LA CIENCIA, BAJO ATAQUE

Conicet: más ciencia es más libertad

Qué es y para qué sirve. El peligro del subfinanciamiento en la era de la desinformación y el pensamiento anticientífico. Radiografía de la incertitumbre.

La ciencia necesita independencia y libertad; por eso languidece paulatinamente en climas de opresión. La investigación científica superior y las otras actividades más elevadas del pensamiento humano sólo viven y florecen en ambientes de libertad.

Así lo expresó Bernardo Houssay en un artículo que publicó en 1946, titulado La ciencia necesita un ambiente de libertad.

En la actualidad, la ciencia y la tecnología están en cualquier lugar que miremos. Su omnipresencia se evidencia a veces más, a veces menos: cuando usamos un celular, cuando nos subimos a un ascensor, nos hacemos un análisis de sangre, tomamos un tren o hacemos uso de alguna herramienta de inteligencia artificial. La ciencia y la tecnología se manifiestan en todo ámbito de nuestras vidas, todo el tiempo, en todo el mundo.

Paradójicamente y a pesar de la evidente importancia de la ciencia, la tecnología y la innovación, el cuestionamiento acerca de su "utilidad" para las sociedades es —lamentablemente y contra toda lógica— cada vez más frecuente.

Últimamente pareciera que esto está más a flor de piel, tal vez por la proliferación instantánea y universal de la (des)información. La masificación de las redes sociales es tal, que se monetizó hasta la ignorancia: hoy, cualquier promotor del pensamiento mágico en cualquiera de sus formas puede hacer eco y lucro inclusive de su propio embrutecimiento.

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La lógica actual incluso logra catapultar a cualquier ciudadano a posiciones de poder por el sólo hecho de hacerse conocido en las redes o en los medios. Así, el mérito formativo, técnico o político para ocupar un cargo público pasó a un segundo plano. Cualquier persona, no importa cuán profunda y tenaz sea su ineptitud, puede llegar al Congreso de la Nación u ocupar ministerios.

Además de decadente, esta realidad es peligrosa y se manifiesta también —y de manera más pronunciada— cuando se trata de temas de ciencia o tecnología. No es de sorprender, entonces, que existan políticos que llegan a lo más alto y son antivacunas, negacionistas del cambio climático, antienergía nuclear, promotores de la astrología o terraplanistas. En resumen, políticos anticiencia y, por lo tanto, antidesarrollo.

Una razón importante de este apogeo de la ignorancia es acaso la falta de conocimientos básicos acerca de qué es y para qué sirve la ciencia.

¿Qué es y para qué sirve la ciencia?

En términos simplificados, la ciencia es el resultado de una actividad humana que pretende obtener conocimiento verdadero y profundo acerca del mundo, donde lo que entendemos por verdad es la correspondencia que hay entre nuestras ideas sobre la realidad y la realidad tal cual es. Los científicos intentamos obtener este conocimiento a través de representaciones conceptuales del mundo y del universo, las cuales articulamos en teorías y modelos. La ciencia se trata de una actividad metodológica y sistemática y los resultados, además, están sometidos a controles rigurosos con evaluación de otros científicos que analizan lo que se está proponiendo.

La ciencia básica —o pura— busca el conocimiento por el conocimiento mismo, sin un fin práctico en particular, y es la que proporciona las semillas que se necesitan después para el desarrollo de la ciencia aplicada, que es aquella que sí tiene como propósito algún fin práctico. Esto deriva posteriormente en la tecnología. La nueva tecnología nos permite, a su vez, explorar cosas del mundo que antes no podíamos porque no existía esa herramienta, entonces podemos desarrollar más ciencia básica y el ciclo se repite. Todo esto forma un círculo virtuoso en el que las tres disciplinas se retroalimentan positivamente.

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Nunca sabemos cuáles son los efectos colaterales positivos que puede tener un nuevo conocimiento científico, por más puro y básico que sea, porque la ciencia necesita su tiempo de maduración y el conocimiento se construye poco a poco. Un ejemplo de esto es el efecto fotoeléctrico, cuya explicación le valió el premio Nobel a Albert Einstein en 1921. Este efecto, que es bien básico en la naturaleza cuántica de la luz, hoy tiene aplicación, por ejemplo, en el funcionamiento de los paneles solares que alimentan de energía a una población que está en una zona muy remota de la puna Argentina y que de otra forma no tendría acceso a las condiciones mínimas de vida.

La ciencia significa esperanza, sobretodo para los países menos desarrollados como el nuestro. No porque la ciencia vaya a resolver todos los problemas que tenemos, con la excepción del problema de desarrollar la ciencia por la ciencia misma y de adquirir conocimiento por el conocimiento mismo, sino porque la investigación científica satisface el ansia de saber y esto es inherente a la condición humana. Eso inmediatamente —y de forma inevitable— derrama sobre los otros campos de la sociedad. Como principal producto cultural de Occidente, la ciencia fomenta el pensamiento crítico y nos provee de conocimiento, el conocimiento redunda en soberanía y autonomía para tomar decisiones.

La situación actual

Un país como Argentina no puede darse el lujo de subfinanciar la ciencia, menos aun en la situación de crisis en la que se encuentra. Quien en pleno siglo XXI pregona ser abanderado de las ideas de la libertad debería ser quien más apuntalase y promoviese el fortalecimiento del sistema científico y tecnológico. Para eso, es fundamental un financiamiento sustancial y una promoción explícita de la investigación. Los países que llegaron a ser potencias del mundo tienen como denominador común la fuerte e incesante inversión en ciencia y desarrollo.

El sistema científico argentino atraviesa, desde hace muchos años, un subfinanciamiento: sueldos poco competitivos, falta de equipamiento adecuado, escasos subsidios para investigación que llegan años después de ser solicitados, salteos en los llamados de ingresos a carrera de investigador e institutos con presupuesto mínimo.

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Hoy, este subfinanciamiento se ve potenciado y se suma a un grado de incertidumbre preocupante, con miles de postulantes a becas de doctorado y posdoctorado en el Conicet que no saben qué será de su futuro, con ofertas más que tentadoras de irse al exterior, donde las condiciones laborales y de vida suelen ser mucho mejores, y con sueldos de todas las categorías ya de por sí bajos y al momento congelados frente a una inflación mensual del 25%. Lo más alarmante, con funcionarios que exhiben pública y hasta orgullosamente su pensamiento anticientífico.

El "gasto" en ciencia no es tal, es una inversión. Es tal vez, junto a la educación, la más redituable de las inversiones que una nación puede hacer. La ciencia es un bien y su defensa, una obligación para todos aquellos que queremos una vida mejor. Sin ciencia no sólo no hay futuro, tampoco hay presente.

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