Como esos equipos que juegan una llave de ida y vuelta en Copa Libertadores y perdieron el primer partido, Patricia Bullrich salió como una tromba para volver al centro de la escena en el segundo y último debate presidencial -a menos que haya ballotage-, que vivió como la oportunidad final para meterse en la segunda vuelta. Lo consiguió en buena medida. Ahora, terminado el ciclo del bla bla interminable, queda votar y contar los porotos. La ciudadanía decide.
Nada de lo que ocurrió hace ocho días en Santiago del Estero ni este domingo en la Facultad de Derecho de la UBA –más interesante y picante– parece suficiente para mover demasiado la aguja. Tal vez, si es que todo lo dicho y mostrado tendrá algún impacto, este habrá que buscarlo en el margen del total de los votos. Lo relevante, sin embargo, es que eso podría –si se diera– hacer alguna diferencia: si en efecto la presidenciable de Juntos por el Cambio volvió a la cancha, todos sus embates contra el kirchnerismo no servirían para quitarle votos a Sergio Massa, sino a Javier Milei, quien era –o aún es– visto como un vehículo más eficaz por la mayor parte del electorado que quiere ver un cambio rotundo en el país. Volvió Bullrich; ¿festeja Massa?
Si la hipótesis anterior se verificara, el hombre de La Libertad Avanza (LLA) quedaría más lejos de su aspiración de arrimarse al 40% y de ganar en primera vuelta, pero, como lo de Bullrich tampoco fue descollante y el ministro de Economía volvió a salir sano y salvo del compromiso gracias a un coucheo eficaz, el eventual repunte de la juntista podría consolidar el escenario de segundo turno.
Lo de este domingo fue positivo para ella, pero no suficiente para elevarla al segundo lugar y, con eso, el pasaje al 19 de noviembre. Si eso ocurriera, habría que buscar la causa en la inflación, la pobreza o las zozobras del dólar pasadas y por venir.
Resumiendo: haber vuelto de un severo traspié del primer debate, haberse desempeñado mejor en función de un plan que siguió incluso al filo del abuso de lectura, haber ocupado el centro de la escena con un tono elevado y haberse enfocado –esta vez sí– en cuestiones que su público espera –la corrupción que atribuye solo al kirchnerismo y la diferenciación de la endeblez de Milei– fueron parte de su haber.
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Sin embargo, su debe pasó por el mencionado abuso de apego al libreto, el no haber jugado nunca con un tono diferente al de la indignación –el de la vulgaridad, según le reprochó Massa–, sus tropiezos evidentes cada vez que se la arrastra a la economía y su decir atropellado y pleno de furcios y mala dicción. Demasiado aplicada, le faltó olfato para dar algo más que lo que le pidieron sus asesores: Jaime Durán Barba debe haberse preguntado dónde quedó la esperanza–
Bullrich regresó y dejó el alma; ya se verá para qué le alcanza.
¿El vencedor involuntario?
Massa hizo su juego. Sufrió menos que lo que merecería por la inflación y más por lo que no le pertenece: "los bolsos de (José) López", "el yate de (Martín) Insaurralde" y otras miserias que Bullrich no dejó de evocar. Su problema es que no puede diferenciarse del kirchnerismo, pero su ventaja es que se permite navegar la coyuntura sin defenderlo.
El ministro-candidato pareció sobreentrenado, lo que le permitió ser el que menos leyó de los tres presidenciables principales. Eso implica que tal vez le faltó espontaneidad, algo que se notó incluso en su persistencia en mirar a la cámara, pero también que fue el más propositivo y sólido en el manejo de los temas.
A Massa no debería desesperarlo que se le hable del Marbellagate ni de otras de corruptelas porque su cuasitercio electoral no va a dejar de apoyarlo porque se ventilen temas que ya conoce y que teme menos que la dolarización sin dólares de LLA o un retorno del posmacrismo. Su única verdad hoy es que haya 19-N, ser él un protagonista junto a Milei y que la diferencia que le saque el minarquista el domingo 22 no haga de ese partido una montaña imposible de escalar.
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Otra cosa que le pudo haber jugado a favor es que fue, junto a Bullrich, el único que le habló a segmentos concretos del electorado. Si la candidata de Juntos interpeló el voto antikirchnerista, él les habló a los trabajadores en general y a las mujeres en particular, convencido, por ejemplo, de que garantizar por ley el principio de igual remuneración por igual tarea puede hacerle una diferencia en el segmento del padrón que vota de modo más racional. Como en toda la noche, sin embargo, sus virtudes corrieron en paralelo a sus vicios: la búsqueda del voto femenino lo llevó a sobreactuar el ninguneo machirulo de Milei a Myriam Bregman, algo que Bullrich no le dejó pasar. "Massa, las mujeres no necesitamos que vos nos defiendas", lo cruzó, atenta.
Como sea, para el hombre de Unión por la Patria (UP) valió salir del combate con la cara intacta y, como se dijo, el módico repunte de Bullrich. También la decoloración de Milei…
La clase repetida del profesor
El paleolibertario también abusó de los papeles y la estrategia de hacer la plancha que le había servido en Santiago, este domingo pareció menos eficaz.
Solo con el recurso de levantar la voz, Bullrich le sacó el lugar de dueño de la indignación. Además, no supo defenderse cuando la exministra le reprochó la presencia de peronistas en sus listas, cosa que admitió para decepción de quienes ven en él el martillo que viene a demoler todo.
Si se siguen sus intervenciones en los debates, entrevistas y hasta cenas amables en TV, en las que inquieta al hablar en presente de su perro muerto, Milei siempre dice lo mismo, casi con las mismas palabras. Derrocha ideología, se recuesta cada vez más en el extremismo identitario –como cuando tildó de nuevo a Bullrich de "montonera asesina" – y abusa de un registro doctoral que pocos le entienden, cosa que, otra atenta, le hizo notar Bregman. Hace la plancha sin cesar.
Su mayor defecto fue haber dejado de sorprender, cosa que, si no mejora en las dos semanas cortas de campaña que quedan, podría cristalizar el estancamiento que le adjudican las encuestas.
La obediencia a la estrategia es una pena para sus intereses, porque el Milei más eficaz se ve cuando replica al adversario. Lo suyo es la crítica, la demolición, no la construcción y la palabra, porque lo gestual también le cuesta: es probable que eso le guste a parte de su base, pero los gestos que hizo este domigno para desestimar las refutaciones que se le hacían lo mostraron demasiado canchero y despectivo, cosa poco útil para sumar.
El resto del mundo
Otro al que se le pasó el efecto sorpresa fue Juan Schiaretti, quien sorprendió desde Santiago a quienes no lo conocían, pero que esta vez innovó poco. Su propuesta supuestamente antigrieta, que queda en entrediocho cuando expone su rechazo preferente al kirchnerismo, no le deja demasiado lugar en un juego que, indefectiblemente, será de tres. Eso quedó claro en las PASO, queda claro en las encuestas y, seguramente, quedará claro el 22-O.
Bregman es articulada e inteligente, tiene buena presencia, ingenio y es elocuente, pero, si no entiende que la doctrina es una cosmovisión y no una receta sagrada, no será quien dé una vitalidad desconocida a la izquierda trotskista.
Habla de "clase trabajadora", de "planificación democrática" de la economía y desconocimiento de la deuda con el FMI en pleno siglo XXI. Entretiene, pero no innova. Tampoco mueve al amperímetro.
Salvo en lo que respecta a Bregman, el debate reflejó la conmoción mundial por la incursión armada de combatientes del grupo islamista y terrorista Hamás en el sur de Israel –el peor ataque contra ese país desde la guerra de 1973–, por el asesinato de alrededor de 700 civiles, el secuestro de un número indeterminado de mujeres, niños y ancianos y hasta por la profanación de cadáveres. Se sabe por el momento de cuatro argentinos entre las víctimas, se espera por datos de algunos que se encuentran desaparecidos y la Cancillería nacional prepara un operativo para conciudadanos que deseen ser repatriados. La candidata del FIT-U pareció también en eso demasiado rígida e ideológica, alejada del sufrimiento humano.