NUEVO GOBIERNO

Mesianismo y negocios: la mesa de Javier Milei está servida

La emergencia de un DNU que viene a sincerar el objetivo del ajuste.

A diferencia de otras veces, durante el anuncio del decretazo que pretende desregularizar la economía y empieza por socavar el andamiaje jurídico e institucional del Estado, el presidente estuvo rodeado de su gabinete. El anuncio, balanceado entre una introducción de conceptualizaciones vacuas y una lectura uniforme de las primeras 30 derogaciones de un decreto que prescribe más de 300, estuvo secundado esta vez por una cuidadosa puesta en escena. Melodramática, pero sobre todo mesiánica, la escena combinó el arte de la proporción con la mímica del bululú. El presidente se veía flanqueado a ambos costados por cuatro ministros sentados homólogamente (una mujer de cada lado: la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, a la izquierda; la de Seguridad, Patricia Bullrich, a la derecha) y, a sus espaldas, en una constelación coronada por el busto de la República y el escudo nacional, otras cuatro figuras de pie: el asesor freelance Federico Sturzenegger, el ministro de Energía, Eduardo Rodríguez Chirillo, el secretario Legal y Técnico, Javier Herrera Bravo y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse. En total, doce apóstoles del ajuste.

A la proporción renacentista (la idea de una armonía entre las partes resulta fundamental en un mensaje pensado para ser visto, más que oído, por millares de ciudadanos) se añade la actuación postural y facial: durante los 15 minutos de lectura, los rostros ministeriales miraban a cámara con fijeza indulgente, miradas inalterables –salvo la de Bullrich, que giraba automáticamente, en una proyección mimética con el orador, cada vez que Javier Milei se tragaba las “eses”– que pretendían trasmitir una certidumbre igualmente inalterable: la certidumbre del Mesías. De allí los vínculos recientes del actual presidente con el judaísmo. La maraña es ardua de desatar en el espacio de una columna, pero puede resumirse diciendo que la idea de una religión de la razón (el judaísmo) viene a afianzar la idea de una moralidad intachable. Esa, la puesta en escena. Del otro lado, la casta.

Sólo desde esa perspectiva se entiende la franca contradicción entre imagen y palabras y, sobre todo, que esa contradicción resulte inocua. El “colectivismo”, sinónimo de “izquierda, socialismo, fascismo o comunismo” (sic) es, en palabras del actual presidente, una doctrina tan nefanda que no sólo “diluye al individuo en favor del poder del Estado” sino que instala “la creencia de que un grupo de hombres, los políticos, son superiores al resto de los individuos y que por lo tanto deben ser ellos quienes rijan los destinos de sus compatriotas” (sic). Esto lo dijo el presidente rodeado de su séquito ministerial en el sillón del Salón Blanco de la Casa Rosada. O estamos ante extraterrestres –la autopercepción ha llegado a extremos intangibles–, o asistimos a una verdadera puesta en acto de la creencia en la introyección de las “fuerzas del cielo”. Como sea, el tufillo mesiánico no basta para ocultar los olores (y dolores) de orden más bien empírico o pragmático. Un presidente que se jacta de defender “el derecho de la propiedad de los argentinos” decreta, en flagrante refutación, la “derogación de la ley de abastecimiento para que el Estado nunca más atente contra el derecho de propiedad de los individuos” (sic). Los individuos de los que habla Milei son ciertos individuos, cuyas características son homologables a las de los empresarios.

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Y es que el judaísmo invocado en los hechos no es el culto de la razón pura, sino el mersa de los puros negocios. Desde hace dos meses Milei está alojado en el hotel Libertador, perteneciente al dueño de IRSA, Eduardo Elsztain, quien lo había recibido en su hotel Llao Llao cuando el candidato fue a exponer su motosierra ante el foro empresarial que lleva el nombre de ese establecimiento de Bariloche. A poco de coronarse presidente, Milei visitó, de la mano de Elsztain, la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson en Nueva York (Schneerson fue partidario de la política de militarización de Israel y del ejercicio de la mano dura hacia los palestinos). Dijo que lo hacía en actitud de agradecimiento (nadie supo ni publicó nada relativo, en cambio, a su agenda política en EEUU).

En 1997, el generoso anfitrión de Milei fue imputado, junto al ex ministro de economía Roque Fernández y al jefe de finanzas del gobierno menemista Daniel Marx, por la privatización del banco Hipotecario Nacional (el mismo banco que recuperó Néstor Kirchner en 2007, de donde salieron luego los créditos PROCREAR). La denuncia la realizó Elisa Carrió –quien por entonces lejos estaba de convertir dicha práctica en metodología política– junto con Alfredo Bravo, Juan Zacarías, Héctor Polino, Oscar González y Jorge Rivas, todos diputados del extinto ARI. La imputación fue por la presunta comisión de los delitos de asociación ilícita, fraude en perjuicio de la administración pública, abuso de autoridad, cohecho pasivo y tráfico de influencias, malversación, peculado, negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública, fraude al comercio y a la industria. En síntesis, compraron el banco fundado por Julio A. Roca en 1886 a un precio tres o cuatro veces menor del que estipulaba el mercado (ver Tribuna de periodistas). Para esta liga de liberales comerciantes, encender una vela al “rebe de Lubavitch” alcanza para lavar las penas (si no las culpas).

Luego de apostar por la ladera de Macri, Paolo Rocca apoyó explícitamente al candidato libertario. Como colofón, Horacio Marín, CEO de la petrolera Tecpetrol (Techint), asumió al frente de YPF. Horacio Rodríguez Chirillo, otro de los comitentes del Libertador (hoy resulta irrisorio, pero Javier Milei designó funcionarios desde lo que dio en llamar OPE: Oficina del Presidente Electo), fue funcionario de Carlos Menem y Fernando De la Rúa. Su colaborador más cercano es Carlos Casares, un ex gerente de Ventas de la misma Tecpetrol que trabajó en el Ente Nacional Regulador del Gas (Enargas) y fue subsecretario de Hidrocarburos durante la presidencia de Mauricio Macri. Otro ex funcionario macrista, Santiago Bausili, socio de Toto Caputo en la consultora Anker, procesado por negociaciones incompatibles entre su rol de Secretario de finanzas y su largo desempeño como director del Deutsche Bank (Bausili fue uno de los integrantes del equipo que acompañó a Alfonso Prat Gay en la cancelación de la deuda de los fondos buitres encabezados por Paul Singer), está ahora a cargo del Banco Central, secundado por Federico Furiase, otro ex empleado de Anker.

A pesar de apegarse a la letra, en su lectura de las primeras 30 desregulaciones Milei no pudo evitar mencionar a Elon Musk, el sudafricano multimillonario propietario, además de Twiter, de la fabricante aeroespacial SpaceX, de la fabricante de autos eléctricos Tesla y de la firma de Internet satelital Starlink. Esta última fue la mencionada por el presidente. Fue en el punto 28: “Desregulación de los servicios de internet satelital para permitir el ingreso de empresas como Starlink”. Se sabe que Elon Musk, una vez pasado el balotaje, habló por teléfono con el presidente electo. No trascendió esa charla. Más que Starlink, al multimillonario creador de universos (elige un rubro e invierte) le debe interesar el litio para la producción de sus automóviles eléctricos. (Por otro lado, puede que en esa concesión espacial esté la razón de las críticas que empiezan a esbozarse en el Grupo Clarín, cuyo CEO Héctor Magnetto aventura la entrada de la tecnología G5 de la china Huawei). Como a Elon, a Javier Milei lo ilumina la propiedad privada. Entre las tantas paradojas que la retórica libertaria esgrime, hay una insuperable: según una declaración en Twitter de su actual dueño, ser la persona más rica del mundo parece la única forma de asumir el verdadero socialismo.

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En junio de 2018, Elon Musk tuiteó: “By the way, I am actually a socialist. Just not the kind that shifts resources from most productive to least productive, pretending to do good, while actually causing harm. True socialism seeks greatest good for all”. (“Por cierto, en realidad soy un socialista. Pero no del tipo que cambia los recursos desde lo más productivos a los menos productivos, pretendiendo hacer el bien mientras en realidad causa daño. El socialismo verdadero busca el mayor bien para todos”).

El cartón se va llenando, pero tal vez lo sintetice mejor la perentoria aparición del recurrente merodeador de crisis Federico Sturzenegger. De saco celeste, destacándose entre todos los ministros, Sturzenegger se asume como el cerebro del megadecreto libertario. Garante del ajuste. Como antecedentes, ostenta la autoría del llamado megacanje del 2001, durante el gobierno de De la Rúa –cuyos resultados los mayores de treinta años recuerdan perfectamente–, y la presidencia del Banco Central durante el gobierno macrista. Después de 30 meses de gestión al frente del Banco, Sturzenegger dejó una inflación acumulada de 95 %, y una devaluación del peso de 175 %.

“Esas ideas que han fracasado en Argentina, son las mismas que han fracasado a lo largo y ancho del planeta”, dijo Milei en su alocución. A esta altura, uno no sabe si la invocación final a las fuerzas del cielo es una estrategia de misticismo religioso o, sencillamente, una expresión genuina. ¿Habrá, como en la fábula bíblica, un traidor en esa mesa? ¿O, al revés, la preeminencia del único invitado a última hora señala que la traición ya es parte del convite?

Javier Milei. 
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