Dentro de dos semanas estaremos analizando el resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), que dejarán las primeras certezas de una campaña que, a pesar de los ataques que se prodigan los sectores en pugna –incluso dentro de las grandes alianzas– no logra anidar en el ánimo colectivo.
Lo que medie hasta entonces tensará al Círculo Rojo de la dirigencia política y empresarial; al mercado financiero; a medios, periodistas y analistas, así como al sector más informado de la sociedad. ¿Cómo se distribuirá el voto entre los tres principales sectores en liza? ¿Juntos por el Cambio (JxC) o Unión por la Patria (UP)? ¿Dará pelea el peronismo o confirmará un destino de debacle que no poca gente presiente? ¿Surgirá un favoritismo claro para octubre? ¿Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich? ¿Será Sergio Massa, como espera, el precandidato más votado? ¿ Javier Milei aguantará los trapos o alguien dará el batacazo en JxC? ¿Qué aguardará a Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires? ¿Los números nos hablarán de un ballotage inexorable o abrirán la posibilidad de una definición el 22 de octubre?
¿Por qué el peronismo se baleó los pies?
Al filo de la apertura de las urnas, nadie va a hacer autocríticas profundas y, de hecho, tal vez no las escuchemos jamás. Sin embargo, cabe analizar cómo fue que el extinto Frente de Todos decidió, día a día, cavar el pozo en el que terminó hundido su gobierno y que hoy explica que la apuesta excluyente sea a la "audacia delirante" de Massa, tal como cita a una fuente oficialista Gabriela Pepe en Letra P.
Desde ya, el principal responsable de los resultados de la gestión es Alberto Fernández, quien –para disgusto de Cristina Fernández de Kirchner– decidió no convalidar la idea tantas veces anunciada –falsamente a la postre– de un doble comando.
Evaluar a Fernández sin ponderar debidamente la herencia macrista, el Gran Confinamiento, la guerra en Ucrania y la sequía es un error flagrante o un acto de mala fe política. Lo mismo que no registrar su tozudez, su tendencia a la procrastinación, sus indecisiones y el modo en que aplicó un autodestructivo laissez faire en áreas sensibles y evidentemente mal manejadas de la economía. Por caso, la desaprensión original en el manejo del superávit comercial, la inexplicable vocación de subsidiar el turismo emisor con dólares baratos y la convalidación –cepo disfuncional mediante– de niveles de importación llamativos. Así quedó el Banco Central…
Con todo, eso solo explica una parte de los males nacionales de hoy.
La otra parte del colapso
El examen de la última negociación con el FMI resulta revelador del resto de la mala praxis panperonista, atribuible al ala cristinista, que decidió sabotear su propio proyecto político.
En marzo del año pasado, cuando un tercio de la bancada de diputados de Todos –básicamente el camporismo– se desmarcó del acuerdo negociado por Martín Guzmán, Letra P tituló, como un epitafio, la muerte del frente. La ocasión, cabe recordar, motivó la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura de dicho bloque, mientras Andrés Larroque, otros y otras se agolpaban cada día frente a los micrófonos para castigar, incluso en términos personales, al Presidente.
Las críticas a aquel entendimiento fueron surgiendo, de modo desordenado, de diversas intervenciones de la vicepresidenta, de su hijo diputado y de referentes de esa ala disidente. Se debería haber estirado, han dicho, a 20 años el plazo de repago de esa deuda monumental, prorrateado mejor el cronograma de reembolsos, negociado una quita del capital, eliminado las sobretasas que cobra el Fondo a los grandes deudores, evitado todo ajuste y resistido la exigencia de suba de tarifas y recorte de subsidios. Todo estaba mal.
Vale aclarar que, si bien algunas de esas materias son opinables, otras no lo son. Veamos:
- El Fondo no hace quitas de capital, tanto que Néstor Kirchner abonó en 2005 el total de los 10.000 millones de dólares que se le debían, mientras que sí consiguió un enorme recorte con los acreedores privados.
- No existen programas a más de diez años, llamados de Facilidades Extendidas, y conseguir algo semejante supondría que el FMI –con sus 189 Estados miembros– aceptara modificar su estatuto por el deseo de solo uno de sus componentes, la Argentina, claro.
- En la misma línea, sin una reforma de ese tipo tampoco se puede dejar de pagar las sobretasas. Guzmán insistió en plantear las cuestiones de los plazos y estos costos extra, pero asumiendo que se trataba de una siembra de dudosa cosecha en algún momento indeterminado del futuro.
- Por lo demás, mantener los subsidios prorricos a los servicios públicos –incluso con el fervor militante de la línea de Energía que, se supo, no respondía a Guzmán– devino, más que en un problema con el Fondo, era –aún es– un desastre para una economía que, lo vemos, vuela entre las nubes de la inflación.
- Por último, "plantarse", no acordar y romper con el FMI habría llevado a una interrupción total del crédito de los organismos multilaterales, de inversiones como las pactadas con China y hasta de la posibilidad de seguir usando el swap de monedas vigente con ese país. En esas condiciones, sin ahorro fiscal propio, sin dólares en el Banco Central y sin acceso al crédito privado –ventanilla totalmente cerrada por los excesos de Mauricio Macri–, lo que habría quedado era esperar a que nos devoraran los piojos.
Un hambre voraz
Entonces, ¿por qué el cristinismo se comió a su criatura?
Aquel abandono fue una crisis autoinfligida, amparada en el rechazo a un arreglo con el Fondo… que hoy la propia vice acepta como un mal menor, aun cuando en la nueva negociación que acaba de concluir Massa aparecen algunas condiciones incluso más severas.
Más allá de la inevitable reducción del objetivo de acumulación de reservas –de 8.000 millones de dólares a solo 1.000 debido a la sequía–, el nuevo texto no prevé la entrega de fondos frescos, como se pretendía, para darle al Central poder de fuego para contener al dólar. Mientras, el cronograma de pagos –"incumplible", como bien señaló CFK– no se ha alterado, no hay nada parecido a un plan a 20 años, las sobretasas siguen vigentes, la subas de tarifas continuarán, y la meta fiscal –un deficit primario de 1,9% del PBI para fin de año– ha sido plenamente ratificada. Para cumplirla, habría que controlar las actualizaciones de salarios en el Estado y reducir subsidios.
Sobre lo dicho, un bonus track: el Gobierno aceptó llevar adelante –¡en plena campaña!– una suerte de devaluación fiscal, esto es el aumento vía impuestos del dólar para importar y ahorrar, a la vez que se incrementa la cotización del "dólar agro" presentada en su momento por Máximo K como una genuflexión ante el sector agrícola. Si el plan viejo era inflacionario, como denunciaba la vice, este lo es en una medida aún mayor.
¿Para qué, entonces, el cristinismo indujo el año pasado el suicidio del Frente de Todos? ¿Habrá sido para no enajenarse una base propia a la que alimentó durante demasiado tiempo con la narrativa de que el ajuste siempre es una elección, en lugar de pensar si el progresismo no pasa, cuando el ahorro resulta inevitable, por fijar prioridades para recortar y por distribuir las cargas con la mayor equidad posible?
Parte de esa base hoy se enrola detrás del grito testimonial de Juan Grabois. En el camino, ¿qué ha sido de ese núcleo duro, alguna vez estimado en 30 o hasta 35% del padrón, y que hoy, cuando todas las encuestas le adjudican esos guarismos a la totalidad de UP, parece bastante menor? ¿Será, al final, que se mató un gobierno propio para nada?