"'Adaptarse o morir', se escucha decir en el Gobierno", escribió Ezequiel Burgo en Clarín. "Es el momento de adaptarse o morir", coincidió José Del Río en La Nación.
Ese mantra es una reversión de la "destrucción creativa" que el austríaco Joseph Schumpeter atribuyó a la esencia del capitalismo, según el cual el sistema genera nuevas actividades, empresas, empleos y oportunidades desde las cenizas que van dejando, periódicamente, sus fogonazos de innovación y crisis.
Milei y Caputo no innovan al evocarlo –aunque con lenguaje amenazante–, pero pasan de citar un argumento que legitima el sistema a avisar sobre la puesta en práctica de la demolición de lo viejo por acción de un programa que anida en la cabeza del Presidente y no necesariamente por la acción espontánea de las fueras del mercado.
Nos ha tocado en el sorteo un libertarismo curioso.
Luces de alerta
La realidad del día a día enciende luces de alerta temprana, pero es minimizada por Milei tal como lo haría el rey filósofo del idealista Platón.
Como tantas otras veces y como advirtió incluso Domingo Cavallo, la Argentina vuelve a combinar dólar barato –esto es furioso turismo emisor, incentivo para importar y desincentivo para exportar– con una incipiente tendencia al endeudamiento, tal el principal expertise del ministro trader.
El repocerrado el viernes por 1.000 millones de dólares –un crédito garantizado contra la entrega de activos, en este caso Bopreales del Banco Central, que, como en una casa de empeño, habrá que readquirir o perder en 28 meses con un costo extra del 8,8% anual– "no es deuda", dicen en el Gobierno, sino una operación de compra-venta. Curioso: quienes argumentan eso festejan, al mismo tiempo, que se trató de un primer paso –tímido por monto, pero relevante en lo simbólico– para el regreso del país al mercado voluntario de deuda. ¿En qué quedamos?
La realidad –¡ups, perdón por la palabra!– es que, a un año del inicio de la mileinomía, la autoridad monetaria sigue más de 10.000 millones de dólares abajo en materia de reservas netas y que este jueves habrá que pagar 4.500 millones de capital e intereses de los bonos renegociados por Martín Guzmán, lo que genera la pregunta de a dónde irá ese dinero una vez que esté en manos de los inversores.
Al atraso cambiario se suma una apertura importadora que recién empieza a cobrar ritmo y hasta planes para cerrar un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos de Donald Trump, algo que el Gobierno considera viable por dos motivos voluntaristas. Uno, por no ver obstáculos legislativos a una denuncia del Tratado del Mercosur, lo que dejaría a la Argentina como un simple Estado asociado o directamente fuera del club. Dos, por estar, al parecer, decidido a no contradecir ni una de las objeciones proteccionistas que levantaría el republicano, alguien dado al nacionalismo aduanero y a una concepción de la política como un juego de suma cero, en el que el más poderoso invariablemente sale ganando. ¿Quién ganaría y quién perdería en ese caso?
El mencionado atraso cambiario, vale insistir, no fue obra del mercado, sino de las ideas que cobran realidad en la mente de Milei, quien se ampara en el argumento de que algo así como un "tipo de cambio de equilibrio" es una entelequia o algo imposible de calcular. En todo caso, será el que él imponga.
En lo que respecta al dólar oficial, esa intervención pasa por haberlo pisado –cepo mediante– con actualizaciones –crawling peg– del 2% mensual, siempre menores a la inflación, las que se reducirían a 1% si el IPC de diciembre arrojara 2,5% o menos. Y en lo que hace a los paralelos, por la venta de los dólares liquidados por los exportadores para cerrar la brecha "desde arriba", dilapidando reservas que ahora se pretende recomponer con deuda, lo que incluiría un acuerdo por al menos 10.000 millones de dólares más con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
De más está decir que esa deuda nueva –sí, lo es– implicaría, dada la concepción del Gobierno, un ajuste fiscal cada vez mayor para honrar intereses y capital.
En el "mundo de las ideas de Milei" no habitan las fuerzas de la calle, el segmento amplio de los afectados del Círculo Rojo que chilla mientras aplaude, la infraestructura que se dirige a un colapso por la retirada del Estado y el desinterés de los inversores privados, ni la sociedad que –tomando lo permanente por transitorio– camina hacia un deterioro agudo de los servicios de salud y educación.
El futuro, según Javier Milei
"Adaptarse o morir" es, entonces, el nuevo lema del descarnado darwinismo mileísta.
Mientras el país demuele parte importante de su competitividad por la depreciación de su infraestructura, el Gobierno promete para paliar el daño, como señala Burgo en Clarín, "bajar más la inflación, seguir desregulando la economía, abrir más la competencia y mejorar el acceso a los mercados de capitales para que las empresas obtengan financiamiento más barato (…). Eventualmente, y en la medida de lo posible, rebaja de impuestos".
De modo coincidente, Gabriela Pepe escribió en Letra P que "aunque faltan dos meses, en el mundillo oficialista ya hablan del discurso que Milei dará el 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa. Los temas circulan entre los libertarios, que apuestan a que el Presidente anunciará una reforma fiscal y la baja de las retenciones que le prometió a en diciembre a la Sociedad Rural".
"En la mira están, también, una reforma laboral y una previsional. El objetivo de mediano plazo para el oficialismo sigue siendo la privatización de las jubilaciones y el regreso de las AFJP, las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones, un fantástico negocio de los bancos que también alumbró el menemismo", añadió.
Jorge Liotti añadió en La Nación que "hay un equipo de Presidencia, Jefatura de Gabinete, Economía y Capital Humano, junto con oenegés, universidades y organismos internacionales, que trabaja en esa reforma jubilatoria, que en esencia apunta a un sistema híbrido, que sin dejar el esquema de reparto permita en forma opcional una capitalización individual (…). De paso se tratarían los casos de las 13 provincias que nunca transfirieron sus cajas a la Nación".
"Entre los cambios que se analizan están la eliminación de los regímenes de excepción, equiparar la edad de retiro de las mujeres con la de los hombres a los 65 años, y lograr una mayor proporcionalidad entre los años de aporte y los haberes que se perciben, a través de un mecanismo de incentivos que contemple la extensión de la vida activa de las personas", completó.
El gran malentendido
Siempre interesante, Liotti analizó que "hay dos cuestiones absolutamente troncales del modelo, que en el entorno del Presidente asumen como parte del proceso con una naturalidad que puede ser desafiada por la dinámica económica y social".
La primera es "el impacto sobre los sectores productivos de la combinación del tipo de cambio actual y la apertura a las importaciones. Hay clusters industriales que están manifestando sus dificultades para competir en este contexto (…). En el Gobierno, con modos amables, sólo responden con una consigna: el camino es la reconversión". Sin esos modos suaves, invitan a "adaptarse o morir".
"Incluso hablan de que es probable que la Argentina modifique su matriz productiva para que sea menos industrial y más basada en materias primas y servicios. Estas transformaciones, nunca son inocuas", advierte, con acierto.
La segunda cuestión inherente al modelo Milei es que "un mayor crecimiento económico genera un incremento de la desigualdad social", señala Liotti.
"El crecimiento económico genera desigualdad: ¿qué importa cómo se distribuye?", le dijo una fuente oficial al periodista, lo que –según este– supone "un planteo rupturista para la idiosincrasia argentina histórica, basada en un fuerte rol estatal y con una impronta de reparación social muy arraigada".
Ante esos dilemas, el doctor –honoris causa de la ESEADE– prescribe dosis cada vez mayores de su droga tóxica.
El malentendido es descomunal: mientras el grueso de la sociedad se dispone a ir a las urnas a expresar su evaluación económica del momento pelado –es decir, sin ponderar otra cosa que si en octubre estará "mejor o peor" que dos años antes–, Javier I, el rey/emperador economista, plantea una elección existencial: "adaptarse o morir".
Ave, Caesar, morituri te salutant.