Las frustraciones acumuladas por los argentinos dieron paso, en las últimas elecciones nacionales, a un gobierno -el de Javier Milei- cuya calificación de neoliberal cumple más la función de un corset conceptual que el de una fiel caracterización. Su límite parecería estar situado mas allá de la perspectiva política que tuvieron tanto la última dictadura militar como la década de los´90 de Carlos Menem.
Si en la primera achicar el Estado era agrandar la nación y, años mas tarde, el mandamiento número uno del decálogo menemista afirmaba que “nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, el gobierno de La Libertad Avanza no considera al Estado solo como una expresión ineficiente o incapaz de administrar algo mínimamente, sino tal como el presidente lo afirmó: “El Estado es una organización criminal”.
Semanas más tarde, en una entrevista con un medio de prensa extranjero, el propio Milei fue todavía más brutal. “Amo ser el topo del Estado. Yo soy el que destruye al Estado desde adentro”, se jactó.
Embed - Milei: "Soy el topo que destruye el estado desde adentro"
El desprecio de Javier Milei por el Estado y la política
Podríamos introducir alguna de las múltiples definiciones de Estado que pivotean como modo de organización política administrativa en un territorio determinado que estructura la vida social con instituciones encargadas de ordenar los asuntos públicos, pero lo que me interesa destacar es que el Estado no es un concepto instrumental, sino uno netamente político y medular, constitutivo de la vida social, de la construcción de la República y de la idea de nación.
El desprecio del presidente Milei por el Estado es el mismo que siente por la política. En ese sentido, lo único que parece rescatar del Estado es ese atributo en que reclama para sí el monopolio legítimo de la coacción física, a los fines del mantenimiento del orden que pretende imponer.
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La fuerza para el orden, única herramienta del Estado ponderada por Javier Milei.
En nuestro país, la formación del Estado está históricamente ligada a la nación y su constitución tuvo como consecuencia muchas guerras internas, conflictos y tensiones. Por ello, tener entre los principales objetivos la destrucción de esa pieza política fundamental atenta contra la idea de unidad nacional. Alguien podrá decirnos: es lo que votó la gente. Sin embargo, otro podrá señalar que era una consecuencia lógica, que luego de los gobiernos que lo antecedieron no había otra salida. Desde ya que había que corregir el rumbo y cualquiera fuese el candidato que asumiera debía implementar una serie de medidas, pero ¿era necesario llegar a este límite? Cabe entonces la pregunta: ¿el pueblo nunca se equivoca?
Descomposición de la nación
En el paquete de medidas que sancionó el Congreso, hay una que, a pesar de no estar escrita en la delegación de facultades ni en la llamada ley de Bases ni en el paquete fiscal, se aprobó implícitamente. Es la descomposición de la idea de nación. En un texto célebre, luego de la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana, Ernest Renán se pregunta: ¿Qué es una nación?
En el desarrollo de su conferencia, la desvincula de la raza, la religión, no la emparenta con grupos etnográficos ni lingúísticos. Tampoco, con una “comunidad de intereses” entre los hombres ni con la configuración geográfica o la tierra. Para este escritor francés, una nación es “un alma”, "un principio espiritual”, resultado de profundas complicaciones de la historia, constituida por un pasado y un presente. “La una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos”; un pasado heroico (nosotros, los argentinos, lo tenemos), asentándose allí la idea nacional. La otra “es el consentimiento actual, es el deseo de vivir juntos”, de continuar la vida en común (esa voluntad creo que aún también habita entre nosotros), pero fundamentalmente dirá que un factor indispensable para la creación de la nación es el olvido, el error histórico. ¿Acaso el olvido puede ser producto de la voluntad?
Dicho esto, nuestro autor nos advierte que los estudios históricos son un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica dirá que atenta contra la idea de nación ya que pone luz sobre los hechos de violencia que se producen en el origen de toda formación política, incluso en aquellas cuyas consecuencias la han beneficiado.
Memoria y olvido
¿Qué estaría planteándonos Renán?
El pasado siempre es conflictivo. Al pasado se remite tanto la historia como la memoria. Una vez más estamos en presencia de la memoria y el olvido. Desde hace años nos hemos educado en la memoria. La memoria como política de Estado, atada a la Verdad y a la Justicia, que se inscribió en los textos y en el espacio público, de la que se puede estar a favor o en contra; una discusión que sigue vigente y el Estado tiene un papel que cumplir. Podremos discutir qué tipo de Estado pretendemos, pero no pensar en su libertaria desaparición.
Sabemos que la memoria es selectiva y que para recordar es preciso olvidar, pero, si el olvido fuese producto de la voluntad, tal como nos propone Renán, ¿los argentinos acaso estaríamos dispuestos a olvidar? Supongamos que fuese así. La pregunta es: ¿qué olvidar? Cada uno sabrá qué olvidar para la existencia de la nación; o mejor, utilizando la metáfora del texto, olvidar sería también “un plebiscito de todos los días”.