El escándalo que envuelve aJosé Luis Espert no es un simple episodio judicial: es un espejo donde se reflejan maniobras políticas, tensiones psicológicas y contradicciones existenciales de un dirigente que hizo de la transparencia su bandera y hoy naufraga en explicaciones improvisadas.
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Este artículo recorre tres secciones: primero, la negación como mecanismo político; luego, las razones probables por las que Espert insiste en no bajarse de su candidatura, mientras Javier Milei y Patricia Bullrich exige explicaciones; y finalmente, se bosquejan las implicancias electorales de un escándalo que estalla en la antesala de las elecciones legislativas del 26 de octubre.
La política de la negación
El psicoanálisis enseña que la negación es una defensa frente a lo insoportable. Sigmund Freud advertía lo inevitable: lo reprimido siempre retorna. Aquí lo vemos en clave política: lo negado regresa bajo la forma de documentos bancarios y expedientes judiciales. La obstinación de Espert en repetir que apenas vio una vez a Fred Machado, seguida luego por la invención de una “consultoría guatemalteca”, constituye la clásica secuencia defensiva.
A esto se suma la proyección: quien construyó su identidad denunciando corrupciones ajenas queda ahora atrapado en la propia. El Evangelio ya lo había sentenciado con una sencillez pasmosa: mirar la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio.
La triada oscura reeditada
En 2002, Paulhus y Williams acuñaron el concepto de “triada oscura” para nombrar tres posibles miserias que suelen acompañar a algunas personas tanto como a líderes tóxicos: el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía. Podríamos hablar, entonces, de narcisismo orgulloso, maquiavelismo calculador y goce perverso, en tanto placer de negar lo evidente, disfrute irónico de desafiar la realidad o apuesta a que el relato puede más que la prueba.
José Luis Espert, brazo en alto y cantando eufórico
José Luis Espert | (Foto: AGLP).
En Espert los tres parecen convivir como en un teatro de máscaras. El narcisismo se expresa en la creencia de que su palabra basta para tapar un recibo bancario; el maquiavelismo, en la estrategia de negar hasta el final; y el goce perverso, en esa satisfacción secreta que deriva de desplazar la culpa a “operaciones kirchneristas”.
Las razones probables de cada actor
¿Por qué insiste Espert en no bajarse? Una hipótesis plausible es la de la supervivencia jurídica: conservar la banca le aseguraría los fueros necesarios que lo protegerían de la sombra de la cárcel. Otra posible razón remeda la lógica del chantaje: si lo obligan a renunciar, acaso pueda arrastrar a otros, porque en la danza de la mancha venenosa de la política, nadie puede tirar la primera piedra. El orgullo narcisista podría también dibujar otro camino: la soberbia autosuficiente que lo lleva a negar su propia grieta.
Por último, la coherencia performativa representaría otra posibilidad: bajarse sería reconocer una derrota; mientras que quedarse, aunque cueste, lo mantiene en el escenario.
Ahora, ¿y por qué lo sostiene Milei? Quizás porque, en términos electorales inmediatos, bajarlo resultaría más costoso que mantenerlo. Tal vez porque necesita proteger el relato libertario, mostrándose firme ante lo que define como ataques externos. Aunque también cabe pensar en la prevención de daños mayores: si Espert cae, quizás podría hablar demasiado. Y, finalmente, porque en política la debilidad se paga caro, y sacrificar al candidato sería admitir que la “casta” también habita su propio espacio.
¿Por qué Bullrich exige explicaciones? Una razón evidente es que su capital político se construyó en torno a la lucha contra el narcotráfico. Callar, entonces, la dejaría sin sustento. Otra hipótesis es que busque marcar distancia preventiva, preservándose así de un posible naufragio colectivo. Pero, en última instancia, acaso se trata demantenerse fiel a una convicción ética: no se puede predicar la batalla contra el narco mientras se tolera su sombra en casa.
El costo electoral de la incoherencia
El narcoescándalo golpea en el corazón de la campaña bonaerense. Las encuestas ya registran retrocesos de tres a cuatro puntos para La Libertad Avanza. Principio de revelación mileísta: la narrativa de “nueva política” comienza a sonar a lo viejo: favores, dinero turbio, relatos contradictorios. El refrán parecería anticiparlo: más rápido se atrapa al mentiroso que al ladrón. Pero, peor, si el mentiroso es también ladrón (o amigo de dádivas que vienen sin factura)
Epílogo: la verdad retorna
Tanto como la transferencia en sí, lo que consolida la condena de Espert es su cadena interminable de negaciones. Esa obstinación confirma lo que Oscar Wilde definía como cinismo: ver las cosas como realmente son, y no como deberían ser. Y lo que son, en este caso, se trata de un diputado que se aferra a su banca por supervivencia, un presidente que lo sostiene por conveniencia y una ministra éticamente intachable, pero que, a su vez, se ve obligada a exigir coherencia para no perder su propia marca. O su propio ser político.
Martín Fierro lo dijo desde otro lugar: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera”. Milei y Espert cumplen la máxima, no por virtud, sino por miedo compartido. Bullrich, en cambio, recuerda que la unión sin ética es apenas un pacto de silencio.
En síntesis, el escándalo no es sólo un episodio: es una prueba de fuego electoral y moral. Porque en política, como en la vida, la negación nunca es eterna: la verdad siempre retorna. A veces, con su peor rostro.