Parte del giro internacional del Gobierno es lo que Javier Milei llamó "fin de la neutralidad"; el estreno de esa postura, de firme apoyo a Israel, encuentra en la guerra entre ese país e Irán una coyuntura preocupante por sus implicancias de seguridad y económicas para el país.
La escalada, que incluye a los aliados de la teocracia persa en Gaza –Hamás– y Líbano –Hizbulá– derivó ayer en un intenso ataque misilístico sobre el Estado judío, con cientos de proyectiles que duplicaron los caídos en abril.
La cadena de acciones y represalias puede rastrearse hasta un pasado remoto. Más acotadamente, Israel la atribuye al repugnante golpe terrorista de Hamás del 7 de octubre del año pasado; Irán, a los asesinatos selectivos de los líderes de aquella organización palestina, Ismail Haniye, y del partido-milicia chiita libanés, Hasán Nasralá. El primero fue eliminado nada menos que en Teherán y el segundo, en Beirut.
Desacreditada por esas acciones israelíes –que se sumaron a un año de bombardeos en Gaza y a la impactante operación de inteligencia que llevó a la detonación de cientos de pagers y walkies talkies en Líbano–, la República Islámica realizó una demostración de fuerza sin precedentes, inicio de lo que se teme como una guerra abierta.
El fuego cruzado, anoche otra vez con epicentro en el Líbano, era severo, pero era aún peor por lo que presagiaba.
El ataque iraní pretendió saturar los sistemas de defensa antimisiles y logró que algunos proyectiles tocaran tierra, pero fue mayormente contenido por el sistema Cúpula de Hierro y por la ayuda prestada por Estados Unidos en la zona. Más allá de eso, prometió Benjamín Netanyahu, será vengado.
Israel evalúa ahora bombardear instalaciones petroleras iraníes y, sobre todo, sitios nucleares en los que avanza la elaboración de "la bomba". Lo primero sería muy disruptivo para el precio internacional de energía –el crudo escaló ayer hasta 3,5%– y amenaza con convertir en un suspiro la risible reducción de 1% de las naftas aplicada aquí por YPF; lo segundo, directamente, significaría un desastre.
¿Con qué armas intentaría Israel destruir centrales nucleares, instalaciones superprotegidas y, en algunos casos, subterráneas? ¿Qué consecuencias tendría la liberación del material radiactivo contenido allí?
Netanyahu persigue desde hace años el objetivo de realizar esa operación, algo que supone el único modo de evitar que Irán consiga dotarse de armas nucleares en el mediano plazo y, de ese modo, neutralizar la principal ventaja estratégica de Israel en Medio Oriente. Hasta ahora había tropezado con el veto de Estados Unidos, algo que recientemente se expresó en las gestiones de Joe Biden para ponerle freno a la destrucción practicada, una y otra vez, en Gaza, con un saldo de más de 40 mil de muertos, en su mayoría civiles.
Es un signo de época que el primer ministro de Israel y Hamás hayan ignorado esa orden de la hiperpotencia y que el primero ahora escale por las suyas y arrastre a Washington a un escenario de guerra que quería evitar. Y, sobre todo, que lo haga en plena campaña para las elecciones del 5 de noviembre.
Kamala Harris salió a apoyar a Israel, como no podía ser de otro modo, pero la coyuntura la complica por contradecir sus llamamientos anteriores a una reducción de las tensiones. También en esto Donald Trump la tiene más fácil, jugado como está al apoyo irrestricto al gobierno de ultraderecha de Israel.
Consecuencias para Javier Milei
Para la Argentina, un país fragilizado en lo económico-financiero, la perspectiva de un conflicto internacional tan grave es una pésima noticia.
De no encontrar un pronto cauce diplomático, los precios de la energía se podrían disparar, lo que impactaría sobre la inflación que Milei y Caputo necesitan derrumbar lo antes posible.
También podría provocar un "vuelo a la calidad" de los capitales financieros, esto es su huida de los países emergentes, con el consiguiente efecto de depreciación de sus activos y de devaluación de sus monedas.
¿Cómo se sostendría, en ese contexto, el atraso cambiario inducido con el que el ministro de Economía pretende forzar la desinflación?