En 1981, la Orquesta Filarmónica de Israel quebró un tabú al interpretar en un auditorio de Tel Aviv una obra de Richard Wagner, un genio musical que odiaba a los judíos y era amado por Adolf Hitler. Entre otros hitos, la polémica en ese país regresó en 2018, cuando la Radio Pública emitió El ocaso de los dioses, decisión por la que debió disculparse ante el clamor que produjo. Más recientemente, en 2021, el director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboin volvió a tocar esa fibra sensible al interpretar en Jerusalén un fragmento de Tristán e Isolda.
Wagner no está formalmente prohibido en Israel, pero su nombre es mala palabra por cuestiones que, música aparte, verdaderamente lo ameritan. Salvando las distancias, algo similar ocurre hoy con el ex-Pink Floyd Roger Waters, cuyas presentaciones de hoy y mañana en Argentina fueron impugnadas por la DAIA ante la Justicia.
La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA, entidad representante en lo político de las instituciones de la comunidad judía) señaló que "presentó ante la Justicia un amparo con pedido de medida cautelar solicitando la suspensión del recital de Roger Waters programado para realizarse en Buenos Aires en el día de hoy por sus expresiones y mensajes antisemitas durante su presentación en Montevideo, Uruguay, el pasado viernes 17 de noviembre".
"Sin lugar a dudas, Roger Waters promueve discursos de odio y su conducta viola la ley Antidiscriminatoria, una legislación valiosa que rige en la República Argentina y que fue promovida por la DAIA", añade el comunicado de esa entidad.
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Waters no merece reproches por el ejercicio de su derecho a la libertad de expresión cuando critica las políticas del Estado de Israel, pero sí lo merece –y de sobra– cuando miente y niega la autoría del grupo Hamás de los masivos atentados terroristas del 7 de octubre, que se cobraron las vidas de 1.200 civiles indefensos en territorio israelí.
"¿Cómo diablos no sabían los israelíes que eso iba a ocurrir? Quiero decir, ¿no escuchó el ejército israelí en esos 11, diez u 11 campos los estallidos (…)? ¿Lo que sea que tuvieran que volar para cruzar la frontera? Hay algo muy sospechoso en eso", declaró.
Más allá de las respuestas que daban al respecto en las investigaciones en curso el Shin Bet –la inteligencia interior de Israel–, las Fuerzas de Defensa (FDI), la policía y hasta la defensa civil, la apelación a la teoría conspirativa y culpar a la víctima son atajos habituales de los negacionistas. Cosas similares se dijeron tras los atentados de 1992 y 1994 en Buenos Aires –las teorías sobre la "implosión"–, tras el 11-S y muchas veces más. Solo cabe el repudio más profundo a esas canalladas.
En su show en Uruguay le dedicó un sonoro "¡fuck you!"al líder de la comunidad judía de ese país, Roby Schindler, a quien acusó de vedarlo en los hoteles de Montevideo, lo que derivó en un improvisado alojamiento en casa de Pepe Mujica. Eso tampoco es judeofobia.
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También hubo derecho de admisión en hoteles de Buenos Aires, como el Faena y el Alvear, algo que no puede reprocharse a sus titulares. Sin embargo, censurar un festival, sancionando por opiniones previas –no juzgadas– a una persona y perjudicando a su público es harina de otro costal.
"No soy antisemita, lo que condeno es lo que hace el gobierno israelí", se defendió el músico. Eso es cierto, lo cual no borra lo anterior.
De hecho, también en Uruguay dijo durante su presentación que "el gobierno de Israel está asesinando al pueblo palestino en Gaza", lo que, a diferencia del negacionismo del terrorismo, solo puede ser tachado de antisemita si lo que se busca es silenciar las opiniones críticas a la guerra en curso mediante el expeditivo recurso a la extorsión moral.
Esas y otras expresiones fueron condenadas por diversas agrupaciones, en especial por el Foro Argentino Contra el Antisemitismo. "Para los fans de Pink Floyd de cualquier etapa, con y sin Roger Waters, cada vez que circulan declaraciones suyas en torno al Estado de Israel y los judíos se genera una sucesión de discusiones sobre si sus declaraciones son antisemitas o si él es antisemita y aparecen cuestionamientos sobre sus shows. En nuestro país estamos atravesando la superposición de dos circunstancias que inevitablemente traen el tema: los recitales que dará el martes 21 y el miércoles 22 de noviembre en el estadio de River Plate y un brote de manifestaciones antisemitas sin precedentes en distintos espacios públicos, especialmente desde el 7 de octubre, cuando la organización terrorista Hamás perpetró la mayor masacre de judíos en un solo día después del Holocausto y secuestró a más de 240 personas que aún no liberó, incluido un bebé de 10 meses", dijo.
"Desde el Foro Argentino Contra el Antisemitismo queremos contribuir a la claridad sobre lo que Roger Waters piensa, o lo que dice que piensa, para evitar que se instalen ideas falsas o incluso que incitan al odio", completó.
DAIA o cualquier otra entidad o particular puede pedirle lo que quiera a la Justicia, pero cabe preguntarse hasta qué punto la cultura de la cancelación se está imponiendo como tendencia en la Argentina, una que comenzó con abusos en las redes sociales, pero que comienza a permear seriamente en los niveles propiamente social y hasta político, en los que desde la cúpula se divide a la gente en dos: los argentinos de bien y los otros. El Poder Judicial tiene más que nunca la responsabilidad de no ceder al nuevo populismo de derecha en boga.
Es curioso este tiempo, en el que, en nombre del liberalismo, se pretende conculcar los principios liberales más básicos.
La censura, hasta donde se recuerda, es antiliberal y las violaciones a la ley –lo que incluye desde ya la Antidiscriminatoria– se juzgan ex post, nunca ex ante, por lo que los pedidos de medidas cautelares en perjuicio de miles de personas que no solo adquirieron entradas, sino que tienen derecho a disfrutar de un espectáculo, no deberían tener lugar. Lo contrario sería caer, justamente, en la censura prohibida por el artículo 14 de la Constitución Nacional.
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El debate en la Argentina se está deslizando hacia arenas movedizas. Sería triste matar la libertad en nombre de ella misma.