CRISIS EN MEDIO ORIENTE

Mientras drones y misiles vuelan de Irán a Israel, el mundo contiene el aliento

¿Ataque limitado o inicio de la III Guerra Mundial? Choque de potencias, riesgo de internacionalización e impacto económico para Argentina. Horas decisivas.

¿Ataque limitado y puesta en escena de una represalia largamente prometida por el guía supremo Alí Jameneí o inicio de una III Guerra Mundial? Entre esos extremos vuelan la imaginación y los fantasmas de dirigentes internacionales y analistas mientras misiles y drones de Irán viajan hacia Israel, la " Palestina ocupada", de acuerdo con el régimen islamista chiita.

La televisión estatal persa hablaba al cierre de esta nota de "decenas" de esos dispositivos lanzados, algo que pondría a prueba las capacidades de intercepción de la Cúpula de Hierro del Estado judío, así como de los sofisticados sistemas que Estados Unidos ha puesto a disposición de su aliado. De la llegada o no de los mismos, de los puntos de impacto, de la posibilidad de segundas, terceras o cuartas oleadas y, claro, de una posible respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) dependerá el destino de esta saga de altísimo riesgo.

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Israel es una potencia nuclear que tiene a su disposición cientos de cabezas. Irán persigue desde hace décadas su propio programa atómico, política de Estado para asegurar la intangibilidad de su teocracia, así como arma para pulsear –y en un extremo, destruir– con el "Pequeño Satán" en la política regional.

Asimismo, Teherán cuenta ya con un amplio programa misilístico y un fuerte desarrollo de drones con capacidad de ataque, lo que convierte a su aparato militar en un peligro incluso cuando aún no haya sido capaz de ensamblar una cabeza nuclear en un misil.

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Además, pesa la diferencia de envergadura territorial y poblacional de ambos rivales. Israel tiene menos de 10 millones de habitantes y una superficie de algo más de 20.000 kilómetros cuadrados, mientras que Irán cuenta con casi 90 millones y 1,6 millones de kilómetros cuadrados, respectivamente.

Esos datos son importantes. Desde hace años dentro de Israel –no sin disidencias– está instalada la idea de terminar con el plan nuclear persa en base al expediente de un ataque militar. Desde ya que esas instalaciones están protegidas, algunas incluso bajo tierra, pero cualquier daño que pueda ocasionárseles y así demorar el proceso hacia la obtención de "la bomba" sería ganancia, según ese punto de vista.

Tanto es así, que el Estado hebreo ha hecho simulaciones sobre cuáles serían las pérdidas de vidas y materiales mutuas en caso de una guerra directa. Sin embargo –o ante eso mismo–, altos funcionarios y exfuncionarios de los servicios de inteligencia israelíes se han opuesto a esos planes y hasta han hecho lobby en su contra en Estados Unidos.

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Un escenario de guerra con Irán ha estado por años entre los planes del premier israelí, Benjamín Netanyahu.

Un escenario de guerra con Irán ha estado por años entre los planes del premier israelí, Benjamín Netanyahu.

La obsesión por esa guerra destinada a terminar con la "amenaza existencial" del programa atómico iraní tiene un nombre: el del actual primer ministro, Benjamín Netanyahu. Esto, por caso, lo enfrentó en su momento con Barack Obama, quien rechazaba verse arrastrado a un conflicto tan peligroso y con quien protagonizó escenas de mutuo desdén impropias de los aliados que, se sabe, son ambos países.

El demócrata aceptó negociar con Irán y así se llegó en 2015 al acuerdo entre ese país y el Grupo 5+1, compuesto por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania. El mismo, en síntesis, establecía un sistema de controles sobre el programa persa a cambio del levantamiento de las sanciones más severas que pesaban sobre la economía de ese país.

Luego llegó Donald Trump, el mismo presidente que rompió el tabú y ordenó el traslado de la embajada estadounidense desde Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo el carácter de la Ciudad Santa como "capital única y eterna" de Israel. El problema es que esa unicidad implicó un aval a la conquista de la zona oriental de esa ciudad –en 1967–, donde los palestinos pretenden instalar la capital de su Estado. Además de su anexión, colonización y declaración por ley en 1980 como "capital eterna e indivisible" del Estado judío. Ese mismo gesto pretende ahora replicar el presidente Javier Milei en el marco de su alineamiento automático con Occidente.

Con la absurda excusa de un problema de agenda, el presidente decidió volver al país en medio del sacudón global y dejar para mejor ocasión la foto a bordo de un F-16 estadounidense, un golpe de efecto para valorizar la compra de esas aeronaves usadas que están hoy en poder de Dinamarca.

Trump dio por tierra con aquel acuerdo, sacó a Estados Unidos del mismo y, por añadidura, le desató totalmente las manos a los ayatolás para continuar con su plan atómico sin ninguna pretensión de control internacional.

En medio de una lluvia de misiles chatarra lanzados desde el Líbano por la milicia chiita Hizbulá –un brazo de Teherán–, destinada a agotar la defensa antiaérea israelí, en los últimos días Joe Biden advirtió sobre la inminencia de un ataque iraní a gran escala, puso en alerta a sus Fuerzas Armadas y acercó buques de guerra a la región. El país que en las próximas horas quedaría bajo fuego, en tanto, activó todos sus mecanismos de defensa civil y su aparato bélico, a la vez que suspendió todas las actividades educativas y no prioritarias.

El mar de fondo, claro, es la interminable ofensiva israelí en Gaza, producto, a su vez, del megaataque terrorista del grupo palestino Hamás –financiado por Irán– del 7 de octubre. Esa ofensiva encontró amplio apoyo internacional debido a la brutalidad de los comandos islamistas, pero ese respaldo fue menguando conforme el objetivo proclamado de destruir a Hamás se terminó revelando como el de hacer lo propio con toda Gaza y con la población civil, con nulo respeto por vidas, propiedades y condiciones mínimas de supervivencia. Esto ha sido tan así que, en un hecho casi sin precedentes, Washington no ejerció su poder de veto en el Consejo de Seguridad al votarse una resolución que urgió a un alto el fuego.

El último 1 de abril, un ataque no reconocido, pero no negado por Israel –y ampliamente atribuido a ese país– destruyó el consulado de Irán en Damasco, Siria, hecho en el que perdieron la vida ocho personas, entre ellas el general Mohamad Reza Zahedi, alto comandante de la Fuerza Quds y enlace con Hizbulá. La Fuerza Quds es el brazo operativo en el exterior de la Guardia Revolucionaria, la fuerza de élite del régimen.

Desde ese mismo día, Teherán prometió venganza y cabe la pregunta sobre si ese asesinato –relativamente– selectivo valió el riesgo de la guerra que ahora podría desatarse. A no ser que se recuerde los planes de larga data de Netanyahu de precipitar una guerra que le permita ir contra las instalaciones nucleares del enemigo y arrastrar a Estados Unidos en defensa de su país.

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Ese acto, con todo, es parte de una suerte de "guerra fría" que Israel e Irán libran en todo Medio Oriente, desde Palestina a Líbano, pasando por Siria, Irak, Yemen y muchos otros países. Y, claro, también mucho más allá de esa zona, incluso en América Latina en general y en Argentina en particular, donde la Justicia acaba de condenar a Teherán como Estado terrorista por el ataque de 1994 a la AMIA.

En pocas horas se sabrá si el mundo está ante un ataque limitado, destinado a salvar el orgullo herido de Irán por la voladura de su consulado, o uno a gran escala. En paralelo a eso, si habrá nuevas oleadas y si estas serán capaces de eludir las defensas antiaéreas de Israel y de Estados Unidos. También si el país ahora atacado responde y cómo, a la vez que habrá que seguir si otros Estados o milicias se suman a una eventual escalada. Asimismo, cuántas personas podrían morir y si la economía global sumará, como se vio el viernes con la disparada del precio del petróleo, una guerra más a la que se libra en Ucrania.

Esto último conformaría un escenario económico severo para una Argentina débil y en pleno ajuste de tarifas de energía. Por no hablar de otra hipótesis que se abre en este contexto: el de una oleada de atentados en diversos lugares del mundo.

Al tratarse de Medio Oriente y de tanta política mezclada con religión y fanatismos, tal vez sean horas para rezar.

la argentina extraviada
Agustín Laje es el presidente de la Fundación Faro, el motor de las ideas para dar la batalla cultural que quiere dar Javier Milei.

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