así que el actual gobierno declaró tres días de duelo y el paso de ciudadanos frente a su féretro es verdaderamente importante.
1366-1726173909240912130.jpg
Keiko Fujimori es la heredera de un poderoso clan político que nuclea a la derecha más dura en Perú.
Cuando Milei habla de competencia de monedas, supone que que la divisa estadounidense terminará primando y generalizándose por elección –y necesidad de desahorrar, agreguemos– de la gente. Ese es su camino a la dolarización.
En tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) dice aceptar la competencia de monedas, pero asemeja su punto de llegada a un modelo como los de Uruguay y, sobre todo, Perú.
¿Qué tiene que ver el caso peruano con la dolarización que pretende Milei y que, al menos hasta el apartamiento de Rodrigo Valdés del caso argentino, el Fondo ha malinterpretado para bajarle el precio? Nada.
Javier Milei, dolarización y el modelo peruano
El "modelo peruano" ha logrado una estabilidad macro inversamente proporcional a la política. En ese país, los presidentes se retiran del poder despojados de apoyo popular y frecuentemente han terminado destituidos y hasta presos. Pese a eso, la estabilidad económica nunca ha sido puesta en cuestión desde los años de Fujimori.
La economía ha crecido, sobre todo en base a la actividad minera, pero su derrame en beneficio de la población ha sido limitado. Por sobre todo, Perú no está dolarizado.
Claro que no hay cepo y que los capitales circulan libremente hacia y desde el exterior. Las viviendas se compran, venden y alquilan en dólares, pero para el resto de las transacciones rige la moneda local, el sol, divisa que un Banco Central independiente deja flotar de modo administrado contra la norteamericana.
El sol, fortalecido por un régimen muy sostenido de baja inflación, se usa en todas las transacciones cotidianas y, fuera de los circuitos turísticos, no es posible ir por la vida con billetes verdes.
¿Es ese un futuro deseable para la Argentina? Como el Perú forjado por una derecha autoritaria, ¿el futuro estará hecho aquí de ajuste duradero, insatisfacción popular permanente, conflicto social siempre latente e inestabilidad política, pero de equilibrios macro y paz en los mercados?
Fujimori lo hizo. ¿Lo hará Milei?