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El derrumbe de la clase media: tres historias en primera persona

Un diseñador vuelve a la casa de los padres, una investigadora del Conicet proyecta emigrar a España y un profesor se gasta los ahorros para vivir.

Si hay un dato del que todo el mundo ya se percató en la era Javier Milei es que, producto del encarecimiento virulento y veloz de los costos de vida, la clase media se ve obligada a tomar decisiones que cambian drásticamente su cotidianidad y debe diseñar estrategias para no caer a la base de la pirámide social.

En esta nota, tres historias en primera persona que testimonian el momento: el regreso forzado a la casa de los padres por no poder afrontar el pago del alquiler, la idea de migrar a España para no perder el estándar de vida y el uso obligado de los ahorros para afrontar el día a día.

Un dato curioso: todos las personas entrevistadas dijeron sentir que ya no pertenecen a la clase media y tuvieron la necesidad de aclararlo antes de avanzar en la conversación, como si los cimbronazos económicos también se llevaran puestos los sentidos de pertenencia. Aunque ya no se visualizan en ese segmento abultado y diverso del centro de la pirámide social, reconocen que, por historia y por representación simbólica, alguien pueda sostener la idea de que sí son de clase media.

El regreso a la casa de los padres

Federico Etcheverry tiene 37 años. Es diseñador multimedia egresado de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Llegó de Tandil a La Plata para estudiar, en 2009. En agosto de este año, debió dejar el departamento donde vivía por no poder afrontar el costo del alquiler, se volvió a Tandil, donde vive con los padres y trabaja con ellos en la casa de comida de la familia, que también lucha por sobrevivir.

“Me volví a mi ciudad natal porque las circunstancias me obligaron, no fue por una motivación personal”, cuenta Federico y describe que no pudo seguir cubriendo los gastos que tenía: 300 mil pesos de alquiler, más expensas, servicios y alimentos. “Tenía un gasto mensual de unos 700 mil pesos y mis ingresos no superaban los 500 mil”, hace cuentas.

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Federico Etcheverry, diseñador multimedia.

Federico Etcheverry, diseñador multimedia.

Federico tenía un trabajo freelance como diseñador para productoras internacionales con las que podía hacerse de unos dólares, pero -cuenta- prescindieron de su trabajo a causa de la inteligencia artificial.

Además, era empleado estatal y docente universitario con cargo de Jefe de Trabajos Prácticos, con nueve años de antigüedad y un sueldo de 180 mil pesos. “Lo de la facultad no me alcanzaba ni para afrontar el alquiler. Tenía un salario muy volátil y como empleado estatal vivía en la incertidumbre”, describe.

Nueve meses después del inicio de la gestión Milei, Federico decidió dejar La Plata. Entendió, según relata, que su permanencia en la ciudad iba a estar sostenida “a fuerza de VISA”. Cuenta que la única manera que tenía de sostener la vida que llevaba era endeudándose y festeja “haber podido pegar un volantazo a tiempo”. “Volví al barrio donde viví las crisis de los ‘90 y 2001. Puedo trazar puentes entre aquellos y este momento”, analiza.

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Con el cambio de vida llegaron los cambios de hábitos y los costos emocionales. Federico dice estar más informado que nunca, lee todo el tiempo noticias de economía y política internacional y dejó de escuchar música. “Según el ranking de oyentes de Spotify, estaba en el 2% mundial de quienes más música escuchaban, entre 12 y 14 horas diarias, además de podcasts. Por mi trabajo, mucho home office, tenía todo el tiempo música de fondo. Desde que volví a Tandil, cero música. Estoy más estresado, más informado, más manija. Es una vida más tóxica. Me trabaja mucho la cabeza en el plano de las ideas. Miro atónito lo grotesco del ajuste, lo adormecida que está la sociedad”, reflexiona.

Con todo, asegura estar “amigado con la realidad”. “Pelearme con mi realidad haría todo imposible”, dice.

Dice que no hay planes posibles de regreso a La Plata y analiza su futuro. “Mi conclusión -cuenta- es que para construir futuro se requiere de bases más sólidas que las que creía necesarias. Sostenía la esperanza de construir futuro por más base familiar pobre que tuvieras. Ahora todo eso es imposible. Se rompió la perspectiva de futuro. Convivir con esa incertidumbre te genera frustración. Me pregunto si voy a vivir toda mi vida con mis viejos”.

Del Conicet a España

Para Agustina y su familia, diciembre es un mes clave. Están en la cuenta regresiva de una decisión que modificará sus vidas drásticamente. Todo, por un objetivo que no están dispuestos a resignar: sostener su estándar de vida.

Agustina vive en La Plata con su marido Nicolás y con el hijo de ambos, Félix, de cuatro años. Ella tiene 34, es doctora en Letras, investigadora del Conicet y da clases de literatura argentina. Tiene una beca posdoctoral que finaliza el año próximo. Investiga sobre literatura argentina en los años setenta.

Nicolás, de 37, es médico generalista. Terminó su cargo como jefe de Residencia de un hospital y ahora analiza migrar al sector privado.

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Agustina cuenta que hace algunos meses “todo empezó a complicarse”. “No tenemos un sueldo bajo. Cobramos lo suficiente para mantener nuestros consumos de clase media: vivimos en zona norte, en un departamento lindo, de cuatro ambientes. Hacemos uno o dos viajes al exterior por año, visitamos lugares de Brasil o Europa, pero ahora la cosa está cambiando”, relata.

Afirma que no tienen auto ni casa propia “por elección”. Explica que, en parte, se debe a que “no existe en el país un sistema de crédito razonable combinado con un trabajo estable”. Sigue: “Tener un auto implicaría resignar otras cosas como comprar ropa, unas buenas zapatillas para el nene o libros; salir a tomar un café o ir al cine. Nosotros destinamos nuestro dinero a viajes y estudios. Es una decisión de vida”.

Cuando Agustina señala que todo empieza a complicarse se refiere a que los ingresos que acumulan con su esposo, cerca de dos millones de pesos, no les alcanza para sostener su nivel de vida. Antes que resignarse, prefieren volver a Mar del Plata, la ciudad que los vio nacer.

Eso no es todo: no descartan asentarse en España una vez que consigan la ciudadanía de aquel país, trámite que está a punto de concretarse. “No sé si nos volvemos a Mar del Plata para despedirnos de nuestras familias o para empezar a ahorrar e irnos”, señala Agustina.

En diciembre se les vence el contrato. Entre el pago del alquiler, las expensas, la luz y el gas tienen un gasto fijo mensual de 800 mil pesos. Ella abandonó las sesiones de terapia, que tenían un costo de 45 mil pesos por mes. Nicolás dejó las sesiones de quiropraxia y Félix ya no regresó a las clases de música ni a natación.

A lo anterior, se suma un dato que para Agustina es difícil de procesar: “Dejamos de visitarnos con nuestros familiares por el costo del combustible”.

La situación los empujó a tomar la decisión de volver a Mar del Plata, a la casa que era de la abuela de Agustina y que la familia les presta. “Es antigua, vieja, con problemas de humedad y de dos ambientes. Es un sacrificio”, sentencia la investigadora del Conicet.

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Sobre la posibilidad de radicarse en España, idea que prendió más en Nicolás, Agustina asegura que “no” es lo que quieren. “Conocemos Europa y no tengo una idealización con eso, pero tenemos que ver si podemos sostener la vida como la que teníamos”. Su extensa trayectoria y formación le permitirían conseguir trabajo fuera del país, mientras que Nicolás trabajaría como médico. Cuenta que mucha gente que conoce se fue a España o a Italia en los últimos seis meses.

“Jamás viví esto que estamos viviendo ahora. Es cuando más gané en toda mi vida y no me alcanza para cubrir mis consumos básicos. Cuando estudiaba tenía un trabajo donde atendía un teléfono y vivía mejor, hasta ahorraba”, relata y, casi a modo de confesión, remata: “A veces me da vergüenza decir que trabajo en el Conicet. Son momentos tan virulentos… Hasta llegamos a preguntarnos si hicimos bien en trabajar en lo público; nos cuestionamos nuestra vocación”.

Profesor en diez colegios

Gastón Aberastegui es profesor de historia. Da clases en diez colegios. En una tiene tres cursos a cargo y en otra, dos. En las ocho restantes, uno. Cuando Milei ganó las elecciones estaba empezando a conocer a Ana Paula Besteiro Viola, también docente.

Rápidamente decidieron irse a vivir juntos. Desde entonces, Gastón dejó de pagar el alquiler. La convivencia fue madurando al ritmo de planes que idearon juntos y que les permitirían hacer más llevadera la enorme carga de trabajo que ambos sostienen, pero unos pocos meses bastaron para echar por tierra el sueño de la pareja.

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Cuenta Gastón: “Tenía planeado comprar un auto viejo con un ahorro en plazo fijo y el dinero que iba a recibir de una herencia y dejarle mi Clio 2014 a Ana Paula para que se trasladara de colegio en colegio, pero la plata que iba a destinar al auto la tuvimos que usar para vivir el día a día, para solventar el consumo básico diario”. “Ya está, se acabó, no tengo más”, dice el profesor de Historia.

También quedó atrás su plan de comprar celulares usados para trabajar en el aula con sus alumnos y alimentos y golosinas para compartir. Cuenta que tiene problemas de salud, que come mal y duerme peor.

Gastón dice no estar sorprendido y vislumbra un futuro desalentador. “Con este tipo de política todo va a ir peor. La clase media cree que va a zafar porque tiene esa mentalidad y porque tiene una red social que lo contiene. Esto no es un tema individual. Me preocupa la situación de los de mi alrededor, la de los demás”, concluye.

El ajuste pega con dureza a las personas jubiladas, que hacen malabares para sostener lo mínimo de una vida en clase media.
el derrumbe de la clase media

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