Cualquier ciudadano instruido que haya leído las trescientas y pico de páginas de la denuncia que realizó Alberto Nisman en 2015 sabe de la invalidez de la acusación, de lo insustancial del planteo, de la deficiente construcción de prueba, de la capciosa concatenación de hechos en una trama que avanza, como decía Juan Bautista Alberdi respecto de la prosa del Facundo, “con la lógica de un pez que rompe las olas del mar”.
El del fiscal Nisman debe ser el caso más emblemático de combinación operativa entre espionaje y medios hegemónicos de comunicación (cuyas terminales de sustento empírico casi siempre terminan en Delaware o Bahamas). Su utilización ha sido tan perversa como oportuna. La pericia del Cuerpo Médico Forense, que determinó que no había indicios de homicidio, fue uno de los primeros obstáculos a esa utilización. Asumido Mauricio Macri, el camino se allanó: el caso pasó al fuero federal (inserción de Palmaghini mediante). A continuación, se realizó una nueva pericia, esta vez encargada a la Gendarmería, cuya explicación técnica aparece en el documental Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía trasmitido por Netflix. El relato es tan patético (véase episodio 5, minuto 44:30) que hasta Julián Ercolini y Eduardo Taiano habrán pasado un trago amargo al ver esa secuencia desopilante. Entre otros disparates, se dice que lo peritos se encerraron tres meses en un búnker recubierto de “insonoridad” para analizar las pruebas. No tenían internet. ¿Preparación, o retiro espiritual?
El acuerdo a oscuras 48 horas después de la elección entre Mauricio Macri y Javier Milei vino a blanquear un pacto implícito. Un pacto, además, que llevaba varios largos meses. En respuesta a las andanadas cáusticas de una escritora argentina que sostenía que el melenudo y CFK eran lo mismo (o formaban parte de lo mismo: el peronismo), en este portal dimos acabada cuenta del malintencionado yerro (Reprimidas retóricas). Por si quedaran dudas, el pacto Macri-Milei vino a confirmar a cielo abierto lo que afirmábamos allí, que las conexiones subterráneas y superficiales entre el Pro y LLA no solo eran notables sino también sustanciales, ideológicas, incluso de clase (o de casta). A la que podemos agregar ahora que nada es imposible. Menos que menos callar a quien no sabe por qué ladra.
(Hagamos un paréntesis. Porque, ¿a quién es imposible de callar? ¿Quién grita con esa jerigonza explosiva de “vivas” y “carajos”? Antes de las elecciones, Ramiro Marra, a quien se lo ve y escucha por suerte cada vez menos, protagonizó dos entrevistas en las que hizo evidente su absoluto desinterés por la verdad. Confundió Paka-Paka con el dibujo animado Zamba. Y dijo que cerraría la Tv pública. Contó que su mamá le había dicho que con Zamba se “baja línea ideológica”. O sea: él no sabe, pero cerraría un canal de televisión, por lo que le dice su madrinazgo, símbolo de quien verdaderamente gobierna. Marra aduce: su mamá es profesora de historia. Como si eso justificara su subordinación del saber).
Imprevistamente para los aliancistas de último momento, ese acuerdo entre gallos y medianoche deparó una discusión (esta sí, irrefrenable) en su propio espacio de oposición, una discusión que fue escalando y escalando hasta desinflar las expectativas del adorador telepático de canes.
En consecuencia, como era de esperar, la vanguardia de los Saguier comenzó a desplegar sus cañones. Hace algunos días un riguroso historiador argentino me decía: “sólo falta que reaparezca Nisman”. Al día siguiente, efectivamente, La Nación publicó una nota sobre el “hallazgo de documentos sobre la muerte de Nisman” (07/11).
La lógica del periodismo de barricada es conocida. Como en cualquier trifulca bélica, consiste en derrotar o someter a su oponente y para ello se permite todo tipo de recursos, que, en Argentina, hace décadas, el periodismo dominante ha demostrado que son inagotables. En el fondo, la estratagema siempre es la misma: menospreciar lo público (la política), para imponer los intereses corporativos privados.
CODELCO, la empresa estatal chilena de producción y exportación de cobre (un 8% de la producción mundial y un 30% de la nacional) adquirió, durante la administración del ex presidente Sebastián Piñera, una deuda cercana a los 20 mil millones de dólares. Un colega chileno, cuyo entusiasmo por Gabriel Boric ha empezado a decrecer a medida que se acrecienta la falta de medidas, me recordaba esa figura (casi una retórica del accionar del liberalismo criollo): ellos, que vienen del sector privado (Piñera es uno de los empresarios con la mayor fortuna del país), mal administran lo público (sin candidez, desde ya) y luego salen a decir que lo estatal no funciona, que lo privado es más competente y bla bla bla.
La Nación hace otro tanto con la información: hace crecer a la fiera y luego dice que creció por una estrategia comunicacional novedosa. La Nave Nodriza de esa galaxia que son las operaciones de prensa empieza a corcovear, a hacer explosiones ruidosas. En otra nota de este medio hemos anticipado la estrategia entre sus mayores timoneles (De escribanos y escribas). La nueva versión anti peronista de esa estrategia es notoria: se publica poco de Sergio Massa y se lo hace siempre de un modo amañado (como la nota que reseñó su discurso en el Gran Rex en la que a primera vista todo el programa quedaba “manchado” por la inflación), se dice que se contradice, que el kirchnerismo le marca el paso, etc. Ahora, el periódico de barricada habla de espionaje y de escándalo, saca una vez más a pasear el cadáver de Nisman, refuerza sus predicciones de economía explotada. Últimamente, el estilista Carlos Pagni se animó a decir que hubo un “sistema de espionaje al servicio de Cristina Kirchner” para someter a la justicia y obtener así impunidad. Después de la era Macri, en verdad sorprende la batahola que echa a rodar esta prensa (entre cuyos integrantes se cuentan casos emblemáticos de relaciones secretas, como Diego Cabot y Daniel Santoro). Todo un misterio: ¿inteligencia o desesperación?
Aquí preferimos comprender el asunto apelando a una sabia vulgata. Todo el mundo la conoce ya. Es la vulgata de los vencedores vencidos. Dice así: hace un año, el presidente era Horacio Rodríguez Larreta; hace seis meses, Patricia Bulrich; hace tres, Javier Milei.
La frase de Lonardi (“Ni vencedores, ni vencidos”) reescrita por Los Redonditos de Ricota imprime a este balotaje un especial vértigo. Para bien de muchos, muchísimos, más allá de Massa no hay nada.