Austero, simple, reticente a la rosca, prolijo, distante, estudioso, obsesivo. En el arranque de su segundo tiempo en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Axel Kicillof sigue siendo un personaje atípico en el mundo de la política. Conserva el estilo, pero juega otro partido por necesidad y urgencia de un peronismo derrotado y en reconstrucción.
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Es “un perro verde en la manada”, lo describe ante Letra P un intendente del conurbano de su mismo partido. Un tipo que “habla un idioma distinto”, dice a este medio otro dirigente de la política tradicional, interlocutor habitual del mandatario. Lo pintan como una pieza diferente incrustada en el ecosistema, alguien que “hace ruido” entre propios y extraños y a quien muchos no terminan de acostumbrarse.
Kicillof surfeó la ola libertaria e inmediatamente se transformó en centro de atención de un panperonismo descabezado, con la jefa política Cristina Fernández de Kirchner corrida de escena. La amenaza de Javier Milei de cerrarles la canilla a las provincias mantiene al bonaerense en alerta, quien en el amanecer de la administración del minarquista se convirtió en espadachín del universo K frente a la prepotencia de la Casa Rosada que intenta gobernar prescindiendo del Congreso.
Gabinete y después
El gobernador modelo 2024 comenzó a formatearse en el proceso electoral bajo la presión de un sector del peronismo que intentó llevarlo a disputar la presidencia. Decidido a ir por la reelección finalmente alcanzada, resistió y comenzó a jugar fichas. Sigue rehuyendo a armar kicillofismo, pero amplió su mesa chica rodeándose de dirigentes con poder territorial.
La reconfiguración del gabinete para el segundo mandato muestra a un Kicillof decidido a no apartarse del sendero que eligió en 2019. La vuelta al primer plano de Carlos Bianco, el ministro de Gobierno que en los papeles ejerce una jefatura de gabinete, demuestra su apego a su círculo histórico. La designación de Gabriel Katopodis al frente de Infraestructura le suma volumen político a la administración. El dirigente de alto perfil en los medios funciona como puente a otros rincones de un peronismo que parece haber tomado nota de los riesgos que acarrearía entrar ahora en la búsqueda de un liderazgo que más temprano que tarde deberá emerger. La cuestión es que la búsqueda de una conducción no atente contra la unidad.
Cómo construir sin que terminen ubicándolo en el centro de la escena. El dilema rodea a Kicillof, quien con la reunión multisectorial que encabezó en la localidad platense de City Bell unos días antes de fin de año dio el puntapié inicial a una catarata de encuentros del mismo tipo en decenas de ciudades bonaerenses. Lo hizo esquivando al PJ que lidera Máximo Kirchner y refugiándose en las alianzas que construyó en el último tiempo con intendentes, sindicalistas y dirigentes sociales.
No me postulen
Quienes lo escuchan habitualmente cuentan que pide que no lo postulen como el próximo conductor del peronismo o posible candidato a presidente en 2027. Cree que no es momento de subirse al ring, de jugar internas. Promueve la unidad y se enfoca en la administración de su provincia, una tarea titánica que le demanda ser oposición a una administración central que le cierra la canilla y al mismo tiempo mantener el diálogo institucional con la Casa Rosada que le permita alcanzar acuerdo de gobernabilidad.
Kicillof pide paciencia cuando le reclaman ir por la conducción del PJ bonaerense. No quiere. Se fastidia cuando -como hizo el jefe comunal de Avellaneda, Jorge Ferraresi- la dirigencia pronuncia discursos de barricada haciendo cuestionamientos hacia adentro del espacio y ubicándolo como el conductor de la nueva etapa.
En cierta medida, el gobernador sigue siendo aquel dirigente del Clio, pero los años y la investidura -y la imposibilidad de ir por un nuevo mandato- lo pusieron a jugar en otra cancha. El estilo Kicillof, un estilo que en gran parte del imaginario colectivo no se emparenta con la casta que denuesta Mieli, permanece inalterable. No quedan dudas de que, hasta el momento, ha sido uno de sus activos.