SEBASTIÁN GARCÍA DE LUCA

El armador peronista de Patricia Bullrich

Encargado de darle soporte político a la candidata presidencial, el diputado se destaca por ser un militante multisegmento nacido al otro lado de la grieta. De cruzarse en los pasillos del Congreso a la cena fundacional del antilarretismo.

El diputado Sebastián García de Luca se muestra confiado con cada uno de los dirigentes que dialoga. Así como apostó por Patricia Bullrich cuando todos creían que el proyecto ganador era el del autodenominado moderado Horacio Rodríguez Larreta, hoy vuelve a hacer hincapié cuando a algunos dirigentes de Juntos por el Cambio (JxC) los envuelve el pesimismo provocado por la motosierra de Javier Milei. Prudente, de tono calmo y mucho diálogo, cree que la jefa de los halcones será la próxima presidenta y para contribuir a eso oficia en su nombre como armador político estrella: construye candidatos, teje alianzas e intenta sanar heridas muchas de las cuales él provocó.

Formado en la tradición justicialista, García de Luca le aporta a Bullrich la misma épica de la resistencia y la motivación de ir a fondo aún en la adversidad; algo que al otro lado de la grieta ideológica Hernán Lombardi le aporta a la candidata. Aunque emplea herramientas diferentes al exsecretario de Medios, quiere, al igual que los otros incondicionales bullrichistas, ver a la candidata a presidenta entronada nuevamente como la jefa de los halcones, en la medida de lo posible, con el palomar detrás. De ahí que una de las principales virtudes del diputado devenido en armador nacional sea militar el nombre de Bullrich en todos los segmentos, desde el macrismo explícito hasta el kirchnerismo desencantado, pasando por el radicalismo dubitativo, convencido de que es la política la que ayuda a juntar los votos, primero, y a hacer realidad las promesas de campaña, después.

A esto último se debe en gran parte la cercanía de García de Luca con Bullrich. Comenzó a construirse en los primeros días de la gestión de Mauricio Macri sin que ninguno de los dos la buscara, cuando se cruzaban por los pasillos de la Casa Rosada y algunos ministerios públicos sabiendo que eran los leprosos de una gestión asediada por tecnócratas que los esquivaban, como Marcos Peña y Mario Quintana, convencidos de que el “gradualismo” se aplicaría con las variables surgidas de los focus group y los timbreos.

Después de aquella experiencia que por momentos los marginó de la mesa chica y tras la catastrófica derrota electoral de 2019, continuaron forjando esa relación de poder en la que, si bien Bullrich siempre estuvo muchos escalones más arriba, jamás los hizo sentir, según cuentan en el entorno del dirigente. Con cafés de por medio, llamadas telefónicas o asados privados de los que también participaban otros “enfermos de la política” como Emilio Monzó, Marcelo Daletto, Cristian Ritondo, Alejandro Finocchiaro y Martín Yeza la relación se fue aceitando. Junto a otros exfuncionarios de Cambiemos y un intendente, García de Luca fue partícipe de una cena en el barrio porteño de Devoto donde a mediados de septiembre de 2022 se colocó la piedra fundacional del antilarretismo.

A algunos de quienes estuvieron allí los conocía desde hacía mucho tiempo, con otros compartió despacho en su pasado justicialista. De hecho, empezó en la función pública como secretario privado del gobernador Felipe Solá y más tarde fue concejal de Chivilcoy por el Frente Renovador de Sergio Massa, que en aquel año tenía una alianza estratégica con el PRO. Desde ahí colaboró con Monzó en la construcción de la campaña del interior de Mauricio Macri, que más tarde lo llevó a ganar una banca en la Cámara de Diputados, en la que jamás se sentó ya que el por entonces designado ministro Rogelio Frigerio lo convocó para hacerse cargo de la Secretaría de Interior. Por eso muchos lo ven más con perfil de gestión en áreas como el Ministerio del Interior que en el Congreso.

De perfil bajo, pragmático y con una estructura política que puede contarse con los dedos de las manos, el ex secretario de Interior usó esas virtudes de diálogo y agendas que incluso llegan a gobernadores e intendentes de otros partidos para crear candidatos locales donde no los había. De ahí que hoy existan muchos dirigentes ignotos con posibilidades de ganar intendencias o, por lo menos, de meterse en la disputa del poder local traccionados por la boleta de Bullrich, con lo problemático que eso podría traer si, efectivamente, ganan sus gobiernos.

Lo que fue una estrategia efectiva para aplicar la famosa "i" en todo el territorio nacional -es decir, haber promocionado internas incluso en distritos propios- le podría traer en el mediano plazo verdaderos dolores de cabeza, sobre todo provocados por aquellos intendentes de Juntos por el Cambio (JxC) que aún recuerdan sus esfuerzos para disputarle el municipio en nombre de la jefa de los halcones. Cicatrizar esas heridas que él mismo abrió será determinante también para amalgamar una campaña entre triunfadores y derrotados, algo que hasta ahora se logró por momentos y, en muchos casos, de manera descoordinada.

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El sábado por la mañana hubo una muestra de eso en Olavarría. Bullrich hizo una recorrida por un hospital y un centro comercial con Ezequiel Galli, el intendente anfitrión y armador en la Séptima sección electoral, y Dalton Jáuregui, candidato caído en desgracia que fue cuestionado por no caminar lo suficiente el distrito. El objetivo, como el que se repitió en otros puntos de la provincia de Buenos Aires, fue dejar atrás las diferencias y sumar todos en octubre a la boleta nacional.

Como sea, muchos intendentes y dirigentes que -se especula- serían determinantes desde diciembre mantienen una buena sintonía con sus propuestas e ideas de construcción política. Los principales están en el territorio bonaerense y se encuentran en distintas familias de la alianza; por caso, Adrián Urreli, jefe de campaña de Néstor Grindetti; Manuel Passaglia, intendente de San Nicolás; Maximiliano Abad, presidente de la UCR bonaerense; y Santiago Nardelli, director del Banco Provincia, quien acercó el pase de Héctor Gay al team halcón en la recta final.

Cercano a este grupo, peleado de manera irreconciliable con Joaquín de la Torre y algo distanciado de Monzó -el dirigente que lo formó y a quien todavía elogia en algunos aspectos-, García de Luca gana espacios. Creyente, cuervo y tradicionalista -como suele definirse-, el dirigente teje y esquiva conflictos en favor de su jefa política.

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